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El increíble caso de los miopes

Si el guion se repite como lo ha hecho hasta el momento, Rita Barberá en breve pasará a ser conocida como “esa exalcaldesa de la que usted me habla”.

Antes de su ingreso en la prisión de Soto del Real, el último mandatario en libertad del PP, asegura que lo suyo, como lo de todos sus compañeros presos, se ha tratado de un caso aislado y que serán implacables contra la corrupción. El cuento de la historia de la España del PP podría acabar así, como un mal chiste, y no nos sorprendería demasiado. Es la línea actual.
Preguntado por el último caso de corrupción, esta vez macrooperación policial en Valencia, el autor de frases para la historia como “Nadie podrá probar que Bárcenas no es inocente”, “Carlos Fabra es un ejemplo”, “Te quiero, Alfonso Rus”, o “Creo en lo que dice Granados”, Mariano Rajoy, responde que Rita Barberá ha sido la mejor alcaldesa de España y que está absolutamente limpia.

Si el guion se repite como lo ha hecho hasta el momento, Rita Barberá en breve pasará a ser conocida como “esa exalcaldesa de la que usted me habla”. Y el presidente en funciones asegurará sentirse engañado y dispuesto a seguir batallando contra la corrupción como lo ha hecho hasta ahora, de manera implacable. En un partido imputado por destruir pruebas judiciales en un caso de corrupción, su líder asegura no saber si el partido está imputado o no, porque no ha visto el auto judicial. Está por ver si el increíble caso de la miopía de Rajoy es caso clínico o forzado.

La miopía personal de Rajoy es un caso por estudiar, pero lo que está ya probado es que lo que se vende como tos de invierno es más bien una enfermedad alargada en el tiempo, crónica y de alto contagio. El joven Luis Salom entraba en política hace pocos años. Lo hacía dando el salto mortal habitual: desde Nuevas Generaciones del PP hasta sueldo de 4.000 euros mensuales como asesor del ayuntamiento gobernado por Rita Barberá.

Con residencia permanente en twitter, el papel de Luis Salom era el de luchar en el fango contra cualquiera que criticara la corrupción del PP valenciano, visible para todos, excepto los miopes. Este miércoles el joven Luis Salom fue imputado en la Operación Taula. Resulta que no era miope, sino lo otro. En poco tiempo, la joven promesa de la política del fango -puedo imaginar sus comienzos ante el espejo de casa repitiendo que el autor de la corrupción en Valencia ha sido ETA y el que opine lo contrario es un miserable- ha pasado a ser “ese joven asesor del que usted me habla”. El poder de contagio en las alturas del Partido Popular es del nivel del ébola.

El penúltimo escándalo del PP valenciano estalla en mitad de las negociaciones para formar gobierno en España y ni las bolsas, ni Felipe González, ni Albert Rivera, valgan las redundancias, se han inmutado ante la perspectiva de un país que siga dirigido por, siendo bien pensados, miopes. González, gurú y representante de las fuerzas de lo global, exige tras las urnas un gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos. Albert Rivera, representante de las fuerzas de lo local, recoge el guante y no cree que la corrupción deba afectar al diálogo para formar gobierno. Decía hace años el consejero socialista de Gas Natural que la crisis financiera era un problema sistémico, es decir, un mal que formaba parte del propio sistema económico.

Quizá con la corrupción pase lo mismo. Y quizá, al final, la corrupción sólo afecte, como pasó con la crisis financiera, a quienes no la provocan ni participaron de ese juego. Quizá afecte a una multitud invisible para alguien con visión global como Felipe. Quizá a esas alturas en las que vive Felipe González la corrupción no sea un problema, sino una gasolina, gasolina que huele mal, pero gasolina al fin y al cabo, que dinamiza mediante la compra y venta de voluntades ese sistema que nos gobierna. Quizá por eso no pase nada porque siga estando ahí. Quizá por eso para Felipe González o Albert Rivera no sea un problema que el Partido Popular siga gobernando, sino una necesidad -necesidad sistémica, claro-. Quizá por eso haya tantos tan miopes en política.

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