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Las vacaciones de Mónica en el Pireo
Esta farmacéutica cuenta su estancia en el puerto ateniense, donde viajó a ayudar a los 6.000 desplazados que malviven en sus instalaciones.
Mónica Hidalgo es una persona corriente, farmacéutica, una persona normal que no tolera que no sean respetados los derechos humanos y que intenta luchar en la medida de sus posibilidades para que se cumplan, se respeten y se ejerzan. Decidió pasar sus recientes vacaciones en Grecia, colaborando en el cuidado a los migrantes. No lo hizo como trabajadora social, ni como colaboradora de ninguna ONG, simplemente fue su viaje de vacaciones. “La decisión la tomé hace tiempo, viendo los naufragios en el Mediterráneo o el Egeo y cuando empecemos a ver las imágenes de todas las personas desplazadas que estaban llegando a Grecia merced de su buena suerte y sólo con la ayuda de voluntarias”, cuenta.
En un primer momento pensó en viajar a Lesbos: «Pero tras el acuerdo de la vergüenza, entre la Unión Europea y Turquía, mis posibilidades de ayudar y ser útil disminuyeron, ya que yo iba a llegar a Grecia después de que entrara en vigor, y sería más difícil trabajar como voluntaria libre. Tomé la decisión de ir a Atenas, había hablado con gente que vive allí y me habían explicado la situación en el puerto del Pireo y pensé que allí podría ser útil”. No viajó sola. A través de un canal de Telegram y una página en Facebook, creadas para conectar a personas voluntarias, contactó con una chica de Cáceres, Raquel Duende. Según explica, un chico griego las introdujo en aquella realidad: «Nos cedió su casa para nuestra estancia, para que no tuviéramos tantos gastos. La generosidad del pueblo griego no se puede expresar con palabras. En mi opinión podrían quitar a la Unión Europea el Nobel de la Paz y dárselo a Grecia”.
Juntas se desplazaban a diario en metro y autobús hasta el puerto ateniense: «La situación más controvertida es cuando llegan los cruceros vacacionales y ves a las personas haciendo fotos desde la proa del barco como si el campamento fuera otra atracción turística, sin mirar a su lado, donde malviven casi 6.000 personas. Lo peor es cuando bajan del barco y hacen fotos de primeros planos a niñas/os, sin pedir permiso. Esta situación me enfurecía, me generaba frustración e indignación con la raza humana, capaz de hacerse fotos con personas refugiadas y a los cinco minutos estar tomando una copa en un crucero de lujo camino de una paradisiaca isla”.
En el Pireo han pasado días de trabajo agotador. La mañana comienza con una reunión sobre tareas pendientes. Cada persona se presta a realizar aquella donde cree que puede ser más útil en cuatro asentamientos principales: tiendas de campaña, cocina, almacén de donaciones y medicinas. Organizar la ropa para repartir, distribuir comida, gestionar atención médica, mediar en pequeños conflictos. Hay pocas organizaciones grandes trabajando: “Un par de carpas de Cruz Roja. ACNUR trajo un camión de mantas y desapareció, REMAR tiene una carpa para hacer cosas con niños, pero poco más”, describe. Unos 6.000 desplazados de procedencias diversas con meses e incluso años de viaje, «cada uno con una razón para huir, y todas son válidas y respetables, todas deben ser atendidas”.
La convivencia no genera excesivos conflictos a pesar de “la tensión de la situación, la falta de alimentos, la desinformación, los abusos, el miedo… Todo esto -añade Hidalgo- sí que genera cierta conflictividad y se ha materializado en algún que otro enfrentamiento, principalmente entre sirios y afganos”. El escenario es terrible psicológicamente: «No hay nada que hacer, sólo pensar en su situación y observar el futuro suyo y de su familia con incertidumbre y miedo”. Hacer de traductores del árabe o farsi da vida a aquellos que hacen esta labor. El resto no hace más que colas para todo: “un poco de té caliente, un escaso plato de comida o un jersey usado”. Según Hidalgo, la comida, que ha pasado a proveerla el Ejército, llega tarde, en raciones escasas, y en un par de ocasiones en mal estado. Hay ocho duchas portátiles para 6.000 personas: «Muchos griegos llevan a refugiados a sus casas sólo para que se laven”.
Mucha frustración y poca esperanza. La tragedia, los engaños, lo dejado atrás, el dolor, el sufrimiento y la desesperanza no se pueden ocultar. Los jóvenes viajan también con su pasado, sus estudios, sus compañeros: «En una ocasión nos hicimos esta reflexión, sobre por qué no se donaban preservativos. Esta parte tampoco la estábamos cubriendo, como tantas otras”.
Es, en resumen, el reflejo de lo que se está convirtiendo nuestra vieja Europa. Los mismos responsables que criminalizaron a un pueblo por intentar decidir libremente su futuro. El mismo pueblo que a pesar de gobiernos y gobernantes son ejemplo de dignidad y solidaridad ante tanta desvergüenza. Como lo son Mónica, y cientos de personas, como ella, que se desplazan a lugares a los que no deberían acudir si realmente se respetaran los derechos humanos y las personas fueran el centro de la política, no otras mercancías más.