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Yo quería ser como Panorámix

"Es muy fácil engañarnos y pensar que el mundo académico es una meritocracia donde no queda (¿casi?) privilegio de género", critica el autor

De niño yo quería ser como Panorámix. Sabio, responsable, científico, el más listo del pueblo. Quería ser como Papá Pitufo, como el profesor Tornasol, como Bacterio, o como el Maestro de Érase una vez… el hombre. Sabios, químicos, hombres con cabeza para la ciencia (y, ahora que me doy cuenta, hombres con barba). Con menos de diez años, miseño de EGB disculpaba mis rarezas al etiquetarme como «un genio despistado». Eso me hizo la vida más fácil. La sociedad sabía qué esperar de mí, y yo tenía por delante un camino difícil, pero bien señalizado.

Si hubiera sido una niña avispada con vocación científica, no se qué modelos me habrían guiado ni en qué arquetipos me habría encasillado mi entorno. Ahora que lo pienso, ya tengo casi 40 años y no recuerdo habérselo preguntado a ninguna de mis compañeras científicas: ¿tú de pequeña como quién querías ser?

Un poco más mayor, mi profesor de Matemáticas, mi profesor de Física, mi profesor de Química y mis propias lecturas me enseñaron que la ciencia la hicieron hombres, hombres y hombres. Einstein, Newton y Dalton. Avogadro, Kelvin y Pascal. Tesla, Hertz y Coulomb. Ampère, Lavoisier y Le Chatelier. Bueno, y Marie Curie. Ojo a ese contraejemplo, a esa excepción que confirma la regla. Aprendí así que la mujer que quiere, la mujer que vale, la mujer que se esfuerza, llega. Aprendí, además, que esa mujer que quería, valía y se esforzaba vivió en Francia hace unos 100 años y se llamaba Marie Sk?odowska-Curie. Y que, tras llegar al doctorado, llegó también a dos premios Nobel. ¿Ves? Todo es ponerse.

Tras el instituto, durante los cinco años de carrera de Química, recuerdo a tres o cuatro profesores de mi especialidad -Química Inorgánica- que me influyeron especialmente. Cuatro hombres, quiero decir. De otros departamentos guardo un recuerdo especial de un par de profesoras y otros dos o tres profesores. A la larga, en mi trabajo de investigación han influido solo dos de esos cinco. Los dos de Química Física; los dos hombres. Tampoco lo había pensado hasta hoy, pero empiezo a ver una tendencia: me ha inspirado más el ejemplo de personas y personajes de mi género.

¿Que se puede tener éxito sin apenas arquetipos que te inspiren ni modelos a imitar? Seguro que sí. También puedes nadar monte arriba, si eres un salmón. Y desde luego la falta de modelos a seguir es solamente un factor en el hecho de que mis compañeras tengan el listón más alto que yo. Pero la inspiración de ver modelos positivos, en la realidad y en la ficción, ayuda a despertar vocaciones en los hombres. Y, por el contrario, el asumir silenciosamente que la infrarrepresentación de la mujer en ciencia es algo natural e inevitable contribuye a matar la vocación en las mujeres. De hecho, cuando se ha estudiado este problema aplicando el método científico, se ha encontrado que precisamente lo que más ayuda a despertar o mantener vocaciones científicas en el instituto es discutir en clase sobre la infrarrepresentación femenina en ciencias.

Figura extraída de Factors that affect the physical science career interest of female students: Testing five common hypotheses (Hazari et al., Phys. Rev. St Phys. Educ. Res. 9, 020115 (2013))

A lo largo de toda mi vida, el cine y la televisión me enseñaron que, como hombre, generalmente soy el protagonista. Me enseñaron que, como hombre, soy el que triunfa y el que fracasa, el bueno y el malo. Que no se me escapa ninguna escena importante y que, por tanto, lo que ve mi ojo es lo que existe. Por otro lado, la sociedad también me contó eso de que en teoría valemos todos lo mismo y lo de que todos tenemos los mismos derechos, sobre todo desde hace unos años que las mujeres pueden hasta votar. Entre una cosa y la otra, aprendí que si no veo en carne propia el problema de género y me dicen que no existe, es que no existe. Y las cosas han cambiado, claro: en el siglo XXI ya puedes doctorarte sin pene aunque luego no vayas a obtener dos premios Nobel. Es muy fácil engañarnos y pensar que el mundo académico es una meritocracia donde no queda (¿casi?) privilegio de género.* Bueno, muy fácil… realmente es más fácil para quienes nos beneficiamos de ese mismo privilegio. Ahora bien, engañarme hasta el punto de creerme que en mi carrera científica como hombre «no me han regalado nada» y que «me lo he ganado todo yo«, pues hasta ahí yo no llego. Yo he nadado mucho y he nadado duro, pero siempre he nadado río abajo, a favor de la corriente.

* Otro día hablamos del privilegio de clase, o del privilegio por el color de piel.

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