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Nosotros, los que no podemos
El autor dice sentirse solo y atrapado "entre los que dan prioridad a obedecer a la troika y los que dan prioridad al nacionalismo"
Lo último que deseamos es que el PP vuelva a gobernar. No queremos votar en blanco ni quedarnos en casa (eso favorecería a la derecha); pero nos hemos quedado sin candidato de izquierdas. O mejor: nos han dejado sin candidato. Nosotros no podemos. No podemos votar al PSOE, un partido que ha traicionado demasiadas veces su palabra; ha asumido el relato de la derecha (su mismo diagnóstico de la situación económica) y acaba de dejar en bandeja al PP una mayoría de bloqueo en el Senado que hará difícil una muy necesaria reforma constitucional.
Imposible votar al PSOE de la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución. Gracias a esa reforma prima pagar la deuda pública antes que cualquier otro gasto del Estado. ¿Dónde estaba Pedro Sánchez mientras Zapatero aprobaba esa reforma y otros recortes? En su escaño, votando disciplinadamente a favor de esas medidas dictadas por la troika. Luego, ya como secretario general, Sánchez se desdijo: es muy de cambiar de opinión.
El candidato del PSOE parece capaz de cualquier concesión a la derecha con tal de llegar al Gobierno y salvar su inestable silla, amenazada desde Sevilla (perdón por el chiste). Cambió de opinión sobre el artículo 135, cambió de opinión sobre Ciudadanos, cambió de opinión sobre sus palabras contra Rajoy en el pasado debate televisivo. Ahora sitúa a Adolfo Suárez como su referente, en una nueva concesión al extremo centro. Funciona Sánchez como el muñeco de un ventrílocuo. No sabemos qué mano le mueve la boca, pero lo sospechamos. Votar es otorgar confianza y, de momento, otorgarle la confianza a Pedro Sánchez parece una maniobra arriesgada.
Pero cientos de miles de votantes de izquierdas tampoco queremos votar a Podemos. No queremos votar a un candidato que ha equiparado en urgencia e importancia las necesidades reales de millones de ciudadanos (dependientes, parados, jubilados y jóvenes precarios) a las supuestas necesidades del nacionalismo, incluido el nacionalismo de la derecha democristiana catalana. Somos de izquierdas y, por tanto, antinacionalistas. No creemos en las naciones, ni en España, ni en Cataluña ni en ninguna. Creemos en los individuos, nuestra prioridad son las conquistas sociales y el Estado de Derecho. Punto. Votar a Podemos supone votar a favor de la agenda de Artur Mas, ése izquierdista… Tampoco podemos votar a un candidato, Iglesias, que considera a Arnaldo Otegi un hombre de paz.
No podemos votar a un candidato que, para construir un neoperonismo transversal a la española, está instrumentalizando la buena fe de millones de ciudadanos progresistas. No podemos votar a un candidato cuyo referente es Julio Anguita, el político que, gracias a la pinza, facilitó la llegada de Aznar al poder. No podemos votar a un candidato, Iglesias, que acaba de dar oxígeno al PP y lo ha puesto en disposición de volver a gobernar. Si Pedro Sánchez tiene mucho que demostrar para ganar, Iglesias tampoco lo es (y mucho menos si a todo esto sumamos sus concesiones sobre temas como la OTAN, la deuda o la jubilación…).
Tampoco podemos votar a candidatos de partidos minoritarios de izquierda. Los que quedaban o han sido fagocitados por Podemos (entre otras cosas para conseguir diputados, porque la Ley Electoral les pone mucho más difícil obtener escaños en solitario), o son tan pequeños que darles nuestra confianza sólo sirve para hurtar posibilidades a las formaciones que pueden desbancar a la derecha del Gobierno.
Estamos solos, atrapados entre los que dan prioridad a obedecer a la troika y los que dan prioridad al nacionalismo; dos partidos que, además, se sostienen orgánicamente en precario: un PSOE vaciado, heredero del austericidio, y un Podemos prisionero del nacionalismo. No nos gustan, no nos convencen, no lo están haciendo bien. Quizá acaben teniendo nuestro voto, porque no votar es igual que votar al PP; pero no tendrán nuestra confianza. Son el mal menor, pero el mal al fin y al cabo.