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Y será tiempo de purga
París es el escenario de la COP21 sobre el Cambio Climático, pese a que el Gobierno francés no se ha disculpado ni por las pruebas nucleares en los atolones de Moruroa y Fangataufa ni por el abordaje al Rainbow Warrior.
“Cerrar los ojos a la naturaleza solo nos hace ciegos en un paraíso de tontos”
Jacques-Yves Cousteau, oceanógrafo francés.
A principios de la década de los sesenta Francia estaba lejos de la imagen de perfecto anfitrión en la lucha contra el cambio climático ofrecida durante estos últimos días. En un alarde de arrogancia colonialista moderna, el Gobierno francés realizó 17 ensayos nucleares en el Sáhara argelino, entre 1960 y 1966. Medio siglo después, en febrero de 2010, el diario Le Parisien sacaría a la luz parte de un informe confidencial de Defensa en el que se evidenciaba la utilización deliberada – al menos en un ensayo realizado en 1961 – de soldados franceses como cobayas humanas con el fin de comprobar los efectos inmediatos de una explosión atómica sobre las tropas. De hecho, según documentos oficiales publicados en febrero de 2014 por el mismo medio, los efectos radiactivos de aquella tanda de ensayos realizados en el desierto llegaron hasta las costas del sur de España y a las islas italianas de Sicilia y Cerdeña.
Tras la independencia de Argelia en 1962, las pruebas continuaron hasta 1966, un año antes de que el Ejército abandonara el Sáhara como terreno de operaciones, ya que las autoridades del nuevo Estado le habían autorizado a quedarse cinco años como parte de los acuerdos de Evian. A partir de julio de 1966 las pruebas nucleares continuaron en la Polinesia Francesa, una colectividad de ultramar localizada al sur del océano Pacífico.
Años después, el primer barco de la ONG Greenpeace, el Rainbow Warrior, antiguo pesquero de 45 metros de eslora, zarpa desde Londres. Comienza a surcar los mares el 2 de mayo de 1978 con un objetivo manifiesto: se propone luchar contra la caza indiscriminada de las ballenas desde Islandia hasta Perú, pasando por España, donde la acción pacífica da como resultado el abandono de la caza de estos cetáceos; contra la caza de focas, desde las islas Orcadas hasta Terranova; contra la depredación de los delfines por los atuneros americanos en el Pacífico tropical; contra el transporte y vertido de residuos nucleares en el golfo de Vizcaya y en Cherburgo; contra la polución química en la bahía de Nueva York. Desde que se hiciera a la mar, el buque siempre estuvo en primera línea denunciando las agresiones al medio ambiente. Unos auténticos pioneros si tenemos en cuenta que esta ONG ambientalista fue fundada en 1971 y que la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima celebrada en Ginebra – donde por primera vez se consideró formalmente el cambio climático como una amenaza real para el planeta – no tendría lugar hasta 1979.
El 10 de julio de 1985, el Rainbow Warrior se encuentra en el puerto de Auckland, Nueva Zelanda, preparado para denunciar la nueva escalada nuclear francesa en el atolón de Mururoa, en el archipiélago de Tuamotu. Poco antes de la medianoche, una fuerte explosión sacude el buque. Dos minutos después, una segunda detonación abre un boquete de casi tres metros de ancho en la sala de máquinas y la embarcación se hunde en unos minutos. Horas más tarde, submarinistas de la Armada neozelandesa recuperan el cadáver de Fernando Pereira, militante de Greenpeace y fotógrafo portugués de 36 años. El mundo entero se estremece al comprobar, al poco, que el servicio secreto francés estaba detrás del ataque, en el marco de un plan que había recibido el nombre clave de Operación Satanique. Dos agentes de la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) francesa son condenados a diez años de prisión por homicidio involuntario y siete por incendio provocado, pero Francia ejerce una fuerte presión sobre Nueva Zelanda y llega a un acuerdo que permite a los dos inculpados cumplir condena en una prisión militar en suelo francés. En poco más de dos años son puestos en libertad y regresan a París, donde reciben honores y reanudan sus carreras.
Aquel barco quedó irreparable y hoy yace en el fondo marino de las Islas Cavalli. En su honor, llegó el Rainbow Warrior II en 1989, con la indemnización que Francia tuvo que pagar a Greenpeace cuando quedó clara la responsabilidad al más alto nivel de lo sucedido, lo que también se tradujo en una indemnización a la familia de la víctima. En septiembre de 2015, el coronel Jean-Luc Kister, uno de los agentes de la DGSE que colocó el explosivo que hundió el barco, ofrece una entrevista al digital Mediapart en la que pide disculpas por la operación, principalmente a la familia de Fernando Pereira.
En el transcurso del mes de junio de 1995 el Gobierno francés anunciaba su intención de reanudar las pruebas nucleares en los atolones de Moruroa y Fangataufa. Las protestas de las organizaciones ecologistas y el clamor internacional no se hacen esperar, pero ningún esfuerzo diplomático sería capaz de disuadir al Gobierno galo. Las detonaciones tienen lugar el 5 de septiembre, 1 y 27 de octubre, 22 de noviembre y 27 de diciembre de 1995. Todavía quedaría una prueba por efectuar, que acaecería el 27 de enero de 1996. En total, desde 1966 hasta 1996 se realizaron 41 pruebas nucleares atmosféricas – de las de hongo nuclear y daño ecológico irreparable – y 137 pruebas subterráneas, más otros 15 ensayos de seguridad.
De nuevo la organización ecologista, al igual que hiciera años atrás en similares circunstancias, es la más activa en sus protestas trasladando a la zona el Rainbow Warrior II, si bien no tardaría en ser abordado por las fuerzas especiales francesas en julio de 1995. A pesar de ello, las acciones llevadas a cabo se tornan determinantes para conseguir que Francia abandone sus pruebas nucleares y para que se apruebe un tratado para la prohibición completa de las mismas. Sin embargo, los habitantes de la Polinesia Francesa habían sido testigos durante 30 años de 193 ensayos nocivos. Estudios posteriores, como el publicado en agosto de 2006 a través de un informe oficial del Gobierno francés, confirmaron la conexión entre el incremento en los casos de cáncer de tiroides en habitantes de la Polinesia y las pruebas nucleares atmosféricas.
Más allá de lo que podría interpretarse como una exposición ventajista de ciertos acontecimientos históricos interrelacionados – y bien documentados – lo cierto es que Francia es hoy el impoluto escenario de la XXI Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), y todo ello sin que el Gobierno francés haya expresado nunca unas disculpas oficiales por aquella barbarie medioambiental no tan lejana en el tiempo. Coincidiendo con esta Cumbre del Clima de París, los medios de comunicación no han escatimado esfuerzos en informar sobre las devastadoras consecuencias de un cambio climático que algunos ya sospechan irreversible: desde la pérdida de masa glaciar al aumento del nivel del mar, los cambios en los patrones de las precipitaciones, el incremento en la actividad de los ciclones tropicales y la extinción de especies, pasando por el aumento de determinadas enfermedades infecciosas. En este sentido, el cambio climático puede modificar la epidemiología de las enfermedades transmitidas por vectores, lo que podría generar un cambio en la incidencia y distribución de patologías como la malaria, el dengue, la leishmaniosis, la enfermedad de Lyme o la fiebre del valle del Rift, entre otras.
Sin duda, el bosquejo de un panorama futuro poco o nada alentador se cierne sobre nuestras cabezas, pero ante todo sobre las de las generaciones futuras, del mismo modo que la hedionda “boina” de Madrid – esa acumulación de contaminación atmosférica producida principalmente por el tráfico – se adueña cada vez más habitualmente del skyline capitalino. La falta de éxito de las anteriores cumbres, en gran medida producto de la no ratificación de lo acordado por parte de las grandes potencias y los países desarrollados más contaminantes, no permite prever un resultado mucho más optimista en esta ocasión. Demasiados intereses económicos por parte de las grandes empresas multinacionales, cuyos magnates son, en definitiva, los que gobiernan el mundo.
Un célebre enamorado de aquella misma Polinesia de aguas turquesa e interminables arrecifes de coral, el pintor posimpresionista francés Paul Gauguin (1848-1903), dijo en una ocasión “siendo la vida como es, uno sueña con vengarse”. Por desgracia, ese mismo deseo de venganza – tan inherente al ser humano – es el que en la actualidad ha movido a Francia a bombardear nueva y masivamente territorio sirio en respuesta a los desgarradores y espantosos atentados yihadistas del pasado 13 de noviembre. En este oportuno marco de diálogo y consenso internacional, convendría explicar al anfitrión de la COP21 que los conflictos militares no solo conllevan un enorme sufrimiento humano, sino que también provocan amenazas a la seguridad a largo plazo y detrimento del medio ambiente. Tras largos periodos de conflictos bélicos y aislamiento económico, el entorno de aquellos países víctimas de la guerra queda degradado – y desangrado – severamente. Por tanto, añadir los costes ambientales a la larga lista de consecuencias siempre nefastas de los conflictos armados debería contribuir a aumentar el interés por otras soluciones, tan alejadas como sea posible de bombardeos indiscriminados y comparsas de kilotones.
El caso de Francia tan solo es un ejemplo más de tantos. Se debe reforzar la conciencia pública, a escala mundial, de los problemas relacionados con el cambio climático, asumir y aprender de los errores del pasado para construir un futuro sostenible. Desafortunadamente los inocentes no volverán, las guerras están lejos de desaparecer y los acuerdos reales contra el cambio climático continúan siendo quiméricos. A este paso el planeta se cansará de una especie humana convertida ya en parásito soberbio y beligerante, de todos sus desprecios, venganzas, imposturas y pantomimas, y entonces la ira no cambiará de dirección, pero sí de sentido. Y será tiempo de purga.
[Gracias a Jenniffer Soto por sus sugerencias y comentarios]
Para saber más:
MOMPÓ, M. 2014. Rainbow Warriors: Legendary Stories from Greenpeace Ships. New Internationalist Publications Ltd, Oxford. 256 pp.
SÁNCHEZ MORENO, V. & MARTÍNEZ SÁNCHEZ, J.A. 2010. Prensa contra Estado. La operación Satanique. En: XVIII Curso Internacional de Defensa. Medios de Comunicación y Operaciones Militares. Jaca, España.
ALJARILLA PÉREZ, N. 2012. Las pruebas nucleares francesas en el marco de la segunda presidencia española de la unión europea y su reflejo en la prensa. Revista de Claseshistoria, 10. 7 pp.
HAAVISTO, P. 2005. Impactos ambientales de la guerra. En: RENNER, M., FRENCH, H. & ASSADOURIAN, E. (Dir.). La Situación del Mundo 2005: Redefiniendo la seguridad mundial. Informe anual del Worldwatch Institute sobre el progreso hacia una sociedad sostenible. Barcelona: Icaria; Centro de Investigación para la Paz, pp. 275-278.
Pedro María Alarcón-Elbal es especialista en entomología sanitaria y trabaja actualmente en la Universidad Agroforestal Fernando Arturo de Meriño (UAFAM) de Jarabacoa, República Dominicana.