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Confluir: las exigencias de una empresa
El autor alerta sobre el peligro de que Podemos e IU-UP se limiten a sellar una coalición de partidos por arriba.
Tras las declaraciones de Iñigo Errejón, en las que reconocía su disposición a “sumar con Izquierda Unida” para “dar un empujón al gobierno del cambio”, casi todas las vías que llevan a la confluencia parecen desbloqueadas. Ahora bien, este desbloqueo, digno de celebrarse, ¿garantiza la verificación de un proceso confluyente, con todas sus exigencias? Aun a riesgo de resultar un aguafiestas, permítaseme dudar de ello.
La situación política actual, caracterizada por la mutación ideológica y cultural del país y por un importante relevo generacional, hace prácticamente inútil cualquier tipo de pronóstico. Hasta que las posiciones no se reacomoden, e ingresemos en un periodo de aparente estabilización, la prognosis será un deporte de alto riesgo. Por eso parece demasiado aventurado anticipar que, en nuestra segunda vuelta electoral, los resultados de la confluencia entre Podemos e IU equivaldrán a la suma de sus votos actuales, superando los seis millones de votantes y, por tanto, al Partido Socialista. Este cálculo, válido, muy probablemente, para el caso de haberse confluido el 20-D, acaso no sea aplicable momento actual, después de cinco meses de actuaciones que han podido pasar factura a los actores políticos progresistas.
Si acudimos al laboratorio de la historia, y observamos los procesos de unidad popular que resultaron victoriosos en la Francia y la España de los años 30, comprobaremos que los requisitos que entonces se cumplieron distan de verificarse a día de hoy. En primer lugar, los frentes populares terminaron produciéndose por la urgencia inaplazable de la lucha contra el fascismo. Hoy, pese a los síntomas alarmantes que presenta esta regresión neoliberal, no parece que sea la necesidad de frenarla lo que espolea la confluencia, más centrada, en este segundo asalto, en la conquista del poder institucional. En segundo lugar, los frentes populares fructificaron, ante todo, por la formidable presión popular ejercida por las militancias radicales, republicanas, socialistas y comunistas. Hoy, sin embargo, las confluencias parecen responder más bien a estrategias directivas que a exigencias de las bases expresadas en actos multitudinarios.
Los paralelismos históricos no son, de todas formas, infalibles, aunque puedan señalar indicios de interés. Ateniéndonos a la fisonomía más estricta de nuestro presente, también podemos extraer orientaciones de relevancia. Los cambios sucedidos en el terreno político en este país, tienen buena parte de su origen en el 15-M y en la contestación que éste encarnó contra el secuestro oligárquico de nuestras instituciones. La respuesta organizada a la que el movimiento dio lugar, Podemos, nació con el firme propósito de articular un instrumento al servicio de la ciudadanía para reapropiarse de las instituciones, y ponerlas de nuevo a su servicio, liberándolas de su patrimonialización por parte de los privilegiados. Es este hilo rojo el que sigue explicando en última instancia a día de hoy las victorias y el ascenso de Podemos. Y es, a mi entender, el que debe seguir desenrollando la dinámica de la confluencia.
Por este motivo, apostar por ella no debe equivaler a optar por una simple coalición de partidos. Su lógica es más exigente, y los buenos resultados que pueda rendir dependen del cumplimiento de sus imperativos, los cuales pueden concentrarse en tres: procedimiento, personas, programa.
Es harto probable que la confluencia entre Podemos e Izquierda Unida–Unidad Popular se traduzca, en la práctica, en una conservación de las listas del partido morado, con la correspondiente apertura de huecos para colocar a los candidatos sugeridos por la coalición de izquierdas. Con ello, se superpondrían dos errores: el cometido por Podemos con sus listas plancha, y el cometido por IU-UP en las provincias donde las primarias resultaron un bochornoso simulacro. Dejaría, pues, de aprovecharse la oportunidad para enmendarlos recurriendo al único procedimiento que se acomoda a la lógica confluyente: el de las primarias abiertas, igualitarias y ciudadanas con los consiguientes dispositivos de seguridad que garanticen la pluralidad y soslayen los ‘brazos de madera’ y la sindicación de intereses.
Con la repetición práctica de listas, y la sola variante de abrir huecos que amplíen la representación parlamentaria de IU-UP, también se perderá la ocasión de enmendar el error de haber colocado en las cabeceras de listas provinciales a numerosos paracaidistas, a mediocres y grises hombres de aparato y a sujetos carentes de todo liderazgo local y estatal. La virtud de las prácticas de confluencia, con el cumplimiento de sus exigencias procedimentales, es precisamente la de colocar en posición de partida a personas de liderazgo contrastado, con trayectoria marcada por el compromiso cívico, de perfil y honestidad socialmente reconocidos, que doten de visibilidad, y anticipen en potencia, las dimensiones del cambio que querrían abanderar. Por más escándalo que despierte, esta previsible carencia sólo puede suplirse con la práctica de los denostados ‘fichajes’, siempre que se hagan con criterio, atendiendo a las circunstancias locales y primando el liderazgo social sobre la reproducción de los aparatos.
Por último, la confluencia debe producirse sobre la base de un marco programático común, donde se concilien la participación ciudadana en su elaboración y la intervención de cuadros técnicos que confieran solvencia y credibilidad a las propuestas planteadas. Este aspecto, por lo que se conoce hasta el momento, quizá sea el mejor cumplido de todos, aunque quedan por conocer los resultados.
En conclusión, si Podemos e IU-UP, más que promover una confluencia de las energías sociales que empujan hacia el cambio se limitan a sellar una coalición de partidos por arriba, es harto probable que los resultados (multiplicadores) esperados de la unión no lleguen a producirse. Las grandes dosis de vieja política, opuesta al germen democrático del 15-M, aplicadas a esta suerte de coalición impedirían satisfacer las expectativas; circunstancia que, en el infausto caso de ocurrir, confirmaría injustamente en sus posiciones a quienes hasta hace pocas semanas rechazaban de plano cualquier atisbo de confluencia.