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Los jubilados dan vida al pueblo

Los pensionistas de El Madroño mantienen la economía local de esta aldea de Sevilla erosionada por el paro. "Son la principal fuente de riqueza. El dinero más fuerte que llega son las pensiones", confirma el alcalde, Antonio López.

El Bar Marcelo ha visto pasar la vida en El Madroño. // LAURA LEÓN

Este reportaje está incluido en La Marea 36

Manuel y Chari se fueron a trabajar a Huelva cuando apenas habían cumplido la mayoría de edad. Hoy, con más de 60 años cada uno, han vuelto a casa, El Madroño, un pueblo de la provincia de Sevilla con unos 300 habitantes y vistas al campo por todas partes. La pensión de Manuel y la de otras 30 familias que salieron a buscarse las habichuelas entre las décadas de los 1960 y 1970 están ahora sosteniendo la economía local. «Son la principal fuente de riqueza. El dinero más fuerte que llega son las pensiones. Los jubilados han vuelto con buenas pagas, porque no es lo mismo trabajar en el campo que en una fundición, y se están haciendo sus buenas casas. Eso mueve la economía», confirma el alcalde, Antonio López (PSOE), que trabaja 365 días al año.

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Manuel Gómez, con su canario, en la puerta de su casa. LAURA LEÓN

Juan Manuel López, un joven albañil de 34 años, está rematando el alicatado exterior de la casa de María José Martín, de la misma edad. Sus padres también regresaron al pueblo cuando se jubilaron. «Mira, aquí tengo ya el suelo, que imita a la madera», señala María José mientras muestra el armazón de su vivienda en obras. Terminó hace nada Ciencias del Trabajo y, tras ir y venir a Huelva en busca de empleo, encontró uno en el Ayuntamiento. Su marido, Carlos Martín, trabaja en el plan de extinción de incendios Infoca. Tienen una hija de tres años y quieren que se críe en mitad de ese pequeño paraíso natural. «El futuro es complicado, no pensamos ni en eso. Carlos lleva cotizados 18 años, pero yo sólo tres o cuatro, porque con media jornada, además, se cotiza menos. ¿Tendremos pensiones el día de mañana? Sabrá dios…«, resopla María José.

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Su hermana, que espera mellizos, también está construyéndose una casa. «Yo no, yo vivo con mis padres», cuenta Alicia Alonso, embarazada de ocho semanas. Ella es monitora cultural y deportiva. Su marido trabaja en Huelva: «Ninguno de los dos podemos dejar el trabajo. Pero a mí me encantaría que él pudiera venirse aquí. Con un hijo, además, mis padres serían una gran ayuda. Ahora mismo, por ejemplo, yo no tengo que pagar alquiler». El cultivo de huertos en el pueblo alivia igualmente la economía de estas familias. «Nosotros tenemos tomates guardados en botes para un año y todavía tenemos melones de este verano», dice Carlos. Juan Manuel, con el palustre en la mano, insiste: «Yo no sé si tendremos jubilación».

En España, en 2050, las personas mayores de 65 años representarán más del 30% del total de la población y los octogenarios llegarán a superar la cifra de cuatro millones, según el CSIC. En El Madroño, se suman el envejecimiento y el paro. El 40% de la población tiene más de 65 años, y unos 40 vecinos, casi el 14%, están desempleados, según los datos aportados por el alcalde. «Antes teníamos la mina y los trabajos forestales. Eso daba mucho empleo. Pero ahora sólo tenemos el Infoca y los puestos del Ayuntamiento», continúa el regidor.

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Manuel Rabadán tiene 73 años y va caminando con su mono de trabajo puesto. Acaba de echar de comer a las cabras. «Ésta es la peor situación que yo he vivido. La peor. Y mira que he visto de todo en el franquismo. Yo tengo una pensión de 700 euros después de haber pagado 47 años. Y mi mujer no cobra nada«, cuenta. Con esa paga, que roza el salario mínimo, ayuda también a un hijo que está parado.

Marcelo Bernal ha visto pasar la vida desde su bar-tienda, en la plaza del Ayuntamiento. Sobre una estantería, un tostador. Sobre otra, geles y colonias. Arriba, unos pijamas. En perfecto orden y limpieza, los comestibles: salsas, galletas, legumbres, conservas… Comenzó a trabajar a los 11 años. Al lado, en la zona bar, su hijo Juan Francisco sirve cafés a más jubilados. Hace varios años que Francisco Esteban, 67 años, retornó tras trabajar como tantos otros en la fundición. Es el presidente de la Asociación de Amigos de la Piscina: «La hemos creado porque, en caso de que el Ayuntamiento no pueda costearla, pues nosotros nos encargaríamos de hacerlo. Ya somos 113 socios», explica. «Aquí tenemos de todo, la piscina, un gimnasio, una biblioteca, una buena enseñanza… Y todo gracias a la gestión de este alcalde, eh, ponlo porque es así», insiste. El Ayuntamiento aún está pagando el préstamo de la piscina, inaugurada hace tres años.

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Con un presupuesto de 700.000 euros, el consistorio da trabajo a una veintena de personas, muchas de ellas sujetas a programas subvencionados por la Diputación, como los servicios de ayuda a domicilio o el punto de información a la mujer. «Pero claro, esto no es suficiente», admite el alcalde, que muestra orgulloso las instalaciones de la localidad, de la que dependen cuatro aldeas más. En el patio del colegio están jugando los ocho niños y niñas que hay en total, dos de infantil y seis de primaria. Acaban de descubrir quién fue Marie Curie y se muestran sorprendidos de que sea de París. Desde ese pequeño pueblo, ven el universo. «Eres tú, amigo libro, ventana del mundo y en tus páginas admiro lo que mi vista no pudo», rezan unos versos en la puerta de la biblioteca. Las dos profesoras, Araceli y Rocío, acuden cada día desde Sevilla. «Ayer desayunamos acelgas y calabacín del huerto», cuentan orgullosas.

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De Sevilla volvió también hace ya unos años Isabel Cazorla. Tiene 84 años y ahora vive con su pensión tras trabajar toda una vida en una casa. «Yo he criado a seis niños, ya mayores. En Arjona, Canalejas y Castilla», dice enumerando tres calles emblemáticas de la capital andaluza. Con un pañuelo granate al cuello, va deprisa porque no quiere que se le escape el médico. «También tenemos ATS y una monitora que da clases particulares a los niños por las tardes durante dos horas de manera gratuita, y un centro informático Guadalinfo», prosigue el alcalde. Hay diez ordenadores. «Yo estoy pensando en quitar Internet de casa. Total, aquí puedo venir todas las tardes», opina María José, que casi todas las compras –incluidos «los reyes»– las hace por Internet.

Loli Martín, 70 años, compra fruta en la puerta de su casa. El camión pasa periódicamente junto al pan y al pescado. «Aquí tenemos de todo. Yo tenía un kiosco de prensa y ahora vivo aquí tranquilamente. He reformado mi casa y estoy feliz», dice a pesar de la gripe que tiene encima. Es presidenta de la asociación de mujeres. Enfrente, el alcalde muestra un albergue, en licitación. Es su esperanza para que el pueblo, arrasado por un incendio en 2004, termine de remontar: el turismo rural. «Entre todos, lo vamos a conseguir», concluye Juan Ramón Pichardo, concejal del PP, otro de los emigrados que ha regresado para dar vida al pueblo.

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FOTOS: LAURA LEÓN

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