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Je suis refugie, je suis Bruxelles
"Los terroristas no están muriendo de hambre y frío en nuestras fronteras sino que están en la capital de Europa, mientras que una gran mayoría de refugiados huyen del mismo horror que hemos padecido en Bruselas", escribe la autora.
El mismo día que dos refugiados se queman a lo bonzo en el trágico campo de Idomeni, el mismo día en que otros dos refugiados sirios salvan de un accidente a un líder neonazi en Alemania, el corazón de Europa y una parte de mi memoria es atacada por las bombas en Bruselas. He vivido en Bruselas algunos de los años más felices de mi vida, tengo amigos allí por los que he sufrido hasta que he podido localizarlos y saber que estaban bien. Pero he sufrido más por los desaprensivos que aprovechaban la ocasión para usar a los refugiados como chivo expiatorio a pesar de las evidencias de que los autores de los atentados de París eran jóvenes nacidos en Europa, con pasaporte europeo. Y que será el caso también en estos atentados. A pesar de saber que los terroristas tienen pasaportes falsos y mucho dinero, viajan en avión y no vienen en lanchas. No están muriendo de hambre y frío en nuestras fronteras sino que están en la capital de Europa, mientras que una gran mayoría de refugiados huyen del mismo horror que hemos padecido en Bruselas. Las familias sirias refugiadas que he conocido en los campos huían de amenazas del ISIS, igual que lo hacen los cristianos sirios y los kurdos.
Imaginad que en medio del tiroteo de los terroristas en París un grupo de familias asustadas corren y tratan de refugiarse en un bar cercano. El dueño del bar al verles llegar perseguidos por los asesinos cierra la puerta y echa la llave. Las pobres familias golpean los cristales rogándole que les deje entrar pero el dueño baja las rejas y se queda contemplando cómo la sangre de estas familias empapa su puerta. Pues bien, Europa es ese bar que cierra a las puertas a los que huyen de sus mismos enemigos.
Conocí la realidad de los refugiados sirios en el año 2014 en Turquía cuando me encontré con cientos de niños descalzos mendigando y muriéndose de hambre en la nieve. Los turcos les trataban con brutalidad porque eran kurdos. Había una niña de ojos azules tirada, casi desnuda, en una acera y golpeada por los que pasaban. Me despierto por las noches recordando su mirada cuando le compramos un jersey. Los comerciantes turcos me decían: no para ella, es menos que nada, es siria.
Los refugiados sirios han manifestado que prefieren morir a regresar a Turquía. No hubieran huido arriesgando su vida si su situación allí no fuera intolerable. La gestión de la no-acogida a los refugiados es la muerte de Europa y de todo el Derecho Internacional, no sólo se viola la Convención de Ginebra y los Derechos Humanos, tamaño acto de crueldad también es un acto irracional. La muerte del pequeño Aylan precedida y seguida de cientos de muertes en el Mediterráneo desató la solidaridad de los ciudadanos europeos. Pero los políticos europeos jugaron al desgaste, esperaron al invierno que acabaría con los refugiados. El atentado de París cometido por jóvenes belgas de origen marroquí pero nacidos en Europa fue utilizado como argumento, algo así como mezclar cañones con mantequilla. Y Europa necesita a los refugiados. Alemania estaba muy interesada en la mano de obra altamente cualificada y muy barata de los refugiados sirios. Ha sido un mezquino cálculo electoral, el deseo de ganar a los votantes de extrema derecha o neonazis lo que ha motivado que Merkel forzara el Acuerdo de la Vergüenza, también llamado acuerdo de expulsión.
Europa pierde población a pasos agigantados, la llegada de los refugiados es una oportunidad de equilibrar su pirámide de población, de poder pagar un día las pensiones. Los refugiados que llegan a Europa son una oportunidad. Son una riqueza. He vivido años en Venecia, un milagro construido por los refugiados que huían de las guerras de los hunos y de las invasiones de los bárbaros y que fueron acogidos por los celtas de la laguna. Los refugiados del imperio romano convirtieron los palafitos en palacios. No hace falta recordar que los españoles hemos sido refugiados en nuestra historia reciente. Los países respetaban la Convención de Ginebra sabiendo que basta una guerra para que tengamos que dejar todo lo que tenemos y caminar hasta reventar en busca de un futuro mejor o una muerte más rápida.
La mitad de los refugiados que han llegado hasta Europa son niños, el 75% mujeres y niños. Médicos Sin Fronteras denuncia que las condiciones de los campos son peores que las de los campos de refugiados en África y no serían aceptables en los países más pobres, mucho menos en la región más rica del mundo. Líbano tiene cuatro millones de habitantes y acoge con dignidad a más de dos millones setecientos mil refugiados. Europa tiene cuatrocientos cincuenta millones de habitantes y como máximo acogería a un millón de personas. Una gota de agua en el océano de su riqueza y población y un agua que Europa necesita. La tragedia de los refugiados ya es comparable al holocausto judío y armenio. Las imágenes de los niños rapados y muertos de hambre en Idomeni son como las de Auschwitz. Esta vez no podremos decir que no lo sabíamos.
Si Europa no acoge a los refugiados estará cavando su tumba del mismo modo que la cavó el Zar cuando ordenó fusilar a las mujeres y niños desarmados que protestaban pidiendo pan delante del Palacio de Invierno. La injusticia y la violencia a menudo engendran injusticia y violencia. Los niños refugiados de Idomeni se pintaban en el cuerpo sus condolencias a Bruselas. Es el momento de condenar el terrorismo y sus causas que tienen más que ver con la falta de integración que propicia la radicalización. Toda mi solidaridad y mis pensamientos a las víctimas inocentes de Bruselas y a sus familias. Y también a los refugiados inocentes, hombres, mujeres y niños. Hoy conocemos el dolor que los refugiados han conocido y del que huyen. Todavía podemos salvarlos a ellos y a nosotros mismos.