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Entender a la CUP o la cultura del pacto (respuesta a @AntonioMaestre)
"No hay alianza, ni son "compañeros de viaje" de la CUP. CDC representa a una parte del pueblo catalán con la que hay que entenderse en lo mínimo, guste o no, para llegar hasta la independencia", defiende el autor
Por Triskele (@quanemdistrec)
El pacto JxSí con la CUP ha provocado perplejidad en la izquierda, aunque sobre todo en la izquierda española no catalana. Se veía a la CUP como un partido coherente con ideales muy definidos: anticapitalismo, feminismo e independentismo. Y sin embargo ahora, ante la tentación del pacto, sucumben dichos ideales en beneficio de una sola parte de los mismos: la independencia de Cataluña. Y no se comparte esa priorización pues se entiende que abandona el resto de ideales, el anticapitalismo sobre todo, y se escogen como compañeros de viaje, al menos en parte, a capitalistas neoliberales.
Esa lectura suele ser respondida desde Cataluña con un «no nos entendéis», que no voy a negar que aparentemente rezuma arrogancia, pero que en realidad simplifica y sintetiza un sentimiento de incomprensión que viene de lejos, y que poco a poco -eso es esperanzador- ha ido cambiando en la sociedad española. En 1976, y mucho más tarde, no se entendía ni la pretensión de autogobierno de Cataluña, ni que los catalanes no sólo quisieran hablar catalán «entre ellos», ni que se empeñaran en mantener una lectura de la historia que no era la tradicional -en España- de Menéndez Pidal. O que nos ofendiéramos al escuchar que parecíamos simpáticos pese a ser catalanes. Todo ello ha ido cambiando lentamente, tan lentamente que esa frase sintética «no nos entendéis» no pretende ser dicha con soberbia sino, aunque cueste creerlo fuera de Cataluña, con desesperanza y tristeza.
La CUP ha pactado con CDC y con ERC. De ese pacto, la objeción desde la izquierda española viene por la alianza con CDC. Pero ahí radica una parte del error. No hay alianza, ni son «compañeros de viaje» de la CUP. CDC representa a una parte del pueblo catalán con la que hay que entenderse en lo mínimo, guste o no, para llegar hasta la independencia. La CUP sabe perfectamente que CDC está dominada por las élites económicas, pero no le queda otra que contar con el partido que vota una parte importantísima de la población catalana a fin de conseguir la independencia. O jamás se lograría.
Y en cualquier pacto hay que tragarse algún sapo. Es cierto que la CUP parece haberse comido demasiados en esta negociación -entre otros, el célebre e inadecuado del judío y los palestinos-, aunque dejando al margen el comentario, esa imagen se debe, más que a la realidad, al tono impertinente que ofreció Mas el sábado por la tarde. Al día siguiente CDC se comió otro sapo. Un diputado de la CUP, con una imprudencia torpe sólo comparable a la rabieta de Mas, dijo el domingo por la mañana que habían metido a Mas en la papelera de la historia. Y CDC encajó el golpe en silencio, encajando también el puñetazo principal: haber tenido que renunciar a su líder. Perdón por la comparación, pero para CDC renunciar a Mas fue como decirle al Barça que renuncie a Messi, aunque desde luego Mas no sea Messi. Pero sí le veían así -creo que erróneamente- muchos votantes -y no votantes- de CDC.
Y la CUP cede dos diputados a JxSí, aunque en términos más difusos de lo que se ha dicho. Otro sapo. Se oculta que también hay un compromiso social en el pacto, aunque lejos del famoso plan de choque. Y se esconde también que la CUP, pese al pacto, no tolerará actos neoliberales. Sapos mutuos. Pero no se trata de ver quién ganó la negociación política, porque eso suele decirlo la historia. Se trata de entender que en política debe haber ideales, valores, aunque no deben existir valores «irrenunciables», porque todo, absolutamente todo -salvo los derechos humanos-, hay que sopesarlo y volver a valorarlo constantemente, sin descanso, sometiendo el propio pensamiento a una crítica sin pausa. La perenne crítica del propio pensamiento es la clave de la inteligencia. Lo contrario nos acerca al dogma.
Y de los dogmas surgen los frentes, y de ellos las confrontaciones bélicas. Como han dicho varias personas a lo largo de la historia, las paces se firman entre enemigos. El enemigo es el compañero de viaje hacia la paz, y puede serlo también hacia otros destinos si los firmantes los consideran adecuados. No incidamos en el «al enemigo, ni agua», ni en la ofensa por un «quítame de ahí esas pajas». Avancemos en la cultura del pacto, y veamos qué tenemos en común con nuestro enemigo. A lo mejor acabamos descubriendo, en muchas ocasiones, que en realidad no somos tan distintos como nos vemos.