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Liberadlos ya (elogio de la necedad titiritera)

"El hecho de pertenecer a las cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a la judicatura o a la jerarquía católica no libra automáticamente a ningún colectivo de la posibilidad de ser criticado, parodiado o satirizado", sostiene el autor

En 1511 el humanista Erasmo de Róterdam escribió en latín una obra muy célebre, Stultitiae Laus. La traducción al castellano de ese título ha sido objeto de controversia. Hay quien la llama Elogio de la estulticia; otros, Elogio de la necedad y, muchos, Elogio de la locura. Ésta última opción, con ser la más conocida, no es la más acertada; puesto que si Erasmo hubiera querido referirse a la locura habría escrito insania y no stultitia, como hizo. El diccionario de la RAE define estulticia como necedad, tontería. ¿Qué tiene esto que ver con la polémica sobre los titiriteros encarcelados por, supuestamente, enaltecer el terrorismo? Vayamos poco a poco, porque la cuestión es peliaguda y la tentación de simplificar, grande.

El gran hallazgo estilístico de Erasmo en su Elogio de la Estulticia fue dar voz a la estulticia misma, presentándola como un personaje. De hecho el primer capítulo se titula Habla la Estulticia, así, con E mayúscula y es la propia Necedad o Tontería la que toma la palabra de la siguiente manera: “Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres”.

Para sortear la censura y poder expresarse libremente sobre la jerarquía eclesiástica, Erasmo utiliza a un personaje que profiere todo tipo de opiniones. Es imposible saber si el humanista compartía cada una de las opiniones de la Estulticia. Fijaos lo que dice ésta respecto a los papas: “Los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas”.

Cualquiera puede imaginar el escándalo que supondría en el siglo XVI que en la obra de un sacerdote católico (Erasmo lo era) se afirmara que los papas son “diligentísimos para amontonar dinero” y perezosos, ellos y toda la jerarquía católica, a la hora de llevar a las gentes el mensaje del Evangelio…

Es curioso que al Papa de entonces le gustara el libro de Erasmo. Y ojo: el Papa era León X, el que en el Concilio de Letrán sembraría el germen del índice de libros prohibidos, uno de los mecanismos de censura más estrictos jamás creados. ¿Cómo es posible que Erasmo no sufriera castigo por llamar a los Papas codiciosos? La respuesta es fácil: porque él no los llamó codiciosos. Lo hizo la Estulticia, un personaje creado por Erasmo.

Viajemos ahora más de 500 años en el futuro y veamos el caso de los titiriteros. Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que ha sido un error del Ayuntamiento de Madrid programar para todos los públicos una obra en la que hay violencia de variado pelaje. El error no se subsana por el hecho de que el Consistorio advirtiera dos horas antes en Facebook que la función no era apta para niños. Tras lo sucedido, el ejecutivo de Manuela Carmena ha ido tomando medidas correctivas con agilidad. Se puede discutir si han sido o no suficientes; pero han sido tomadas.

Ha sido un error programar esa obra, aunque sepamos que en Caperucita roja rajan a un lobo de arriba abajo y le llenan el estómago de piedras; aunque de pequeños nos contaran Pulgarcito, donde un ogro quiere degollar y comerse a siete hermanos; aunque hayamos visto en infinidad de guiñoles a personajes liándose a cachiporrazos con quien haga falta… No sé cuántas muertes violentas por atropellos, explosiones y armas de fuego habremos visto en los dibujos animados desde nuestra más tierna infancia. El caso es que los tiempos cambian y hoy ponemos el grito en el cielo porque un títere de carnaval muestre violencia. Pero una cosa es criticar eso y tomar medidas administrativas y, otra, enviar a dos artistas a la cárcel… ¿Lo merecen?

La trama de La bruja y Don Cristóbal (la obra en cuestión) es inapropiada para niños y, además, parece bastante ramplona en lo artístico. En un momento dado un personaje que, al parecer, hace de agente de policía, coloca una pancarta en la que se lee ‘Gora Alka-ETA’ sobre otro personaje, para incriminarlo. Ojo: no es un ser humano (un miembro de la compañía de guiñoles Títeres desde abajo) el que sale en público y exhibe una pancarta de ‘Gora ETA’. Es un personaje. Como lo era el personaje de la Estulticia, creado por Erasmo hace cinco siglos.

Acusar al autor de la obra o a quien la representa de enaltecer el terrorismo sería como acusar, por ejemplo, al actor Ralph Fiennes de apología del nazismo porque en la película La lista de Schindler da vida a Amon Goeth, un oficial austríaco de las SS y comandante del campo de concentración de Plaszow en la Polonia ocupada. Ningún juez con sentido común mandaría a prisión preventiva a Spielberg (director de la película) o a Fiennes, el actor.

Si el encarcelamiento de esos dos titiriteros se debe exclusivamente a lo que hacen los personajes en una obra de ficción es una preocupante afrenta contra la libertad de expresión y creación. Si ése es el caso (desconozco los pormenores de la instrucción judicial y los posibles indicios delictivos hallados) cualquier persona que se dedique a la creación artística o literaria debería sentir indignación e inquietud por lo sucedido; indignación e inquietud porque el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, haya decidido, por lo que sabemos, que los personajes de una obra artística (da igual la calidad de la misma) no puedan representar lo que a los autores de dicha obra les dé la gana. Eso es censura y es gravísimo.

Habrá quien piense que el problema es que el personaje representa a un agente de la ley cometiendo un delito… Y que la imagen que la obra ofrece de los estamentos del poder es ofensiva con éstos ¿Y? ¿Acaso no hay sobrados ejemplos, en la realidad, de agentes de la ley y de jueces que ofenden la misma ley a la que dicen servir? ¿Acaso no hay infinidad de obras de cine, teatro y televisión que muestran a jueces y agentes corruptos y criminales?

Son una minoría, evidentemente, pero el hecho de pertenecer a las cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a la judicatura o a la jerarquía católica (como el hecho de integrarse en cualquier cuerpo, organización o profesión) no libra automáticamente a ningún colectivo de la posibilidad de ser criticado, parodiado o satirizado. En eso consisten la libertad de expresión y la democracia, aunque algunos magistrados no terminen de tenerlo claro, como tampoco tienen clara, al parecer, la diferencia entre la realidad y la ficción artística.

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