Opinión | OTRAS NOTICIAS
Los derechos de los animales, la asignatura pendiente de la izquierda
Hoy se conmemora el Día Internacional de los Derechos de los Animales. Una fecha que, desde 1997, denuncia la situación de explotación y maltrato a la que son sometidos millones de animales.
Coincidiendo con el Día de los Derechos Humanos, hoy se conmemora el Día Internacional de los Derechos de los Animales. Una fecha que, desde 1997, recuerda año tras año la situación de explotación y maltrato a la que son sometidos de manera sistemática millones de animales en todo el planeta.
Los avances en materia de derechos de los animales han sido numerosos en los últimos meses. Desde la concesión del habeas corpus a Sandra, una orangutana argentina que ha vivido 20 años en cautiverio, a la firma del Convenio Europeo para Protección de los Animales de Compañía, firmado en 1992 y al que España se sumó el pasado mes de septiembre. Sin embargo, y pesar del esfuerzo constante de asociaciones y colectivos que luchan por extender esos derechos al resto de los animales, especialmente a aquellos destinados al consumo humano, su reconocimiento sigue siendo visto por un amplio número de ciudadanos como un tema secundario y menor frente a los problemas considerados verdaderamente importantes. Muchos ponen en duda el mero hecho de que los animales tengan, siquiera, derecho alguno.
Más allá de la capacidad de sufrir y padecer de los animales sintientes, absolutamente análoga a la del ser humano, dichas voces cuestionan si el animal es, jurídicamente hablando, sujeto de derecho. Esgrimen que la titularidad de un derecho siempre conlleva la de un deber y, al mismo tiempo, la posibilidad de poder reclamarlo. El argumento cae por su propio peso: nadie pondría en duda que un niño de un año o una persona con una grave deficiencia mental son sujetos de derecho, a pesar de que su propia condición les exime de ser titulares de deberes y les impide reclamar sus propios derechos.
En 1977, la Unesco aprobó la Declaración Universal de los Derechos del Animal, que fue posteriormente refrendada por la ONU. En ella se recogía, entre otros muchos, el derecho de los animales a ser respetados. «El hombre, en tanto que especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a los otros animales o de explotarlos violando ese derecho, y tiene la obligación de poner sus conocimientos al servicio de los animales», rezaba su segundo artículo. El primero era aún más genérico, pero no menos contundente: «Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia».
«Mientras existan mataderos habrá campos de batalla», escribió León Tolstói. Los datos actuales de la todopoderosa industria cárnica van mucho más allá del peor escenario que podría haber imaginado el autor de Guerra y paz: 60.000 millones de animales mueren cada año en los mataderos, según la FAO, de los cuales entre 800 y 850 millones lo hacen sólo en territorio español. No son los únicos. 180 millones son sacrificados para vestirnos con su piel. Otros 115 millones, según la British Union Against Vivisection, son utilizados anualmente con fines experimentales, ya sea en investigación militar, médica, cosmética o en el campo de la docencia. Muchos otros viven en condiciones miserables para ser mostrados en circos y zoológicos o torturados en nombre de tradiciones como la tauromaquia o las fiestas patronales que, en países como España, tienen al maltrato animal como eje central de sus celebraciones.
Ninguno de esos millones de animales es sacrificado por necesidad, y así lo demuestra un número cada vez mayor de ciudadanos que decide vivir sin participar de esa explotación. Podemos alimentarnos, vestirnos, cuidarnos y divertirnos sin que ello implique el menoscabo de esos derechos. Hacerlo tiene, además, un reflejo directo en nuestra propia salud y en la del planeta: según datos de la FAO, y a pesar de lo poco que se habla de ello en la Cumbre del Clima, la ganadería es responsable directa del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, por encima de todos los medios de transporte juntos, que suman un 13%. El Banco Mundial apunta, asimismo, que el 91% de los bosques que han desaparecido en el Amazonas se han dedicado a pastizales para la ganadería que, a su vez, irá destinada al consumo humano.
Por su propia naturaleza, la izquierda siempre ha hecho bandera de la defensa de los más desfavorecidos y la lucha contra la injusticia. Cada vez son más las voces que, desde esa misma izquierda y bajo el llamado enfoque interseccional, denuncian la incoherencia que supone combatir ciertas injusticias mientras se cometen otras: defender los derechos de los más desfavorecidos, el respeto al medio ambiente o la igualdad entre el hombre y la mujer puede y debe ir de la mano de la defensa de los derechos de los animales. Porque existen pocas cosas más injustas y que mejor reflejen los excesos del capitalismo salvaje que el incumplimiento sistemático y flagrante de aquella ambiciosa Declaración de los Derechos del Animal.
La vulneración constante de esos derechos se está produciendo a nuestro alrededor y ante nuestros ojos, a pesar de que prefiramos mirar para otro lado por comodidad, egoísmo o una imperdonable ignorancia. Pero del mismo modo que sólo un puñado de valientes defendieron en su momento que las mujeres tenían derecho al voto o los negros a ser considerados hombres libres, hoy la izquierda en su conjunto debe hacer suya la lucha por los derechos de los animales y llevarla al primer plano político, más allá del mero bienestarismo para acallar conciencias, de la protección de perros y gatos y de las cosméticas declaraciones bienintencionadas que apenas encuentran acomodo en las últimas páginas de los programas electorales. Al fin y al cabo, la compasión y la empatía son pilares fundamentales de toda sociedad desarrollada que se precie, y difícilmente podremos acallar los ecos de la violencia si no dejamos de ejercerla a diario contra los que no tienen voz.