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Día 5. Del campo de Moria a los chupa chups de Pikpa
Gracia Maqueda, una trabajadora social sevillana, viaja a la isla griega junto con otras cuatro personas más para ayudar a los refugiados in situ y denunciar el cierre de fronteras. Durante una semana, escribe en La Marea su testimonio.
Quiero comenzar mi crónica de hoy aportando un nuevo dato a la de ayer. Hoy en la mañana hemos tenido un encuentro con una chica griega que conoce bien sobre el terreno la labor que realizan las distintas ONG, asociaciones y activistas-voluntarios que trabajan por solidaridad con los/as refugiados/as en Lesbos. Hemos hablado del cementerio al que fuimos ayer en la tarde, y nos ha comentado que de él se ocupa un grupo de personas sirias, que recibe los cuerpos, los prepara y los entierra, y que el cementerio está en suelo municipal. Quería aclarar esta cuestión porque hoy me siento algo más consolada que ayer, y porque creo que es justo compartir esta información que de nuevo habla de amor y respeto entre la gente del pueblo. Mantengo todas y cada una de las palabras que se dirigían a los verdaderos culpables de esta tragedia humana.
Y después al campo de Moria, llamado oficialmente campo de registro. Tres mil personas esperan día a día un futuro aún incierto tras unas vallas metálicas en las que han colocado las brutales concertinas que los migrantes africanos conocen tan bien, instrumentos que cercenan la carne de seres humanos que tienen el legítimo deseo de buscar el bienestar y la felicidad en otras tierras.
Moria es un lugar infame, donde desde al minuto uno se nos dice por parte de la Policía griega que no podemos grabar vídeos, hacer fotos o hablar con las personas que deambulan detrás de las vallas. Han llegado algo tarde. La compañera Sofía ya ha grabado un vídeo, que he adjuntado a la crónica.
El mismo policía nos invita a acompañarlo para que salgamos del camino paralelo al campo, por el cual caminamos. Le preguntamos que por qué no se puede hablar con las personas que están ahí. Está enfadado, no se fía ni un pelo de nosotras y nos dice continuamente que ellos (los de dentro) están bien, que no pasa nada. Nuestra sensación es totalmente la contraria.
Moria es un campo de detención donde hombres, mujeres y menores viven en grandes naves que el Ejército griego está construyendo, separados por nacionalidades, sin apenas libertad de movimiento. Por el camino por el que somos amablemente acompañadas por la Policía, decenas de jóvenes cargan sus móviles en alargaderas que están enchufadas en puestos de comida rápida en los que se vende lo que los de dentro puedan comprar. Los vendedores se acercan a la valla y les preguntan que qué quieren… La comida es escasa en Moria.
Logramos hablar con un chico congolés. Le cuenta a Charlotte, otra compa de la brigada, que en el campo son unos 25 congoleños. Suelen dormir en el suelo, y no siempre es fácil que puedan comer. Desconocen qué va a ser de ellos en cuanto a su solicitud de asilo.
Hoy la temperatura es muy alta en Lesbos. No quiero imaginar el calor que pasarán las tres mil personas encerradas en el campo de Moria si esta situación de incertidumbre se prolonga al verano.
Nos vamos de allí con rabia contenida. Nos vamos para seguir contando lo que hemos visto, vivido y sentido en el camino de polvo de uno de los laterales que circunda el campo de registro de Moria, en la gran infamia del campo de detención de Moria.
Por la tarde asistimos a una reunión de las asociaciones que trabajan con los refugiados en Lesbos. Se reúnen en el campo de Pikpa. Van a estudiar la situación actual (que aquí cambia muy rápidamente) y qué postura tomar ante la próxima visita del papa a la isla. Algunas de nosotras se sientan en la gran mesa junto a activistas llegados desde muchos sitios del mundo. Yo reparto chupa chups entre los niños y niñas del campo. Se trata de un encargo que me ha hecho mi hermana Macarena, que al darme su donación económica para la brigada me pidió que comprara caramelos para repartir a los menores aquí en Lesbos. Mientras escribo ahorita mismo en mi móvil se asoma a él un chico de unos 8 años que me sonríe. Lleva en la boca la golosina que le di hace un rato.
La dulzura de mi hermana ha llegado a los niños de Pikpa… y me siento muy tiernita al recordar y hacer presente aquí y ahora a mi familia, que con su amor hacia mí ha hecho posible que haya cumplido un sueño. Un beso apretadito a mi hijo Manu, que cumplió el lunes pasado 16 años, mientras yo estaba aquí. Mil gracias a los demás con todo mi corazón.
Atardece. La reunión se alarga…
Día 2. Qué bien estar en Lesbos
Día 3. Los elefantes y los pueblos de Europa
Día 4. El vertedero de la vergüenza. El cementerio de los olvidados.