Opinión | OTRAS NOTICIAS | Sociedad
Nuestro Correo de Andalucía
Dice la empresa editora que para sustituirlos ¡potenciará las colaboraciones gratuitas! Literalmente. Poca vergüenza.
En noviembre de 2013, Iria Comesaña, entonces periodista de El Correo de Andalucía, nos pidió un texto de apoyo al periódico, a un paso del cierre. El Grupo Morera & Vallejo compró el decano de la prensa de Sevilla, y la pesadilla, que llevaba ya varios capítulos de ERE, parecía haber terminado. Este viernes, siete compañeros -Morente, Aparicio, Juan Ramón, Pepe Elías, Horacio, Nieves e Irene- han sido despedidos. Y dice la empresa que para sustituirlos ¡potenciará las colaboraciones gratuitas! Literalmente. Poca vergüenza. Aquí reproducimos aquel texto que escribimos hace menos de tres años. Muchos de ellos ya no están. Ya no estamos. Pero sí todo nuestro apoyo y cariño a ese #correoenlucha.
Nuestro Correo
Cierro los ojos. Veo a Alicia Gutiérrez. El teléfono pegado a la oreja. Un tecleo trepidante acompaña al humeante cigarrillo que se consume en el cenicero. ¿Alguien ha llamado a los Bomberos?, se oye de lejos. Pilar Benítez está enterrada en planos del metro de Sevilla y Daniel Blanco termina la segunda apertura del día en Local. Carlota Muñoz, sentada junto al becario repasa concienzudamente el texto, una y otra vez. El móvil de Diego Suárez suena. Mira la pantalla, se levanta, descuelga y con una sonrisa contesta: “¿Qué pasa?… Aquí estamos, en el andamio”.
Una inmensa redacción. Dos, tres, cuatro radios de fondo. Y un par de televisiones. Un ejército de concienzudos periodistas pelea por sacar a la calle la fotografía de una ciudad en forma de periódico. Decenas de historias de personas, de paisajes. El Correo de Andalucía ha contado un siglo de Sevilla. Hoy se cuenta a sí mismo a través de los que estuvimos, fuimos y sentimos aquellas paredes como una extensión de nuestra propia familia. ¿Tú qué recuerdas, Oli?
Pues yo recuerdo también a la tal Carlota haciendo una cosa que llamaban El Correo Agrario. Y a una tal Iria, que salía y entraba mucho en la redacción, que iba y venía de ver no sé cuántos muertos con la poli. En la mesa de edición, una tal Inma manejaba de arriba a abajo unos folios a los que llamaba «planillo». Y al fondo, un tal Juan Carlos, entre palabros y apodos que sólo entendían él y sus compinches, imprimía en color varias opciones de fotos de portada. Ehhhh… También había un tal Morente en aquella Carretera Amarilla que hacía otra cosa a la que llamaban El Correo de la Provincia. Y hablaba por teléfono con muuuuchos alcaldes una tal María José. Y espera, espera, Patri, que me acuerdo también de un tal Paco Veiga, que lo mismo te soltaba una perorata en ruso que se ponía a contarte historias de los barrios. «Ché, boluda», me decía un tal Claudio cada vez que me equivocaba. Y cuando no, también. Creo que la primera vez que supe que la Esperanza de Triana y la Esperanza Macarena no eran la misma Virgen fue leyendo una crónica de un tal Pepe Gómez Palas. «A mí que no me toque cubrir la Semana Santa», me decía una tal Ana Trujillo, una becaria muy lista a la que le encantaba trabajar en Deportes con un tal Pepe Elías.
Mis primeras imágenes de El Correo tienen ya 14 años. Y Carlota Muñoz, Iria Comesaña, Inma Rivera, Juan Carlos Rodríguez Aparicio, Antonio Morente, María José García, Paco Veiga, Claudio Guarino, Pepe Gómez Palas, Pepe Elías y Ana Trujillo -si me he olvidado de alguien ha sido para quitarle 14 años de canas o arruguitas*– siguen peleando por El Correo de siempre, por El Correo de todos los que nos fuimos, por El Correo al que tanto debemos y al que tanto tanto, tanto quisimos. Y queremos, Patri, y queremos.
Ay, Oli, pues yo vuelvo a cerrar los ojos y veo a mucha de la gente con la que crecí haciendo una entrevista, con la que me emocioné defendiendo su misma lucha y con la que me enfadé tras descubrir tres o cuatro mentiras. La noche que dije adiós, cogí una caja y guardé un montón de papeles que creí importantes. Bajé aquella escalera preguntándome si había vida después de aquel periódico que me había dado tantas cosas y por el que sentía un cóctel de emociones difícil de definir. Hoy veo a Manuel Ruiz Rico, a Manuela Reyes, a Mónica Ureta, a ti y pienso que nunca trabajé con nadie mejor. En aquella sección, donde peleábamos por una historia como si nos fuese la profesión en ello, donde luchábamos por hacer el mejor reportaje aunque apareciese en las páginas más comunes, las que parecía que nadie leía. Aquellas páginas que nos invitaban cada día a ser mejores y a través de las que soñamos con hacer el mejor periodismo. Las mismas páginas por las que seguimos queriendo a ese periódico.
Pues sí, Patri. Porque El Correo, el de ayer, el de hoy, el de siempre, simboliza en estos días más que nunca lo que tanta gente necesita en la calle: una oportunidad. Así llegó a mis manos. Yo no soñaba con trabajar en otro periódico que no fuera El Correo. Llegó a mi vida como la gran oportunidad, la oportunidad de trabajar en el oficio más bonito del mundo -¡El más bonito del mundo!-. La oportunidad de ser mejor persona, de crecer. La oportunidad de encontrar grandes amigos y, ¡venga!, seamos románticas, El Correo también me dio la oportunidad de amar. Jajaja
¡Y de reír! ¿Te acuerdas de aquellas noches en Los Jiménez? El bar, empapelado de carteles de conciertos en La Barqueta, ya no está pero siguen en el ambiente las bromas inconfundibles de Miguel Ángel Parra -¡hombre ya!-, los debates improvisados de madrugada tras catorce horas de trabajo, donde Carmen Rengel soñaba con Jerusalén, o Raúl Bocanegra seguía persiguiendo el próximo Tema del Día. Luego llegó Artacho y se bebió la noche… Como aquel hombre al que definió en uno de sus obituarios.
En El Correo reímos hasta la saciedad con los buenos momentos y descubrimos, mucho más en los malos, que esta profesión era nuestra vida. Es nuestra vida. «¿Todavía estás en El Correo a estas horas?», me pregunta muchas noches mi madre por teléfono, Patri. ¡Catorce años después! Porque para mis padres, trabaje donde trabaje, no existe más periódico que El Correo. Puede que a usted, que está leyendo estas líneas frente al ordenador o manchándose los dedos de tinta pasando las páginas de El Correo en alguna cafetería, sienta este relato como ajeno. Pero sepa que detrás de las historias que lee cada día están ellos, gente que cree por encima de todo en una cosa: el periodismo.
Sevilla, noviembre de 2013
*Esto va por Nieves, Irene, Horacio y Juan Ramón. Un abrazo.