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Mírala, otra señorita alardeando de puta en la playa
"Es obvio que las fiscales pueden opinar lo que quieran, pero no en un escrito judicial", sostiene la autora sobre las frases que emplea el Ministerio Público en el caso de Rita Maestre.
Hace unos días, un camarero me llamó señorita. «Señorita, ¿quiere usted hielo?», me preguntó. Dios, qué momentazo, acostumbrada desde hace unos años a que me llamen señora. Fue como cuando te pones una de esas ampollas para eliminar de inmediato las líneas de expresión -en otro tiempo llamadas arrugas- y en un instante descubres que son un timo. ¿Cóooomo? ¿Este imbécil me ha llamado señorita? Me tomé el aquarius intentando recordar las veces que me había visto en la obligación de elegir, en cuestionarios incluso oficiales, entre señor, señora o señorita.
Días más tarde, leo el siguiente titular en la portada de Infolibre sobre el caso de Rita Maestre: «La Fiscalía de Madrid: Las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas». Sigo leyendo absorta. «La fiscal llega a escribir que «falta de protocolo y falta de saber estar sería que [Rita Maestre] se quedara en sujetador en un pleno del Ayuntamiento. Pero eso, no lo ha hecho». ¿Pero dónde ha escrito esto esta mujer?, me pregunto algo ingenua. Imaginando, por supuesto, que lo ha hecho en un periódico.
Porque, parafraseando sus líneas, es obvio que las fiscales están en su derecho de opinar lo que quieran, incluso de alardear de lo que opinan. Pero en una tribuna, en el bar, en una entrevista, en una conferencia, en su casa, en la playa… No en un escrito judicial. Dice la fiscal que hay motivos sobrados para condenar a Rita Maestre. Que la condene. Dice la fiscal que el Código Penal recoge la protección de todas las religiones. Que lo aplique. Estaremos o no de acuerdo. Lo que no puede hacer una fiscal, por mucha, poca o ninguna razón que lleve, es divagar, suponer, opinar y dar lecciones de moralidad, de ética o de filosofía en un escrito, insisto, judicial.
Según su razonamiento, de la misma manera que Rita Maestre no debe quedarse en bolas en el altar por ser un lugar sagrado para los católicos, las fiscales -los fiscales, los jueces y las juezas- no deben, repito, opinar, suponer, divagar ni dar lecciones de ética o moralidad en el ejercicio de su profesión, por ser la justicia un concepto sagrado para los ciudadanos. Si digo que a mí no me interesa lo que opine una fiscal, mentiría. Pero es a la fiscal a la que no debería interesarle que sepamos qué opina del caso que tiene en sus manos, porque corre el riesgo de que juzguemos su trabajo de manera injusta.
Según la fiscal, en la playa sí es normal estar sin sujetador para broncearse todo el cuerpo. ¿Normal para quién, según qué artículo del Código Penal deja de ser normal algo? Para ella, para mí, para miles y miles de personas puede ser normal enseñar las tetas en el mar, pero no para aquellas que todavía hoy sostienen que mostrar las tetas en la playa y llevar la falda demasiado corta a los toros son cosas que no deben hacer -como las llama también la fiscal- las señoritas.
Y ahí entramos en otro terreno peligroso. Porque imaginemos, supongamos -esto es un artículo de opinión- que es esa misma fiscal la que está tomando el sol tranquilamente en topless. E imaginemos también, supongamos, que un señor o una señora para los que no es normal ni decoroso enseñar las tetas en la playa, la vea y piense: mírala, otra señorita alardeando de puta en la playa. Qué injusticia.