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La CUP, la verdadera mártir de la independencia

Los compañeros de viaje que consideran que la cabeza de un israelí vale por la diez palestinos no pueden ser un socio decente para comenzar el trayecto a la tierra prometida.

Anna Gabriel, diputada de la CUP-Crida Constituent, en el debate de investidura de Carles Puigdemont.

MADRID// La ideología son unos valores irrenunciables. La política consiste en ordenar esos valores y establecer prioridades. La conjunción de ambos elementos son los que asisten a un partido político en una negociación. El pacto que alcanzó la CUP con Junts Pel Sí (JxS) para investir presidente a Carles Puigdemont ha dejado en evidencia que la CUP considera que su objetivo principal es la independencia, la máxima prioridad que marca su ideología, aunque para ello tenga que renunciar al resto de señas de identidad que definen la formación. Su decisión es completamente respetable, consideran la cuestión patriótica e independentista como su fin principal, que subyuga al resto de sus ideales. En este sentido, la CUP es la verdadera mártir del procés, ha puesto en segundo plano el resto de valores que le daban sentido en beneficio de un bien superior y ha firmado un acuerdo en unos términos humillantes desconocidos hasta ahora en la política española.

Anna Gabriel declaró en una entrevista a RAC1 que un portavoz de JxS les dijo en el transcurso de las negociaciones que “la cabeza de un israelí (Mas) vale por las de diez palestinos”. Esta frase por sí sola valdría para romper el acuerdo a aquellos que trazan una de sus líneas rojas con el racismo y la causa palestina, entraría de nuevo en contradicción el orden de las prioridades y los valores que conforman tu ideología. La CUP considera que llegar acuerdos con miembros que representan esa manera de pensar es plausible en favor del bien superior que es la independencia. Es aquí cuando se incide en que la izquierda no nacionalista no comprende lo que ocurre en Cataluña por el hecho de no ver bien una visión maquiavélica que implica renunciar a los valores básicos de tu propia ideología por un objetivo que encima no se comparte.

Se comprende perfectamente desde la izquierda no independentista que para la CUP valga todo con tal de que el procés no descarrile, desde inventarse el transfuguismo rotatorio y ceder dos de sus diputados a JxS con una fórmula de neolengua que habla de “incluirse en la dinámica” de la formación de Puigdemont. Hasta pedir perdón por “haber sido beligerante”. Pedir perdón por disentir, por defender tus ideas, pedir perdón por ser alternativa. Pero incluso ir más lejos aún y hacer un proceso de contrición, como pidió Jordi Sánchez (ANC), y expiación y purgar a los diputados que han osado ser más críticos. ¿Querían cabezas de palestinos? Pues al menos les dan dos, cortadas y en bandeja para apaciguar las ansias del incuestionable procés.

También se comprende perfectamente desde la izquierda no independentista que “la caída del caballo” de Artur Mas no se debe a una concienciación absoluta y una creencia sobrevenida en la independencia. Es una evidencia que el señor Artur Mas aprovechó un movimiento ciudadano muy potente nacido desde la sociedad civil para ponerse al frente de él y que no le engullera. Un político astuto que supo ver que o cabalgaba la ola o acabaría con su mandato. Y que descubrió una oportunidad en el procés que, con total legitimidad, muchos ciudadanos contemplan como una ocasión para solucionar sus problemas. Mas intepretó que la nueva situación  era idónea para conservar sus privilegios en un momento en el que la contestación social a su gobierno le había llevado a tener que usar un helicóptero para huir del pueblo. Se envolvió en la bandera para ocultar sus miserias y así conseguir sobrevivir.

Es una evidencia histórica que los procesos revolucionarios, asumiendo que algunos afines al proceso así lo consideran, han sido siempre liderados por las clases más privilegiadas. Piotr Archinov describió en los primeros años del siglo XX cómo se suelen estructurar.

“Los guías, los organizadores de los medios, los ideólogos de la revolución fueron, invariablemente, no los obreros, sino elementos marginales, extraños, intermediarios entre la clase dominante de la época moribunda y el proletariado…Es siempre la descomposición del viejo régimen, del viejo sistema de Estado, acentuado por el impulso de las masas esclavas hacia la libertad, lo que hace surgir y desarrolla esos elementos. Y es por causa de sus cualidades particulares de clase y su pretensión al poder por la que adoptan una posición revolucionaria frente al régimen político agonizante, y se convierten fácilmente en guías de los oprimidos, en conductores de los movimientos populares. Pero al organizar la revolución, al dirigirla bajo el símbolo y el pretexto de los intereses de los trabajadores, sólo persiguen sus mezquinos intereses o grupos de casta. Aspiran a utilizar la revolución para asegurar sus privilegios”.

Acertada o equivocadamente, algunos creemos que los 18 meses del Govern de transición son una excusa de Artur Mas para refundar Convergència y volver a presentarse a presidente de la Generalitat para mantener sus privilegios. Los que podría mantener gracias al aura que le ha dado liderar el procés y esa imagen de mesías que a la vez ha logrado laminar a la CUP, la verdadera mártir de la independencia. Aunque la sociedad civil y el propio Puigdemont, que se destapó en las réplicas del pleno de investidura como un político a tener en cuenta, serán sus obstáculos para lograrlo.

Es un derecho irrenunciable el de la libre autodeterminación de los pueblos. Pero el proceso para llevarlo a cabo puede ser muy cuestionable, y los compañeros de viaje que consideran que la cabeza de un israelí vale por la de diez palestinos no pueden ser un socio decente para comenzar el trayecto a la tierra prometida.

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