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Svitlana, superviviente de Chernóbil: “Cualquier central nuclear es una bomba”
30 años después de la peor tragedia nuclear, una de las supervivientes de Chernóbil charla con La Marea sobre aquel 26 de abril de 1986.
Svitlana -o, como le gusta que la llamen, Svieta- habla despacio. Se defiende a la perfección en castellano, gracias a su labor al frente de la asociación Chernóbil Elkartea, que desde los años 90 trae a niños de la zona afectada por el accidente nuclear al País Vasco. Allí pasan temporadas «limpiándose de la radiación, comiendo alimentos seguros y, en definitiva, siendo felices», cuenta. Es una de las supervivientes de la peor tragedia nuclear del s XX, de la que hoy se cumplen 30 años. Y a pesar de que luce una sonrisa perenne, las lágrimas no tardan en brotar de sus grandes y expresivos ojos azules al hablar de aquel fatídico 26 de abril.
«Yo tenía 12 años», recuerda. «Fue un día normal, como otro cualquiera: por la noche escuchamos muchos coches en la carretera que pasaba al lado de nuestra casa, pero no le dimos demasiada importancia. Por la mañana fuimos al colegio, y mi familia a trabajar el campo. Hacía muy buen tiempo, como hoy». Svieta y su familia, como todos los habitantes de su aldea, tardaron una larga semana en conocer lo que había sucedido en la central. Su pueblo estaba -y sigue estando- a 35 kilómetros de Chernóbil, lo que lo situaba al borde del área de evacuación que estableció el gobierno de la entonces Unión Soviética, la llamada Zona de alienación o Zona muerta, aún hoy vigente.
Aparentemente, nada cambió. «Las autoridades comenzaron a informarnos de lo sucedido el 1 de mayo. Nos dieron una serie de indicaciones sencillas: no beber leche, limpiar la fruta antes de comerla… y poco más. Cada cierto tiempo venían técnicos a hacernos revisiones para controlar el nivel de radiación de los habitantes de la aldea. Para los médicos era algo nuevo: nunca habían visto nada parecido».
La caída de la Unión Soviética no contribuyó a mejorar la situación: «Éramos libres, pero la situación económica empeoró más y más, y la gente no podía comprar los medicamentos». Ahora, con la guerra, la desatención no ha hecho sino agravarse: «Las pensiones son miserables y las ayudas a los que fueron liquidadores, muy escasas. En general, las condiciones de vida de la gente son muy precarias. Apenas hay dinero para vivir. Estamos solos. A ello se le añade el grave problema del alcoholismo en la zona y las nulas perspectivas de futuro para los niños».
A pesar de que la cifra oficial de muertos en el accidente fue de 31, se calcula que la radiación de Chernóbil afectó de manera directa a cinco millones de personas que siguieron viviendo en áreas contaminadas. «Al primer mes, mi hermana presentaba unos niveles muy elevados de radiación. Lo normal es 50 milisieverts y ella tenía 240», cuenta Svieta. «En el 92 nos trasladamos a los Cárpatos, donde vivimos dos años». Pero las consecuencias de la catástrofe tardaron algo más en hacerse visibles. «En 2000, mi primo, que había trabajado como liquidador -los tabuladores que se encargaron de la limpieza de la central- murió de cáncer de sangre. En 2003, mi tío, de cáncer de garganta. En 2010, mi madre también contrajo la enfermedad: falleció en 2014. Y ese mismo año se lo diagnosticaron a mi hermano, que ahora está hospitalizado». Svitlana hace un silencio prolongado, toma aire y reconoce: «Tenemos miedo de hacer la siguiente revisión. No puedo decir qué es la vida: vamos superando el día a día. Es muy duro».
Un futuro libre de energía nuclear
Hoy, Ucrania homenajea a las víctimas de la catástrofe. «Hay una ofrenda floral y un réquiem en memoria de los fallecidos, pero poco más», lamenta Svieta. «Cuantos más años pasan, más duele darse cuenta de que el mundo no quiere cambiar, a pesar de lo que nos ha tocado vivir a nosotros». Todos esos años han hecho de Svitlana una firme luchadora contra la energía nuclear. «Quiero explicar a la gente que cualquier central nuclear es una bomba. En cualquier momento puede volver a ocurrir lo que nos sucedió a nosotros. Lo hemos visto con el caso de Fukushima. No tiene que ver con el índice de desarrollo de un país: sí: Ucrania era pobre y parte del bloque soviético, pero el riesgo es el mismo en una economía tan desarrollada e hipertecnológica como la japonesa. Los riesgos de la energía nuclear no entienden de fronteras».
Pese a todo, Svieta se muestra convencida de que, más pronto que tarde, el mundo verá el final de la energía nuclear. «Quizá no en todos los países, pero sí en una mayoría. Porque la vida vale más que los beneficios de la energía nuclear, y hay alternativas seguras para que nadie más vuelva a sufrir lo que sufrimos en Chernóbil».