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Pedro Sánchez, un discurso para retratarlos (y retratarse)

El dirigente socialista ha interpelado constantemente a Podemos para hacerle responsable de que las medidas de orden social, como el plan contra la pobreza energética y contra los desahucios, no estén puestas en marcha de manera inmediata.

MADRID// En los momentos previos al debate de investidura de Pedro Sánchez, circulaba en el ambiente la sensación de que importaba muy poco lo que pasara en el pleno del Congreso. Las posiciones se habían fijado con claridad los días anteriores y lo único que habían logrado las ofertas del PSOE a Podemos, IU y las confluencias era crispar mucho más la situación y enconar aún más las posturas de los partidos de izquierdas hacia el único socio que el dirigente socialista había logrado para la investidura, Ciudadanos.

Pedro Sánchez comenzó el discurso apelando a los lugares comunes del entendimiento y el diálogo. Avisando a los diputados de la oportunidad que tenían y el deber que los españoles les habían encomendado, el candidato instó a explicar a los ciudadanos por qué los partidos pueden ser el problema cuando se les pide la solución. En esa misma línea, la del deber cumplido, se pronunció para explicar por qué había aceptado el ofrecimiento de Felipe VI: “Entendí como un deber ineludible el encargo del rey”, para después aprovechar y lanzar la primera crítica a Mariano Rajoy al asegurar: “No podía escapar de mi responsabilidad”.

La primera parte del discurso de investidura se centró en explicar el mandato de las urnas. Una interpretación de los resultados y la necesidad de entenderse entre las distintas formaciones tendiendo, incluso la mano al PP, en una propuesta que no resultó muy fiable a la vista de los abucheos recibidos al declamarla. Sobre todo porque sólo un minuto antes había declarado que era preciso “abandonar las políticas del PP. Ese es el cambio del mandato”. En torno a ese cambio giraban sus palabras. En torno a la ilusión de comandar dicho giro de la política española”. Y giró la cabeza, de Rajoy a Iglesias.

Sánchez centró la segunda parte de su investidura en desgranar las medidas del acuerdo alcanzado con Ciudadanos pero edulcorando y suavizando las más polémicas, o simplemente eliminándolas, como ocurrió con la supresión de las diputaciones. El objetivo de esta parte del discurso fue interpelar constantemente a Podemos para hacerle responsable de que las medidas de orden social, como el plan contra la pobreza energética y contra los desahucios, no estuvieran puestas en marcha de manera inmediata. A cada iniciativa de este tipo, el candidato del PSOE le añadía una frase mirando directamente a Pablo Iglesias: “…Y todo esto, señoría, lo podemos hacer a partir de la próxima semana”.

Durante el discurso de Pedro Sanchez, cuando desgranaba los puntos destinados a sustituir la reforma laboral, se produjo un enfrentamiento que parecía un duelo para las cámaras. Como un fractal que resumía lo que hemos vivido durante estos meses en tan sólo treinta segundos. El líder del PSOE relataba las decisiones en relación con la cuestión laboral que tomaría mientras Pablo Iglesias negaba de forma ostentosa con la cabeza. Albert Rivera, a la vez, decía que sí con unos gestos igualmente visibles. Una escenificación en el hemiciclo del teatro de las negociaciones al que hemos asistido estos meses.

Pedro Sánchez acabó su intervención con una frase que resumía toda la comparecencia y hacía inútil el resto del discurso: “Tendremos que responder sencillamente sí o no. En ese momento sabremos dónde realmente está cada uno”. De eso se trataba el debate de investidura. De ubicar a cada uno en una posición determinada para lograr que los ciudadanos y la opinión pública saquen conclusiones de cara a unas hipotéticas y más que plausibles nuevos elecciones. De retratarlos. Pero también de retratarse.

Nadie quiere unas nuevas elecciones pero todos se están armando y creando un relato para enfrentarse a las urnas en mejor posición que el adversario. Todos los partidos están negociando de cara a la galería. Nadando y guardando la ropa. Mirando al 26 de junio con temor por la incertidumbre que todos tienen ante unos nuevos comicios. Y sin querer llegar a consultar nuevamente a los ciudadanos pueden conseguir convocarlos. Casi por accidente. Ese ejercicio de equilibrismo, entre la teatralización de la negociación y la construcción de su discurso para el mensaje electoral, puede terminar con todos en un nuevo plebiscito que puede no cambiar nada a la espera de que todo cambie.

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