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“Nunca sabremos quién dio la orden de cargar que acabó en la muerte de mi hermano”

Un documental recupera la figura del sindicalista Valentín González, asesinado por un pelotazo de goma de la Policía Nacional en junio de 1979

Paqui González, hermana del sindicalista de la CNT Valentín González, asesinado por la Policía Nacional en junio de 1979. FOTO: S.T.

SERGI TARÍN (VALENCIA) // Paqui González recuerda mucho y poco de aquel día. Tenía 17 años y su hermano Valentín 20. Ella estudiaba y él trabajaba en la colla de estibadores del mercado de Abastos de Valencia. Cargaba fruta con su padre, que llevaba allí toda la vida. El 25 de junio de 1979 la estiba había declarado la huelga tras meses sin cobrar parte del salario. Valentín estaba afiliado a la CNT y era su primera movilización. “Dame un beso por si es el último”, bromeó con su madre. La huelga estaba autorizada, pero la Policía Nacional la disolvió a golpes. “¿Es que no tenéis cojones?”, arengó un mando tras recibir la orden por la radio. Comenzaron los palos y algunos trabajadores se refugiaron en una caseta que acabó desalojada con botes de humo. A la salida, los agentes se emplearon con saña. “¡Ya está bien de pegar a mi padre!”, protestó Valentín. Y un pelotazo de goma a bocajarro le reventó el pecho.

El documental Valentín, la otra Transición, dirigido por José Asensio y producido por la CGT, se estrena este jueves, a las 19.00 horas, en los Cines Aragón, en Valencia. Paqui, hermana de Valentín, es una de sus principales protagonistas.

¿Se sabe quién dio la orden de cargar y por qué?

No hemos averiguado quién pudo dar la orden. Nos quedaremos sin saberlo. Mi padre dice que los asentadores de Abastos, los dueños de los puestos de fruta, tenían mucho poder y contactos. Cree que presionaron e influyeron en alguien para que diera esa orden.

El entierro, al que siguió una huelga en toda la ciudad, se convirtió en la mayor manifestación política en décadas, con unas 300.000 personas acompañando el féretro. ¿Qué recuerda de aquella tarde?

En la puerta del Clínico había un montón de gente, asomada por arriba, en las terrazas. No cabía un alma y todo estaba cerrado. Al pasar por Capitanía nos tiraron huevos. En la Alameda, un grupo rompió los cristales del diario Las Provincias. Luego se demostró que eran unos 12 provocadores de ultraderecha. No se vio un Policía Nacional durante todo el recorrido. Fue muy pacífico. Nos desviamos por el mercado de Abastos y allí los compañeros sacaron el ataúd del coche y lo portaron a hombros.

¿Les pidieron perdón?

De la Policía Nacional se dirigieron a nosotros lamentando el accidente, pero de pedir perdón, nada. Cuando acabó el juicio, al año siguiente, nuestro abogado dijo que habíamos ganado porque nos dieron un millón y medio de pesetas y al policía que disparó lo mandaron al norte. ¿Qué habíamos ganado?

Dicen que a ese policía lo asesinó ETA.

A los dos o tres años hubo un atentado, nos llamó el abogado y nos dijo: “Ése era”. Pero tampoco lo sabemos. En el listado de víctimas de ETA no aparece. Dicen que era joven y que vivía cerca de una tía nuestra. Cuando dijeron que lo habían matado, mi tía comentó que en el barrio hablaban que tenía dos chiquillos pequeños. Al que menos culpa le echamos es al policía. Al que más, a quien mandó cargar.

¿De qué manera afectó a su militancia? ¿Y a la familia?

Milité en el CSUT [Confederación Sindical Unificada de Trabajadores] hasta que desapareció. Fui a alguna manifestación más. No se lo decía a mis padres, que cogieron bastante miedo. Mi padre tenía aversión a la policía. Los veía y se le revolvían las tripas. En cada uno veía a quien había matado a su hijo. Siguió con su vida, trabajando. Le cambiaron a la colla del puente de Aragón. Aún hoy no le hace gracia pasar por Abastos. Sólo ha ido a un homenaje, el de los 35 años.

¿Y su madre?

No volvió a ser la misma. Mi hermano tenía ataques de epilepsia desde pequeño. El médico le había dado el alta y llegaron tan contentos a casa con la noticia. Y a la semana lo asesinaron. Mi madre decía: “Toda la vida peleando con él y cuando ya está bien, me lo quitan”. Tuvo una depresión cuando habían pasado unos 15 años y otra hace unos 10. A toda hora lo tiene en la cabeza. Lo habrá tenido siempre, pero aprendió a convivir con ello como lo hicimos todos. Hubo unos años que parecía que estaba mejor, que tenía más ánimo de arreglarse y no vestirse de negro, pero al hacerse más mayor le ha vuelto todo y no tiene otro pensamiento. Haces una comida y te dice: “Esto le gustaba mucho a tu hermano”. Cada Navidad la pasa peor. Ella le echaba la culpa a Adolfo Suárez. No quería ni verlo en la tele.

¿Qué piensa cuando escucha a los políticos reivindicar constantemente la Transición?

No era tan bonito como lo pintaron. Nos hacían creer que se podía reivindicar cosas, que éramos más libres, que podíamos hablar. Se tardó mucho. Y, hoy en día, ten cuidado con lo que dices.

De hecho criticar la Transición está mal visto.

A lo mejor en ese momento no se podía hacer de otra manera. Había miedo a un golpe de estado y a muchas cosas. Pero que hoy en día no se pueda decir libremente lo que a la gente le parece la Transición…

Con el tiempo el mercado de Abastos dejó de funcionar y se convirtió en un complejo municipal con un instituto y una comisaría, precisamente, de la Policía Nacional. Eso no parece decir mucho de la capacidad de memoria y sensibilidad de esta ciudad.

De sensibilidad sobre todo. Cuando pusieron la placa de mi hermano, la querían colocar en la fachada, donde pasó, pero desde el Ayuntamiento dijeron que no se podía agujerear porque era histórica. En cambio la placa de la Policía sí que está agujereando esa pared.

¿Qué espera de este documental?

Que se recuerde lo que pasó y los que no lo saben que conozcan qué sucedió. Mucha gente de mi edad no tiene ni idea. Y más jóvenes tampoco. En el instituto de Abastos preguntaron sobre la historia de esta placa y nadie sabía nada. Ningún profesor les había contado lo que allí había ocurrido.

Artículo publicado originalmente en La Veu del País Valencià.

 

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