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Iglesias y Garzón, el fracaso de las expectativas

Pablo Iglesias dudó de su futuro en Podemos si se quedaba en la oposición. Alberto Garzón confió en la confluencia y queda debilitado en IU. Íñigo Errejón fue el responsable de una campaña de perfil bajo y con poca credibilidad ideológica.

MADRID// Los datos de los votos no dejan lugar a la interpretación. Más de un millón de apoyos perdidos con respecto al 20 de diciembre. La confluencia puede ser desde el punto de vista teórico, romántica y, mirando al largo plazo, una idea aceptable. Un camino ilusionante que transitar y un deber histórico con el que crear conciencia de clase si se cambia el discurso desideologizado. Pero desde la perspectiva numérica y electoral ha resultado un tremendo fiasco. Es cierto que no sabremos, aunque se intuya, si la unión sirvió para paliar el desgaste y reducir daños, pero se han producido errores que los hechos han dejado al descubierto. Hacer caso a las encuestas del enemigo que les daban un resultado triunfal -qué error más clamoroso- provocó el relato de Iglesias y Garzón de salir a ganar, o cuanto menos, de superar al PSOE. Creerse las mentiras del rival, o las propias, generó una burbuja de ilusión ficticia que ha provocado que el resultado electoral sea un fiasco sin paliativos con respecto a las expectativas que habían alentado. Cuando alimentas la fantasía de ganar de manera imprudente basándote sólo en las encuestas del establishment al que combates, es muy difícil después convencer a nadie de que mantener escaños es un buen resultado para los tuyos.

Se pueden hacer interpretaciones mirando los datos para intentar encontrar patrones que sí favorecen el argumento de que la confluencia ha podido minimizar la caída en escaños. En Zamora, la única capital de provincia donde gobierna IU, Unidos Podemos perdió 4 puntos con respecto al 20-D. Pero es que perdió esos porcentajes en casi todo el país incluso en las provincias donde son más fuertes y presentan a sus primeras espadas, como en Madrid, donde cayeron 5 puntos. En Galicia el 20-D ya se presentaron en coalición y han perdido tres puntos. Así que parece claro que la caída ha sido generalizada en lo que respecta al voto y aun así han logrado mantener los 71 escaños. Si la coalición se hubiera presentado como un método para reducir daños, mantener diputados y minimizar el desgaste la confluencia habría sido un éxito. Pero no. Se confluía para ganar al PP. Estos datos sirven para comprobar que el resultado es un fracaso frente a las expectativas.

El futuro de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias ha sufrido el desgaste continuo de la sobreexposición mediática, la elegida y la sufrida. Decidió desde el primer momento que la mejor manera para asaltar los cielos era llegar al voto de los españoles desde los plasmas de sus salones. Y a pesar de un talento innato para no quemarse -otro habría aguantado seis meses con tal nivel de apariciones- ha acabado sucumbiendo al poder de aplastamiento que tiene la televisión. Perdió frescura, se mostró agotado y enfadado hasta parecer anestesiado y acabó siendo el líder peor valorado. El más odiado por sus contrarios. Y lo que es peor, por sus aliados y potenciales votantes a los que aspiraba. Hoy, la marca Podemos vale más que Pablo Iglesias, que le resta más que suma. Iglesias utilizó las herramientas que la política espectáculo le brindaba sin valorar de forma precisa que el medio fagocita de manera inmisericorde a sus productos. Nunca sabremos quién utilizó a quién. Pero el show televisivo ha acabado por agotar su liderazgo.

El mismo Pablo Iglesias puso en duda su continuidad si un escenario como el actual se producía. Preguntado por el escritor Tariq Alí lo que ocurriría si no se lograba el poder de manera inminente y el proceso a seguir en caso de no conseguirlo, el líder de Podemos contestó:

“…Tendremos un futuro brillante, pero será un futuro distinto. Consolidaremos una fuerza política con una fuerte presencia en el Parlamento, una presencia estable. Ya no seremos outsiders. Ahora mismo lo somos. Somos como los bárbaros, que están a las puertas, y ahora hay una oportunidad de entrar. Si se cierra esa ventana de oportunidad y estamos en la oposición, la política siempre estará ahí, siempre tendremos un futuro, pero será un futuro con características diferentes. Y no sé si yo tendré un papel tan relevante en ese futuro o no».

Los otros responsables

Íñigo Errejón ha sido el director de orquesta y, aunque parece salir reforzado en su estrategia por el revolcón matemático de la confluencia, no hay que olvidar que él es el máximo responsable de esta campaña. A la vista del resultado, uno de los fracasos del partido ha sido querer mimetizarse ideológicamente con el PSOE. Volver a las esencias de la centralidad del tablero que Podemos tuvo tras el éxito de las europeas pero adoptando la mochila roja de la confluencia en la que no creía. Intentar suavizar el ideario con propuestas socialdemócratas a la vez que se pactaba con el Partido Comunista no ha resultado convincente. Errejón siempre ha creído en la transversalidad, y en sustituir al PSOE en vez de sobrepasarlo. Ha adaptado la campaña a esa manera de ver la estrategia pero teniendo que encajar una estructura impuesta. No ha resultado creíble ni compatible hablar de la nueva socialdemocracia y los halagos de Pablo Iglesias a Zapatero con el pacto con IU. Durante la campaña hemos visto hacer malabares a Alberto Garzón para declararse comunista mientras eludía el debate de la socialdemocracia diciendo que eso eran discusiones escolásticas y académicas. A su vez Pablo Iglesias enunciaba que el comunismo era una enfermedad de juventud provocando que los dientes de un millón de votantes de IU rechinaran. La cuadratura del círculo.

Alberto Garzón lo fió todo a la confluencia. El nefasto resultado del pasado 20 de diciembre tras conseguir sólo dos escaños le llevó a apostar por ella de manera unívoca. Se apoyó en la fuerza que le daba la debilidad que Podemos tendría en unas nuevas elecciones. Una debilidad que consistía en perder la novedad que movilizara el factor emocional de creer en el triunfo. Utilizó la confluencia como elemento para distorsionar la nueva campaña y con el apoyo de Iglesias y Anguita ganó la apuesta. La resistencia interna a la coalición que durante varios años tuvo que gestionar había sido aplastada en los órganos internos y con consultas a la militancia. Pero en IU no se perdona, los derrotados velan armas y la pérdida de más de un millón de votos puede leerse de forma interesada como la desaparición o disolución de IU en una formación superior sin haber logrado ninguno de los objetivos marcados. El fracaso de su elección le ha debilitado y ahora hay hechos cuantificables que le contradicen. Le esperarán en su partido. Le llevan tiempo esperando.

Del comunismo a la socialdemocracia pasando por la transversalidad

El viraje discursivo meteórico desde la campaña electoral de las europeas en mayo de 2014 a las generales de junio de 2016 no ha resultado convincente. La campaña de perfil bajo, casi invisible, contrastaba demasiado con el discurso de clase y tremendamente duro del debate de investidura. Tanto vaivén ha acabado por minar la credibilidad de Pablo Iglesias. El líder de Podemos pasó, sin tiempo para que el electorado lo asimilara, de querer nacionalizar empresas estratégicas a alabar a su confidente ZP después de haber dicho que el partido socialista tenía el pasado manchado de cal viva. Es posible que en el fondo de la cuestión Podemos haya mantenido como pilar fundamental su discurso contra las élites. Pablo Iglesias siempre ha sostenido que en esencia su relato es el mismo. Así lo declaraba al ser preguntado por las renuncias de Podemos durante la presentación de un libro sobre la transición:

“Lo que Podemos decía en las europeas y ahora (20D) no ha cambiado, lo que ha cambiado es el tono”.

Aunque Pablo Iglesias tenga razón, y concedámosle que tenga razón, la impresión de la sociedad es otra. Y cuando te presentas a unas elecciones importa lo que los demás perciben. Aunque estén equivocados.

La militancia de Unidos Podemos cantó puño en alto junto a los dirigentes “el pueblo unido jamás será vencido”. Una canción chilena de Quilapayún acompañada de un gesto nada socialdemócrata. Porque la socialdemocracia no es mejor que el socialismo, porque no hay nada que transmita más confianza que mostrar lo que eres y enorgullecerte de ello para hablar con pasión y confianza a los ciudadanos. En la escena se respira verdad. Ya no hay motivo para hacer de Unidos Podemos una máquina electoral y, como Errejón y Bustinduy, cantar a Quilapayún con el signo de la victoria en vez de con el puño en alto. Que elijan el camino que quieran, pero parece un error esconder con caretas ideológicas prestadas lo que son y lo que piensan. Pablo Iglesias apeló a referentes de la izquierda de todos los tiempos en los últimos coletazos de campaña: “Soy socialista, como Allende o Mújica”. Puede que esa sea la senda, no hay persona de izquierdas que pueda renegar de figuras como la de los expresidentes chileno y uruguayo. A pesar de eso y enmendando lo que yo mismo escribo, todo está dicho. Figuras históricas como Allende también renegaron del marxismo y el socialismo en su discurso sin que ahora nadie pueda dudar del compromiso y la honestidad ideológica de sus gobiernos:

“El gobierno de Chile no es un gobierno marxista. El marxismo -y lo sabe cualquier hombre medianamente culto y supongo que usted lo es, señor periodista-, es un método para interpretar al pueblo, no es una receta. Además en mi país hay un gobierno popular, nacional, revolucionario, en que los partidos marxistas son dos y los partidos no marxistas son cuatro. Por último el programa de la Unidad Popular no es un programa socialista. De ahí entonces que categóricamente rechazo la fundamentación de su pregunta al sostener en forma enfática, que este gobierno es marxista. Soy marxista y no reniego de mis concepciones ideológicas. Pero también se lo repito: fui marxista en el gobierno del presidente Pedro Aguirre Cerda y estuvimos en el gobierno tres años y medio e hicimos un progreso de Chile que nadie discute y niega”.

No es el final del camino para Unidos Podemos, las negociaciones postelectorales todavía pueden darle una nueva oportunidad que no cierre la ventana que surgió con la crisis del bipartidismo. El nuevo escenario que se abre puede propiciar lo que para Pablo Iglesias es el ambiente político perfecto para lograr en 2, 3 o 4 años el poder. La gran coalición.

Si PSOE y Ciudadanos facilitan el gobierno de Mariano Rajoy y mantienen al PP votando a favor o mediante la abstención dejando a Podemos la oposición en solitario, tienen una oportunidad idónea para crecer más allá de lo que estos dos comicios han presentado como tope electoral.

En la entrevista, ya mencionada, que Tariq Alí hizo a Pablo Iglesias para el libro El extremo centro, el líder de Podemos decía lo siguiente sobre la gran coalición:

“Me gustaría que ocurriera, porque si hubiera una gran coalición entre el PP y el PSOE, eso sería el fin del partido socialista, y estaríamos mucho más cómodos en esa polarización. Pero hay sectores del PSOE que no están dispuestos a sacrificar su partido en aras de este régimen. Felipe González sí lo está”.

Íñigo Errejón ha dicho en dos ocasiones, después de estas elecciones, una frase que es muy habitual en él: “Paso corto y mirada larga”. Una sentencia sinónimo de prudencia y visión de futuro que tiene poco que ver con el camino seguido por la formación estos dos años. Han querido acaparar demasiado haciendo premonitoria aquella otra frase objeto de burla que resultaba un excelente análisis del problema de crecimiento al que se veía sometido Podemos: “La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación – apertura”. Se han abierto demasiado rápido ideológicamente para seducir a una ciudadanía que no estaba preparada para darle su voto. Con el problema añadido de no haber consolidado a todos aquellos votantes que eran parte de su nueva coalición.

Teófilo Camaño era un maqui que solía utilizar la frase a la que apeló Errejón, pero con un añadido. El guerrillero decía que para sobrevivir a la guerra hacía falta “paso corto, mirada larga, diente de lobo y cara de bobo”. El electorado español compró el miedo y no se fió de la faz para fijarse en el colmillo.

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