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Día 4. El vertedero de la vergüenza. El cementerio de los olvidados
Gracia Maqueda, una trabajadora social sevillana, viaja a la isla griega junto con otras cuatro personas más para ayudar a los refugiados in situ y denunciar el cierre de fronteras. Durante una semana, escribirá en La Marea su testimonio.
Hoy hemos visitado dos cementerios. En la mañana, el que la gente de Molivos, pueblo hermosísimo al norte de Lesbos, llama «el cementerio de los chalecos«. Se trata de un lugar muy apartado, muy poco conocido, al que hemos llegado tras las indicaciones de una chica que nos pidió, después de informarnos de la localización del sitio, que no dijéramos a nadie que había hablado con nosotros.
Me es muy difícil expresar en palabras lo que es aquel lugar… Se trata de un vertedero, donde miles y miles de chalecos salvavidas esperan amontonados que un par de máquinas excavadoras los sepulten para siempre. Chalecos de un naranja potente sobre el verde del cerro que parece estar abriendo su boca para tragárselos. Ninguna de nosotras nos esperábamos aquello. Nos acercamos despacio, sin creer lo que estaban contemplando nuestros ojos, que ya empezaban a llenarse de lágrimas.
No esperábamos tamaña indignidad. Había chalecos de todas las tallas, de adultos, de niños y niñas, estos últimos de colores brillantes, de un plástico fino, de esos que les ponemos a nuestros hijos e hijas cuando van a divertirse a la piscina o al mar… Había cientos de botas de agua esparcidas por el vertedero, muchas de ellas de menores, llenas ya del polvo marrón del cerro…
¡¡¡Basta ya!!! Esta UE y demás potencias mundiales (EEUU, Rusia…) no pueden seguir manteniendo esta locura. No deben seguir sufragando una guerra como la de Siria, fomentando conflictos en distintos lugares del mundo y suministrando armamento en una espiral vil e hipócrita que denigra como ser humano a los comerciantes de armas y a los políticos que lo permiten, mientras miran para otro lado y entierran los chalecos salvavidas de los que buscan y piden asilo, amparados por los derechos humanos y los tratados internacionales que la UE ha firmado y se ha comprometido a hacer cumplir.
Salimos del vertedero de la vergüenza indignadas, con la intención clara de hablar y denunciar este lugar porque la denuncia es otro de los objetivos de nuestro viaje a Lesbos. En la tarde hemos estado en otro cementerio. Esta vez en un cementerio de personas. Migrantes que han muerto en estos años de conflicto intentando cruzar los nueve kilómetros que separan las costas turcas del norte de Lesbos.
Mujeres. Hombres. Niños y niñas. Que están enterrados/as en una finca recóndita, creemos que de algún particular. Estuvimos buscando el lugar casi dos horas. Los vecinos del pueblo (Kato-Tritos) nos iban indicando en un inglés muy básico la localización del cementerio, pero no lográbamos encontrarlo, perdidos entre pistas de tierra, en un paisaje monótono de cientos de olivos de troncos centenarios, retorcidos y grises. Cuanto más nos perdíamos, más nos empeñábamos en encontrar el lugar.
Caía la tarde de una radiante primavera cuando dimos con él. Unas 100 tumbas en mitad de la nada, perdidas, olvidadas intencionadamente. Rodeadas de chatarra, cercadas por una alambrada oxidada, juntas las unas a las otras, originando pequeñas montañas de tierra que se rozan entre ellas. Todas con una pequeña lápida de mármol blanco, con el nombre de la persona que allí ha sido enterrada, lejos de su país, de su familia. En algunas lápidas sólo podía leerse «mujer», «hombre» o «infante» y la fecha del entierro.
Muchos jóvenes, la mayoría de 20 años asesinados por esta UE que no permite crear un paso seguro a los que huyen de la guerra, la miseria y la falta de libertad. Niños de seis años, niñas de pocos meses, hombres de 65 años como los que hemos visto en los campos de refugiados que hemos visitado en Lesbos.
Locura. Es lo que he creído sentir esta tarde en el cementerio olvidado de Kato-Kritos. Aunque también mucha paz al haberlos encontrado, leído sus nombres y habiéndoles rendido un homenaje de amor y rebeldía que sin duda se merecen, como todo ser humano.
Día 2. Qué bien estar en Lesbos
Día 3. Los elefantes y los pueblos de Europa