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Carta abierta a Alberto Garzón

"No se trata de repartir mejor el pastel, sino de cambiar el pastel. Cambiar el modelo de bienestar, el estilo de vida burgués, no aspirar al desarrollo económico, sino al desarrollo humano", escribe el autor.

Querido compañero Alberto:

Acabo de leer tu último libro, A pie de escaño. Antes había leído La Tercera República y algunas cosas que habías escrito junto con Juan Torres y Vicenç Navarro. Como viejo militante de IU me alegro de que nos estés representando en el Congreso. Tu pensamiento político me parece de lo más serio y coherente que tenemos hoy en el panorama político español.

Especialmente interesante me resulta la idea con la que cierras esta última obra: Repensar la izquierda. Este repensar me parece la tarea más importante y decisiva que podemos abordar, y sobre ella quiero aportar algunas reflexiones. Como dices al principio del capítulo, “En estos años no nos jugamos las próximas elecciones sino las próximas generaciones”. Un empeño que no es tarea de un momento, ni creo que se pueda realizar urgidos por la necesidad de presentar unos documentos para una asamblea. Repensar la izquierda es un objetivo que exige una amplia reflexión y un debate tranquilo y sosegado.

Dos motivos fundamentales me parece que nos obligan a emprender esa reflexión. El primero es el evidente fracaso de la izquierda en el mundo actual. Como dices al recordar el hundimiento de la Unión Soviética: “Sin duda estos acontecimientos supusieron un cambio radical para la izquierda, y desde entonces puede decirse que la izquierda ha estado despistada, es decir, carente de pistas e indicaciones sobre el camino a seguir”

El fracaso es especialmente grave, dado que la izquierda pretendía apoyarse en un socialismo científico. Una teoría científica tiene que ser comprobada experimentalmente y, si en un experimento fracasa, la teoría queda totalmente desechada. El experimento de una sociedad socialista en la Unión Soviética fracasó ruidosamente, y lo mismo podemos decir de China. Aunque aquí el fracaso no haya sido ruidoso, no cabe duda de que ha sido tan grave, o más, que el de la Unión Soviética.

Esto le ha permitido al capitalismo quitarse la máscara de Monstruo Amable (título de una obra de Raffaele Simone) con la que se presentó durante unos años -y en una zona del mundo muy determinada- y mostrar su rostro más demencial e inhumano. Pero la izquierda ha sido incapaz de aprovechar las crisis del capitalismo para lanzarle un golpe decisivo, y es ella la que parece herida de muerte. Tenemos, pues, que aprender de nuestros fracasos y encontrar esos caminos que puedan salvar a la humanidad de la locura capitalista.

Otro motivo que nos empuja a emprender esta reflexión es la situación histórica que hoy atraviesa la humanidad, tan distinta de la que había cuando surgen los movimientos socialistas. No me voy a detener en analizar, ni siquiera mínimamente, esas diferencias. Pero creo que las circunstancias nos obligan a decir que la crisis de hoy no es una simple crisis económica, ni siquiera una crisis de régimen. Estamos ante una acuciante crisis de civilización.

Y eso, en primer lugar, por un motivo evidente: la crisis medioambiental. Tú mismo fuiste uno de los primeros firmantes del manifiesto Última llamada. No hace falta, pues, que insista en la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Naomi Klein, refiriéndose sólo a la amenaza del cambio climático, ha escrito una exhaustiva obra titulada Esto lo cambia todo. Ese “todo” abarca en primer lugar a nuestra civilización productivista-consumista. Si, además, tenemos en cuenta los otros problemas medioambientales como el agotamiento de los recursos, la contaminación galopante y la pérdida de la biodiversidad, una reacción radical contra esta civilización resulta inevitable y apremiante. El mismo Papa Francisco dedica su primera encíclica a la urgente tarea del cuidado de la casa común.

Pero no sólo desde al campo ecológico, también mirada desde el aspecto cultural y ético nuestra civilización capitalista muestra su ruina inevitable. Los lazos que unen a unos seres humanos con otros, y que son básicos para realizarnos como seres sociales, están machacados por una competencia implacable e incesante. El esfuerzo para realizarnos como personas, con todas nuestras posibilidades y nuestras cualidades más elevadas, está sustituido por el afán de lucro, por la búsqueda del beneficio económico a cualquier precio. El sentido moral está arrinconado por “el mercado”. No importa que nos movamos por los motivos más ruines y egoístas, “el mercado lo transforma todo en la mayor riqueza de las naciones”.

Esta civilización produce no sólo la “corrosión del carácter”, sino del sentido moral, de la solidaridad humana, del sentido de justicia. La ceguera moral, la globalización de la indiferencia hacia el sufrimiento de los seres humanos. Difícilmente encontraremos una muestra más clara de todo esto que la unánime decisión de los gobiernos europeos sobre los refugiados. Vivimos en la sociedad “líquida” (Zygmunt Bauman), la “sociedad del riesgo” (Ulrich Beck) donde perdemos pie, y sólo podemos mantenernos a base de sumergirnos en una profunda alienación, con el sueño del gran triunfo económico o la borrachera de la diversión continua. Eso, o levantar la bandera de la rebeldía y luchar contra esa civilización.

Tenemos también que repensar la izquierda ante los obstáculos que se presentan hoy para llevar adelante los viejos ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Es suficientemente conocido el poder de los mercados sobre la política de los diversos estados. Tú hablas de la capacidad de los poderes económicos de “disciplinar a los gobiernos democráticos con tan solo un par de clics de ratón”. Lo que ocurre es que normalmente esta realidad es consciente o inconscientemente olvidada por las formaciones políticas que se califican de «progresistas».

Pero ¿qué posibilidad tiene cualquier gobierno que se constituya en España de avanzar en una senda de progreso, cuando esos poderes económicos están empeñados en que vayamos de “regreso”? Yo creo que sí, que esas posibilidades existen (si no, ahora estaría dándome un buen paseo por el campo en vez de enredado escribiéndote esta carta). Para buscar esas posibilidades repensamos la izquierda. Pero no las encontraremos si nos dedicamos a hacer “política de mercado”, a buscar votos a cualquier precio… para acabar consiguiendo un “poder” en el que estas atado de pies y manos.

En una entrevista reciente Pepe Mújica afirmaba: El primer requisito de la política es la honradez intelectual; si no existe la honradez intelectual, todo lo demás es inútil porque a la larga no hay mejor lenguaje que la verdad. Y una cosa, que a mí me parece una verdad evidente, es que, por mucho que repensemos la izquierda, no vamos a encontrar una fórmula que nos permita cambiar una situación, que es global, con el resultado de unas elecciones en España. Decir otra cosa es falta de honradez o cortedad intelectual.

Pero también estoy convencido de que el capitalismo es una filosofía, «no sólo un sistema económico», una concepción del hombre y de la sociedad tan irracional y bárbara, que la humanidad acabará superándolo en su secular proceso de humanización. La cuestión es acertar con el camino. Un camino que pueda ser compartido por la gran mayoría de la humanidad.

He hablado del obstáculo que supone el poder económico global, pero hay otra dificultad, de la cual apenas se habla, pero que me parece más decisiva que el poder económico. Esa dificultad está en el campo ideológico. Zygmunt Bauman, en una conferencia pronunciada con motivo del 150 aniversario de la socialdemocracia alemana afirma: Parafraseando a Antonio Gramsci, podría decirse que la derecha ha ganado la batalla cultural con la izquierda… El imaginario burgués ha triunfado. A continuación indicaré cuáles son sus características más sobresalientes. La panacea para todos los males sociales es un aumento de la producción en términos del PIB; no hay otras formas de mejorar el destino de la humanidad… El segundo supuesto es que la felicidad humana consiste en ir de compras; solo se puede acceder a ella a través de las tiendas comerciales (en otras palabras, del mayor consumo)… El tercer supuesto del imaginario burgués es algo denominado meritocracia. Desde su punto de vista, aunque la gente es y siempre será distinta, la desigualdad en sí misma no es mala. Es un medio que permite aumentar la prosperidad”.

No sé si habrá encuestas que confirmen esa opinión de Bauman, pero me parece que es algo que se palpa en el ambiente. No sólo en la opinión publicada, que desde luego está abrumadoramente en la línea de ese imaginario burgués, sino en la opinión pública que escuchas y lees, incluso en personas y organizaciones que se afirman muy de izquierdas.

Esta desviación hacia una concepción burguesa de la vida no encontró una resistencia seria por parte de las fuerzas de izquierda, pues como ya advirtió Erich Fromm en la introducción de su excelente obra ¿Tener o ser?: “El socialismo y el comunismo rápidamente cambiaron, de ser movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un nuevo Hombre en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa, una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro. Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin límites para todos”. Pero lo que realmente se universalizó fue la mentalidad burguesa y sus ideales de vida. Y en este terreno de los estilos de vida y los modelos de bienestar, la guinda en el pastel la puso, durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética su secretario general Nikita Jruschov. Proclamó como objetivo para la economía soviética, objetivo que él consideraba perfectamente alcanzable, igualar y superar el nivel de consumo de los Estados Unidos de América. Así les fue, claro.

Volviendo a Pepe Mújica, otra de sus afirmaciones es que “no se pueden construir edificios socialistas con albañiles capitalistas”. Una ciudadanía con un imaginario mayoritariamente burgués no puede construir una sociedad alternativa por muy democráticamente que se proceda. Puede, y eso es lo que se considera más progresista, repartir mejor el pastel. Pero el pastel sigue siendo una buena vida burguesa. Una burguesía generalizada que ni ecológica ni socialmente tiene salida.

Eso nos obliga a dedicar mucha más atención a la batalla ideológica y cultural. No se trata de repartir mejor el pastel, sino de cambiar el pastel. Cambiar el modelo de bienestar, el estilo de vida burgués, no aspirar al desarrollo económico, sino al desarrollo humano. Esto puede parecer una tarea titánica, dado el abrumador bombardeo al que estamos sometidos por parte de los medios de persuasión del sistema. Pero tenemos a nuestro lado lo más lúcido del pensamiento humano a lo largo de los siglos. Para cualquiera de los grandes pensadores clásicos, la pasión capitalista por el beneficio económico sería una postura demencial. El hombre unidimensional de Marcuse sería un ser mutilado, incompleto. Y Jorge Riechmann recapitula: “La investigación contemporánea sobre la felicidad, desde la psicología y las ciencias humanas, redescubre y afianza una antigua propuesta de Aristóteles y Epicuro: la clave son los vínculos sociales satisfactorios”. Vínculos sociales corroídos por el individualismo posesivo y la universal competencia capitalista.

Me estoy alargando mucho, así es que termino rápido. Y lo hago analizando algo que dices en el apéndice. Recuerdas que eras muy aficionado a la informática “Pero por otro lado quería cambiar el mundo, para lo cual había primero que entenderlo”, y apara entenderlo optaste por estudiar economía. Sí, entender el mundo es muy importante, pero hay algo anterior, algo que tú mismo dices: querías cambiarlo. Los motivos para cambiarlo fueron lo más básico, lo primero. Luego vino la economía, pero después. ¿No tendríamos que aplicar eso a todo el movimiento transformador del mundo, a toda la batalla por una sociedad de alguna manera socialista? ¿Qué es primero, el impulso ético o la economía? ¿Una filosofía puramente materialista puede proporcionar el impulso ético? Tendríamos que pensarlo.

Un cordial abrazo,

Antonio Zugasti

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