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Los mangantes
"Yo espero poder conservar las manos y la vergüenza a pesar de vivir en la cueva de Alí Babá otros cuatro años más".
Soy representante sindical en una empresa grande, eso hace que sea difícil conocer a todos los trabajadores y saber todo lo que pasa a diario; por eso mi teléfono es como un “24/7”. El pasado domingo, durante el recuento del desastre, me escribió un trabajador al que le suspenden de empleo y sueldo sin razón aparente. Le instan a presentarse en un día concreto en el centro de trabajo y no dicen más. Una comunicación escueta que intranquiliza tanto al trabajador como para llamarme a las 00:00 de la noche. No lo conozco. Me cuenta que no entiende nada ni qué puede haber pasado. Es feliz yendo a trabajar. Duda de si es por una relación estrecha que ha establecido con una compañera. Son amigos sin más, me dice, pero la gente habla. Hasta ese punto hemos llegado, una persona creyendo que puede haber ofendido a la empresa por tener una relación de amistad. No me cabe en la cabeza que sea eso, le digo. Pero no estoy segura. Ahora mismo un empresario puede decidir si comes o no al mes siguiente. Cómo no se va a sentir con el poder de inmiscuirse en tu vida íntima. Desde la empresa me comunican que es algo grave y tiene que ver con sustracción de dinero. Podría ser. Paradójicamente realiza un trabajo por 800 € al mes en el que mueve muchos miles de euros al día. La tentación a un paso. No llegar a pagar las facturas, no poder encender la calefacción en invierno y ver pasar dinero como Carpanta ve los pollos humeantes.
Las elecciones nos han demostrado que vivimos en un país de mangantes, sólo ellos votarían a un partido copado por carteristas de lo público, por desvergonzados mentirosos de rostro plúmbeo. Mangantes votando a mangantes, listos que si estuvieran en su lugar harían lo mismo sin pensar en las miles de familias que se llevan por delante. Es el voto “de tonto el último”, del humillado indolente, que se excusan por el miedo a Venezuela pero que en realidad es la vergüenza del que sabe que apoya a delincuentes, aunque sean los suyos. Pero al mangante no le gusta que le roben, y a pesar de los sueldos paupérrimos que ofrece espera lealtad cuando lo que enseña es lo contrario. Con esto no justifico el robo de nadie y por eso nunca he votado a ningún político o partido corrupto, pero no podemos pretender inculcar valores de honradez a los trabajadores cuando premiamos al pillo, al mentiroso y al ladrón. Ellos son los que dibujan esos ejemplos, son los que minimizan actos inmorales, justifican comportamientos delictivos y a cambio reciben confianza en su gestión. Un país que elevó a los altares al Dioni no puede rasgarse las vestiduras por tener trabajadores de mano larga.
La semana próxima nos han citado a la representación sindical y al interesado para ver cómo se resuelve la cuestión, probablemente le pedirán que devuelva lo sustraído y se irá con un despido procedente por deslealtad con la empresa. Hay otros que nunca devolverán lo robado, se lo llevarán de crucero por el mundo de las pequeñas islas opacas. El trabajador que solo imita lo que ve a diario en la prensa, en su pueblo y en su país seguirá en otros trabajos intentando lo mismo que esos gobernantes a los que les votan a pesar de todo, llevárselo sin esfuerzo porque “para que se lo lleve otro me lo llevo yo que me lo he ganado”.
El capitalismo salvaje nos lleva a odiarnos entre nosotros, a pisarnos en vez de ayudar a levantarnos y morirá, espero, de puro egoísmo. Esos 15.000 nuevos ricos que tiene España en este último año son a costa de cientos de miles de nuevos pobres, no nos llevemos las manos a la cabeza si aumentan los hurtos y las deslealtades en las empresas mientras nuestros dirigentes se adjudican mordidas y dejan morir a subsaharianos en la valla de la vergüenza. Recogen lo que siembran una vez más mientras nos convierten en Sísifos eternos por las laderas de sus desperdicios. Su ambición deja cadáveres y esos muertos somos nosotros, las hormigas obreras de sus deseos. La mano de obra barata que a veces se rebela robando el trozo más pequeño de pastel aunque eso suponga perder la extremidad para siempre.
Hay domingos que duelen. Y este dolor se va hacer largo. Yo espero poder conservar las manos y la vergüenza a pesar de vivir en la cueva de Alí Babá otros cuatro años más.