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“Lo que estamos permitiendo desde Europa se llama genocidio”
El escritor Antonio Miguel Morales retrata en 'La ciénaga' el drama de las migraciones y la hipocresía con que la sociedad -y sobre todos los gobernantes- aborda los derechos humanos. "Es una metáfora del Mar Mediterráneo, donde la muerte, a fuerza de ser cotidiana, se ha convertido en invisible", denuncia.
Hurón: ¿No los oyes?
Migra: Tienes mucha imaginación.
Hurón: La gente dice cosas.
Migra: ¡Habla!
Hurón: Algunas veces caen exhaustos.
Migra: ¿Quiénes?
Hurón: Los extranjeros.
Migra: Los refugiados.
Hurón: Sólo es refugiado aquel a quien se le da refugio. Las palabras tienen las patas muy cortas. Los que buscan refugio no son refugiados. Sólo caminan. Sólo huyen. Del miedo a la indolencia. No le llames refugiado si no le das refugio.
Migra: Nos quitan el sueño.
Hurón: Ni siquiera tienen una cama para morir
[…] Migra mea en la ciénaga
Migra: Mira si tienen para beber.
Hurón: ¿Orines de la ciénaga?
Migra: Hay que marcar el territorio.
Teatro para que el espectador tome partido, se involucre y actúe. Poesía para tomar distancia. Y símbolos para encender el mundo. Todo junto suma La ciénaga (Ediciones Irreverentes), una obra escrita por Antonio Miguel Morales (Palma de Mallorca, 1968) que retrata el drama de las migraciones y la hipocresía con que la sociedad -y sobre todos los gobernantes- aborda los derechos humanos. La vieja Europa se ha mostrado insolidaria, dice Morales en una entrevista con La Marea: “Homero y Kavafis no escribirían hoy de un lugar donde regresar, sino de un lugar donde no volver nunca. La única Ítaca que nos espera es la que debemos construir”. La obra ya ha sido representada en Madrid y será estrenada el próximo mes en Morón de la Frontera (Sevilla) por la compañía local Almazara.
¿Qué es La ciénaga?
La ciénaga es una obra de teatro que quiere dar fe de la historia reciente. La ciénaga es una denuncia. Diría más: la razón de existir de La ciénaga es denunciar que nos están engañando. Que no se puede llamar “refugiado” a nadie si no se le da refugio. Hay que poner nombre a lo que estamos permitiendo desde Europa, y se llama genocidio. La ley debe convertir a los seres humanos en ciudadanos para no ser una ley criminal. ¿En qué nos hemos convertido los humanos si el mero azar de nuestro lugar de nacimiento determina nuestra legalidad o nuestra ilegalidad, nos hace soberanos o nos hacina en campos de exterminio? La ciénaga es una metáfora del Mar Mediterráneo, donde la muerte, a fuerza de ser cotidiana, se ha convertido en invisible. En la era de la globalización, los cadáveres han perdido visibilidad. La globalización era una trampa para universalizar las fronteras, para estigmatizar a los que logran cruzarlas, negándoles la ciudadanía. Al mismo tiempo, queremos denunciar la invisibilidad de la tortura, la explotación y la muerte en todos los terrenos fronterizos. Porque, como dice uno de nuestros personajes, “en la frontera lo que existe no se ve, y lo que se ve no existe”.
¿Por qué has escrito esta obra y por qué has elegido el teatro para contarla?
He elegido un teatro preñado de símbolo, imbuido de poesía, porque me permitía tomar distancia, observar el drama desde una perspectiva no mediática. Y la poesía me ha ayudado mucho a posicionarme desde la estética del drama. El verso, en la dramaturgia contemporánea, a veces provoca ese distanciamiento del que hablaba [Bertolt] Brecht. Y ese distanciamiento tiene como intención primera que el espectador tome partido ante lo que está presenciando, pero sin ser adoctrinado. Como dramaturgo, me interesa que el espectador tome partido. La acción dramática en esta obra me interesa en tanto en cuanto sea capaz de generar acción ciudadana. La importancia de los símbolos en La ciénaga es vital. Convertir la realidad en símbolo nos permite acercarnos a ella con la distancia suficiente. La actualidad pasa desapercibida ante nosotros porque se pasea delante de nuestras narices cuando nos disponemos a dar buena cuenta de un plato de lentejas o a echar una siesta desde la rivera confortable de nuestro sofá. La actualidad es invisible porque es contemporánea. En cambio el símbolo es atemporal. Nos puede sobrecoger. Y existe en sí mismo, siendo una de sus características fundamentales su irreductibilidad. No hay pantalla que lo mediatice. Dice Bauman que cuando encendemos el móvil apagamos el mundo. El símbolo nos permite encender el mundo y apagar el móvil, por eso he intentado acudir a él para dar visibilidad al drama de las personas que buscan refugio.
¿A quién representa Hurón en la crisis actual de refugiados? ¿Y a quién Migra?
Hurón evoluciona más como personaje. Es un feriante que acude a La ciénaga con su noria, porque en las proximidades se celebra una verbena. Y una vez allí, suceden cosas que provocan su estupor. Al principio, Hurón actúa como lo hacemos la mayoría de los ciudadanos europeos: nos escandalizamos pero no sabemos pasar de las palabras a la acción. Más adelante su personaje evoluciona hasta tomar partido. El equivalente en el drama real para Hurón sería en un primer momento la persona sensible que siente pero que no sabe cómo actuar; en un segundo momento quizás su actuación pasa a ser la de la sociedad civil comprometida, la que toma partido y no se calla. Lo que a Hurón le sucede, que no vamos a desvelar aquí, tiene su correlato real en el silencio que se intenta instaurar desde ciertos estratos de poder que ostentan el control de la información. Yo todavía siento terror ante ciertas noticias que aparecen y desaparecen sin dejar rastro. Últimamente saltó la noticia de que se había perdido el rastro de 10.000 niños en las fronteras. Al día siguiente ya ningún medio hablaba de esos niños. ¿En qué monstruo nos estamos convirtiendo? ¿Dónde están esos niños? ¿Qué vencerá al final, el silencio o la verdad? Hurón intenta ponerse del lado de la verdad. Y Migra está siempre del lado del silencio; o quizás más que del silencio, de la ocultación de la verdad. Es un policía de fronteras. Migra está a favor de la muerte, de las mafias, de la inmundicia, de la podredumbre, de la desigualdad. Sin lugar a dudas, para mí Migra es la Unión Europea.
Hay quien, tras leer tu obra, dice que le recuerda a una tragedia griega. ¿Vivimos en una constante tragedia griega?
Es cierto que me lo han dicho en bastantes ocasiones. En la raíz está Grecia. No podía ser de otra manera. Se alude directamente en la trama de La ciénaga a la Grecia contemporánea. Y es cierto que partimos de la tragedia clásica. Grecia está al principio y al fin de la obra. Tuve siempre muy presente en el proceso de escritura de esta obra a Las suplicantes de Esquilo. En Las suplicantes se plantea por primera vez en el teatro el drama de las migraciones. Las hijas de Dánao llegan de Egipto a Argos, en el Peloponeso griego, y piden refugio al rey para evitar las bodas con sus primos, que las persiguen e intentan frustrar su acogida para forzarlas a un matrimonio de conveniencia. Algunas de las hijas de Dánao hoy estarían sin duda enfangadas en algún campo de exterminio, probablemente en Turquía. Otras habrían sido torturadas, violadas y asesinadas por las hordas de Bashar al Asar. Es imposible no vincular en esta línea de acción a la historia contemporánea con la tragedia clásica. Las danaidas se encontraron con el rey de Argos, Pelasgo, que buscó el apoyo de su pueblo para salvarlas de un destino funesto. Por el contrario, el pueblo sirio se ha encontrado con una Unión Europea divorciada de la sociedad civil. Al Parlamento europeo le sobra la primera sílaba. Ésa es la tragedia.
¿Qué Ítaca nos espera?
Para los migrantes por ahora no hay Ítaca posible. No hay lugar de regreso. Para los pueblos masacrados no hay vuelta atrás. Sus casas y sus familias han sido destruidas. Deben construir otras familias y otras casas que ya nunca serán Ítaca. Y para la vieja Europa tampoco hay posibilidad de plegar velas. Se ha mostrado insolidaria y caduca. Homero y Kavafis no escribirían hoy de un lugar donde regresar, sino de un lugar donde no volver nunca. La única Ítaca que nos espera es la que debemos construir. Porque Ulises también ha naufragado en las pateras. Se olvidaron de amarrarlo al mástil.
Tú que eres profesor en un instituto, ¿cómo ves a los más jóvenes ante este drama? ¿Están concienciados de lo que pasa en nuestras fronteras?
Creo que es difícil tomar conciencia de lo que sucede en las fronteras para todo el mundo, independientemente de lo joven o de lo viejo que se sea. Ya hemos hablado de lo mediatizado que está todo por las pantallas. Aun así, hay un sector de la juventud comprometido y solidario que ve la muerte más allá del último modelo de smartphone. He conocido a jóvenes voluntarios de Lesbos con más dignidad que un camión de ministros. A veces, con los más jóvenes, cuando presenciamos en clase imágenes del drama, se producen largos silencios. Nadie sabe qué decir. Como afirma Wittgenstein, en los límites del lenguaje están los límites de nuestro mundo. El horror en el aula a veces se torna inefable. Y entonces, como diría Calonge, solo el silencio da expresividad a cada palabra. Los personajes de La ciénaga muchas veces se quedan sin palabras; igual que mis alumnos; igual que yo; igual que los ahogados.
¿Puedes calificar de alguna manera el acuerdo entre la UE y Turquía?
Es una vergüenza. Eso debiéramos sentir los europeos: mucha vergüenza. Y si fuésemos capaces de convertir esa vergüenza en rabia, y esa rabia en acción, quizás no fuésemos cómplices del genocidio. Porque no nos quepa duda de que es un genocidio a lo que estamos asistiendo. Y se cumplen ya cinco años de lo que en el futuro se conocerá como el genocidio sirio. A la Unión Europea no se le ha ocurrido mejor medida para conmemorar la fecha que el tiro de gracia: taponar, bloquear el paso de las personas que huyen de una muerte segura, boicotear su salvación aplicando medidas que violan impunemente la Cuarta Convención de Ginebra, que trata de la protección de civiles en tiempos de guerra. Y lo hacen utilizando un perro de presa, un perro guardián. Para que nadie pueda escapar, colocan en las puertas del infierno a su particular can cerbero, al gobierno turco. No olvidemos el protagonismo de Turquía en el genocidio del pueblo armenio. La historia se repite trágica y funesta, meticulosa y asesina.
¿Qué crees que significan los derechos humanos para los gobernantes?
Los derechos humanos son una farsa en boca de los gobernantes. A ningún gobierno le interesan los derechos humanos. Son otro de los grandes engaños, de los eufemismos traidores. Los políticos intentan mostrar que están preocupados por los derechos humanos, pero niegan a la humanidad la ciudadanía. Ése es el auténtico problema. Si el mero azar no nos convirtiera en ciudadanos por nacimiento o por genética, si derrocásemos al ius soli y al ius sanguinis, no haría falta hablar de los derechos humanos en el caso de las personas que buscan refugio, porque todos seríamos nada más que ciudadanos. Y nada menos. Hay que quitar la máscara a las palabras, tenemos la obligación moral de acabar con los eufemismos mediáticos: las víctimas colaterales son los muertos inocentes; y no se puede llamar refugiado a nadie si no se le da refugio. En La ciénaga, algunos personajes están a favor de ese eufemismo: son Juan Patria y Migra. Otros intentan desenmascararlo: son Hurón, María Selva y El Extranjero. Y entre ellos se produce el debate. Se plantean las preguntas fundamentales de la obra: ¿cómo los seres humanos tenemos derecho a salir de nuestro propio país, así como a no ser devueltos al mismo bajo determinadas circunstancias, pero no a ser acogidos en otros? ¿Alguien entiende esa ley? ¿Cómo salir fuera de un lugar, si fuera de ese lugar no hay nada, si el lugar dibujado por ese marco legal es un no lugar?
En ese sentido, y volviendo a tu pregunta, las personas que buscando refugio ocupan esos no lugares no son ciudadanos, son la excepcionalidad, meros enseres que pueden ser gestionados y almacenados en campos que no son sino una ficción, un limbo jurídico donde no hay territorialidad, soberanía ni jurisprudencia, donde la ley queda suspendida (“como una brizna de algodón en una ortiga”, dice uno de los personajes de La ciénaga), dando lugar a las mafias torturadoras y asesinas que han hecho de la frontera su dominio, en connivencia con los mercaderes de armas y de concertina. Todo eso lo permiten los gobernantes mientras hablan de derechos humanos.