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Europa muerta

"¿Cómo se puede depositar confianza alguna en cualquiera de estos partidos, cuando tan apenas alcanzan a cuestionar el régimen y, en absoluto, el sistema?"

Foto: Mark Bellido

ALEJANDRO FLORÍA // Al día siguiente del atentado en Bruselas leo en un panfleto digital progre que la Comisión Europea culpa a los Estados de no hacer frente adecuadamente a la amenaza terrorista. Algo así como que se han relajado por encima de sus posibilidades. El argumentario neoliberal sigue en una línea creciente, expansiva e intrusiva, no dejando espacio para la reflexión personal, y mucho menos la colectiva, qué peligro, pues estas palabras fecales no son pronunciadas para políticos ni dirigentes, quienes ya conocen la agenda, sino para temerosos pero honrados ciudadanos a los que adoctrinar.

Efectivamente, vomita Juncker: «Creemos que hace falta la unión de la energía, del mercado de capitales, la unión económica, pero también la unión de la seguridad», sostuvo, al tiempo que hace referencia expresa a medidas para mejorar la protección de las fronteras exteriores y para contar con un registro europeo de datos de pasajeros aéreos (PNR). Ya he unido seguridad, fascismo y tratados de libre comercio en otras líneas anteriores, pero aquí encontramos una nítida e inequívoca declaración de intenciones

Es curioso que el sabelotodismo patrio no se inmute ante este tipo de declaraciones. O no tanto, si asumimos, de una puñetera vez, que este país es cutre, bruto, ignorante y egoísta. Cualquiera de los cuatro partidos que no ha sabido ponerse de acuerdo para formar un gobierno, pero sí para irse de vacaciones, está apestado de un acrítico tufo europeísta, tanto por electoralismo como por convicción. Ya sobran las razones para hablar de planes C y D, pero sus ociosas señorías no saben salir del «construyamos más Europa». ¿Más de qué? ¿De esta infamia?

¿Cómo se puede depositar confianza alguna en cualquiera de estos partidos, cuando tan apenas alcanzan a cuestionar el régimen y, en absoluto, el sistema? ¿Qué parte no se ha entendido de este país y de esta Europa? ¿Cuánto se ha elegido no entender siempre por la cuestión electoral, a pesar de la evidencia de que las renuncias cuestan vidas?

¿Hemos cruzado, ya, la línea de no retorno que ni entre tanta inmundicia somos capaces de reaccionar? Las consecuencias ocultan las causas, que sólo son referidas con mucha tibieza e ingenuidad por algunas formaciones políticas. Y en dichas consecuencias se enmaraña el pensamiento crítico con una empatía absolutamente mercantilizada.

¿Acaso precisa la amoral e hipócrita ciudadanía europea de sufrir atentados en las propias carnes o, no siempre menos aterrador, de ser sistemáticamente desahuciada, despedida, torturada, violada, maltratada, abandonada, desatendida, ignorada, procesada, contabilizada, asaltada, expoliada,… de forma directa, sin distancias ni intermediarios, sin mediar cámaras de televisión ni banderitas en Facebook ni cartelitos de «je suis», para tomar conciencia de que algo va muy mal y transformar la poética empatía en acción directa y responsable?

Si la respuesta es afirmativa, y las reacciones y manifestaciones apuntan a ello, es evidente que Europa está muerta y no reacciona ni en su macabra auto-lesión. Que descanse en paz entonces o, mejor, que deje en paz a los pueblos. A todos los pueblos.

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