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Empatía para el cambio social
Nace en Inglaterra el primer Museo de la Empatía, impulsado por el filósofo Roman Krznaric.
Entrar a una caja de zapatos de grandes dimensiones a las orillas del Támesis, donde en la entrada miden tu pie y te ofrecen un par de zapatos de otra persona, un extraño, que puede ser una drag queen o un refugiado. Y con los zapatos de ese otro, escuchar un audio sobre su vida. Una milla en mis zapatos es la primera exposición del Museo de la Empatía, que arrancó en Londres en septiembre y que viajará en febrero a Australia como parte de la Feria Internacional de Arte de Perth y en junio de vuelta a Londres al Festival Internacional de Teatro de la capital británica. Luego, Brasil. “A cada lugar que vamos con esta caja de zapatos, recopilamos nuevas historias y nuevos pares de zapatos. Así que es un work in progress”, explica Roman Krznaric, filósofo británico especializado en el estudio de la empatía que se ha lanzado a montar esta instalación itinerante y urgente.
La empatía es un concepto con más de 100 años de investigación en la psicología y la neurociencia y un elemento de cohesión social fundamental. “En Inglaterra la palabra empatía empezó a ser común alrededor de 1910, pero le ha rodeado un gran escepticismo, en el sentido de que se consideraba una materia, digamos, blanda”, explica Krznaric . “Lo que ha pasado en los últimos 15 años es que las investigaciones sobre cómo funciona nuestro cerebro, han mostrado que hay un circuito de empatía que conecta hasta diez áreas del cerebro y que éste es un órgano que está preparado, digamos cableado, para la empatía”.
Del gran magma de literatura científica y social sobre empatía ha nacido recientemente esta instalación que reivindica la vía práctica, más allá de los libros especializados o la dudosa literatura de autoayuda. Un museo itinerante que quiere poner en la vía pública el debate sobre la necesidad de la reconquista de la empatía para el cambio social.
Para entendernos, la empatía sería el acto imaginativo de ponerse en los zapatos del otro y eso es literalmente lo que propone en su primera instalación este museo insólito. “Las investigaciones demuestran que la empatía se puede aprender. Y eso es muy importante para el Museo de la Empatía porque no es un mero entretenimiento burgués, sino que tiene que ver con el cambio social”.
Según Krznaric, “la gente necesita formas de empezar a comprometerse, de salirse de su área de confort para tratar de entender al otro. Y no hacerlo desde la compasión o la conmiseración. Finalmente la empatía consiste en cerrar la brecha de alguna forma entre las personas. Desde luego que nunca voy a saber cómo es ser un chamán guatemalteco, ni tampoco un Rockefeller con isla privada en la costa de Nueva Inglaterra, pero la empatía consiste en asumir el riesgo de tratar de entender, de superar prejuicios. No hay soluciones fáciles. Si las hubiera el mundo sería muy diferente de lo que es hoy en día”.
Con la empatía ha pasado un poco como con “la conciencia plena” (mindfulness, en inglés), ese estado budista de concentración de la atención que se alcanza mediante la práctica de la meditación y que ha sido importado a Occidente en los últimos 50 años. Como con cualquier concepto que se vuelve popular hay apropiaciones desde diversos lugares. “Pensemos en la cantidad de banqueros practicando yoga y meditación que se pasan el resto del día cerrando acuerdos turbios. De la misma manera que el ejército americano está usando las prácticas de meditación y conciencia plena para entrenar a los soldados a ser más eficaces en la guerra. Son usos muy peligrosos de la meditación de forma instrumental”, recuerda Krznaric. Y de alguna manera la empatía está teniendo el mismo problema ahora. Las grandes corporaciones han inventado este concepto siniestro de marketing de la empatía. “En otras palabras», apunta Krznaric, “voy a ponerme en tus zapatos para poder venderte hamburguesas que acaben matándote. Esa es la empatía del psicópata, la empatía cognitiva sin la empatía emocional”.
Lo íntimo también es política
Se trata de otra cosa, más en la línea de aquello de “lo personal es político” que popularizó la feminista estadounidense Carol Hanisch en los años sesenta. “Solía pensar que para el cambio social la única manera es a través de las instituciones, pero con los años he aprendido que las relaciones humanas realmente importan. Si piensas sobre los derechos de las mujeres, sobre la violencia machista, tiene que importarte cómo se tratan las personas en el ámbito doméstico. Lo íntimo también es política. Al final se trata de cómo te encuentras con el otro, se trata de saltar del propio ego. Hay algo muy poderoso en eso. Porque en una sociedad que únicamente fomenta el individualismo y el consumismo, y que te bombardea con anuncios a todas horas que te dicen ‘piensa en ti mismo’, la empatía es algo revolucionario. Creo que necesitamos empezar a hacer una trasformación de valores individuales a colectivos”, subraya Krznaric.
En ese camino, dice, nos sobran líderes. No se trata de ser un Nelson Mandela y, de hecho, no se encuentra en el Museo de la Empatía. “Creo que es más poderoso hablar de gente común haciendo frente a los prejuicios, desafiando los estereotipos. Existe un culto excesivo al liderazgo, que no deja de ser un valor individualista. En la política, en el mundo de las empresas, todos hablan de que se trata de liderazgo, pero la sociedad se cambia desde su base”.
Desde luego el paisaje es desolador. En Francia, las elecciones regionales tras a los ataques terroristas de París han confirmado el resurgimiento del partido de ultraderecha de Marine Le Pen. Un triunfo del miedo y la muerte del diálogo como medida para entender un problema complejo. “Cuando deshumanizas al otro, puedes hacer lo que sea a esa persona”, apunta Krznaric. Es lo que ocurrió con las leyes de Nuremberg, en los años treinta ,que sirvieron de base al nazismo y al Holocausto. Lo mismo ocurre con el llamado Estado Islámico, que tiene que ver con el hecho de que las ideologías políticas y religiosas pueden convertirse en las barreras más poderosas para la empatía, son inmejorables instrumentos para marcar una distinción entre nosotros y ellos y deshumanizar a los que no pertenecen a un grupo determinado”.