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Las limitaciones
Reflexiones a bordo de la Feria del Libro de Madrid: "La industria editorial boquea entre la tradición de un mundo que ya no existe y la adaptación desesperada a algo que casi nadie entiende".
Fin de la jornada, en ese espacio entre la tarde que se acaba y el principio de la cena, decidimos que no tenemos estómago para aguantar el informativo. En la tele un programa de entretenimiento donde, en media hora, se hacen y deshacen parejas al ritmo del minutero. Un chaval con pinta de Cristiano Ronaldo, el futbolista de piel naranja, opina que la chica que le ha tocado en suerte no es suficiente para él. Sus atributos son un espectacular cuerpo de gimnasio y una incapacidad notable para coordinar dos frases. Está prendado de sí mismo. Si se viera como le veo yo, enterraría la arrogancia de machito y daría, educadamente, las gracias a la chica que ha aguantado sus impertinencias en una cena absurda. La ignorancia es atrevida, quien no es consciente de sus limitaciones se vuelve un temerario moral.
Leo, a pie de caseta en la Feria del Libro, un prólogo sobre una publicación que parece interesante, una de esas obras que se imprimían en revistas alemanas de entreguerras. En vez de adelantarnos la novela, de crear una expectación al posible lector, el texto introductorio se dedica a mostrar cuánto sabe quien lo ha escrito. Apenas alcanzo a pasar un par de páginas saturadas de datos y fechas mezclados con la tosquedad de la mampostería de barro y paja. Está claro que el catedrático al que se lo han encargado profesa una erudición barroca por el tema, casi tanto como una incapacidad para entender que él y sus amplios conocimientos no eran los protagonistas. Limitación por alejamiento. Saber tan sólo para ti mismo es otra forma de masturbación.
Mientras que voy apresuradamente al baño y enciendo un cigarro me encuentro con un exlibrero y amigo con el que intercambio unas frases sobre la próxima campaña electoral. Opinamos que la repetición estratégica sentará mal a la izquierda. Se ha utilizado la épica hasta la extenuación y lo que parece que todo el mundo busca, aquí y ahora, es una resolución al momento de indefinición actual. Un discurso épico, netamente emocional, vale cuando la caballería va a entrar en batalla repartiendo sablazos, cuando la resolución es inmediata y definitiva. Pase lo que pase a finales de junio hay más cansancio que empatía, más ansiedad que perspectiva, más inquietud que certeza. Incapacidad de haber sabido escribir un buen punto y seguido de la historia el pasado diciembre. La imaginación es la memoria del futuro, el peso de la precariedad su ancla.
Por la mañana, en la Feria, no hay más que niños y jubilados. Ambos felices, cada uno a su manera. Mientras que los escolares, de excursión, parecen pajarillos alborotados por la primavera, los ancianos se mueven como tortugas buscando el sol. Rompiendo lo habitual una nube negra de fotógrafos y cámaras, al menos medio centenar, rodean a una figura con la mirada perdida y el andar agitado: Albert Rivera. Veo con claridad el resultado de la operación, las frases de los redactores glosando el interés del político por la cultura. La realidad es que no se detiene en ningún puesto, que su visita no es más que intrusión, una acción pensada exclusivamente en base a su repercusión mediática. Rivera es un artefacto al que apuntar el objetivo, y ese, su máximo valor, es también su máxima limitación: el conflicto no puede ser vadeado indefinidamente desde la medianía y la imagen.
Quedo a comer en las cuatro horas de descanso con un periodista al que hace tiempo que no veo. Ahora está trabajando en uno de esos empleos que se relacionan con el oficio desde lo tangencial, una actitud de supervivencia, una elección obligada. Me cuenta que ha pasado de los rigores del desempleo a la frustración de realizar una actividad que, bajo la apariencia de la modernidad, tan sólo es una excusa para cimentar lo existente. Me dice, con sorna, que su problema es que está limitado por la ideología y que, pudiendo disfrutar de un entorno de oportunidades y reinvención, sólo se dedica a desestructurar la conveniente mentira. Y eso lleva a la escisión mental, cosa poco agradable. Una limitación por realidad, entre los deseos y el asfalto, entre saber cómo es nuestra realidad y poder transformarla, no como gesto heroico de novela, sino tan sólo como adecuación de lo razonable a lo vivencial.
El paso del tiempo es más severo cuando se han ido años trabajando para enriquecer a otros. Lo pienso entre albaranes, cajas y polvo, mientras que escucho por megafonía los nombres de los que supieron dar el salto del barro a la tinta. Luego veo a un escritor consagrado con columna en un dominical y pelo canoso y rizado tan solo como el año en que firmé yo. Cosas de una industria editorial que boquea entre la tradición de un mundo que ya no existe y la adaptación desesperada a algo que casi nadie entiende. Son las limitaciones de haber sustituido a los editores por jefes de marketing y lo que había dentro de los libros por el objeto en sí. Lo de vender por vender -la figura de desguace televisiva, el youtuber- son pan para hoy y hambre para mañana. Los compradores no son lectores. A lo mejor lo de llevar 25 años editando el mismo libro una y otra vez con títulos o autores diferentes tiene algo que ver en todo esto. A lo mejor la única forma de que la literatura vuelva a servir para algo es cargársela del todo y empezar de nuevo.
Una niña va de la mano de su padre. Mientras que él se despista buscando algo en el mapa ella me mira y sonríe, con esa mezcla entre curiosidad y vergüenza. “¿Papá, ese de ahí es famoso?” le pregunta la pequeña señalándome. Y sí, en en su presunta ingenuidad ella resume todo a la perfección, en su observación, aún, carece de limitaciones.