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Nuevos indicios lo confirman: somos idiotas
El autor reflexiona sobre las consecuencias del modelo de crecimiento basado en combustibles fósiles: "Pese a todo, seguimos apostando por él, lo cual confirma que somos idiotas, en el sentido literal del término".
Más de 430.000 personas mueren cada año en Europa prematuramente a causa de la contaminación atmosférica. Las cifras no provienen de ninguna ONG, de ningún grupo ecologista ni de ningún lobby; sino de la Agencia Europea de Medio Ambiente y fueron publicadas hace sólo unos meses. En concreto, esas muertes son debidas a las partículas en suspensión (PM), el ozono troposférico (O3) y el dióxido de nitrógeno (NO2).
Hace sólo unos días varios medios informaban de la existencia de los primeros refugiados climáticos en Estados Unidos. Se trata de los habitantes de una pequeña isla perteneciente al Estado de Luisiana y situada en el Golfo de México. El Gobierno de EEUU ha aprobado una partida de 42 millones de euros para llevar a los 60 habitantes de la isla a tierra firme. Desde 1995 el 98% de la superficie de esta isla ha sido engullida por el mar, cuyo nivel ha crecido a causa del calentamiento global. Podían haber intentado construir diques y otros medios de contención; pero saben que el nivel del mar seguirá subiendo y que, a medio plazo, construir protecciones será tirar el dinero. El calentamiento global es un hecho científico que hasta hace pocos años muchos neoliberales se permitían negar (incluidos Mariano Rajoy y su primo). Si eres idiota (o neoliberal) todavía no estarás muy seguro de que el cambio climático sea un hecho.
Los dos fenómenos anteriores (las 430.000 muertes prematuras al año en Europa y el surgimiento de los primeros refugiados climáticos, cuyas tierras son anegadas por el mar) están relacionados entre sí. Son consecuencia de un modelo de crecimiento basado en combustibles fósiles: el petróleo, el carbón, el gas natural y el gas licuado del petróleo. Pese a todo, seguimos apostando por ese modelo, lo cual confirma que somos idiotas, en el sentido literal del término.
Ya lo explicamos en otra ocasión: la palabra idiota es un término griego y etimológicamente hace referencia a aquel individuo que sólo piensa en sí mismo y que sólo se preocupa por lo privado, por lo que le afecta a él, desdeñando lo público. En Grecia, todavía hoy en día, cuando usan el adjetivo privado (como lo podemos usar nosotros para referirnos a un médico privado o un jardín privado) emplean la palabra idiotikó.
La semana pasada se publicó el estudio Españoles ante la Nueva Movilidad: percepciones y hábitos de compra de vehículos. Ese estudio, elaborado por Pons Seguridad Vial y para el que se preguntó a más de 4.000 personas, ha revelado que sólo a un 17% le preocupan la cantidad de emisiones de un coche a la hora de comprarlo. Así que podemos decir que el 83% de los encuestados son netamente idiotas. El precio es lo más importante para el 66% de los entrevistados, con independencia de lo que contamine o no un coche.
En España al año mueren de manera prematura a causa de la contaminación unas 27.000 personas. Pese ello, todavía hay idiotas que piensan que lo único importante es su bolsillo, como si el aire que respiran no fuera tan suyo, o más, que el dinero que tienen en la cuenta corriente (o, peor, el que pedirán prestado al banco). No deja de ser paradójico que ni siquiera sepamos ser idiotas.
¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de esto? Hay varias razones. Una es la mera ignorancia (una ignorancia consciente, voluntaria, culpable). Quienes deberían leer que al año mueren prematuramente en Europa 430.000 personas por la contaminación nunca leerán este artículo. La otra razón, mucho más poderosa, es el lavado de cerebro y la desinformación que sin descanso llevan a cabo las grandes compañías automovilísticas y petroleras. Personalmente, me parece un insulto a la inteligencia que todavía haya marcas de automóviles que publiciten vehículos contaminantes. Creo que en unos años nos parecerán tan impensables esos anuncios como ahora nos lo parecen los de tabaco o alcohol.
Entre las campañas de las compañías energéticas (y especialmente las petroleras), la última -de Repsol-, nos considera máximamente estúpidos. Tanto, que no dudan en delatarse al contarnos hasta qué punto el petróleo hipoteca nuestras vidas y las de nuestros hijos. La campaña Mejoremos la energía que nos rodea nos muestra cómo el petróleo y sus derivados está en nuestras casas, viajes, en nuestro ocio y en la sanidad: en nuestras zapatillas de deporte, en las pinturas de las paredes, en los envases, en los aislamientos térmicos, en los circuitos y carcasas de las tablets y los móviles, en los asientos del coche y en su motor, las mascarillas desechables de los cirujanos, los suelos de los quirófanos, las colchonetas de las camillas… Una auténtica metástasis, un catálogo de todo aquello que hay que reinventar y repensar, porque el petróleo y sus derivados debe ser erradicado progresivamente de nuestras vidas como si de células cancerígenas se tratara.
El petróleo contamina en su extracción y también en su transporte, procesamiento, distribución y consumo. Pero no parece preocuparle a nadie. Las petroleras tienen mucho dinero para lavar su imagen. Ese dinero es el que nosotros, los idiotas, les seguimos dando. Con él realizan emotivas campañas publicitarias y patrocinan un sinfín de eventos solidarios y deportivos, a la vez que su modelo de negocio hipoteca nuestro futuro. Cuanto más presente está una compañía está en grandes acontecimientos deportivos, cuanto más invierte en publicidad, tanto más sospechosa es. Aun así nos da igual. Nos tratan como a idiotas. Por algo será.