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El chavismo lucha por recuperar la unidad

Las dudas sobre el resultado que depararán esos comicios para los partidarios del gobierno de Maduro están justificadas. Las costuras bolivarianas muestran jirones importantes

Seguidores del presidente Nicolás Maduro. AVN

[Análisis incluido en el número de diciembre de la revista La Marea. Ya a la venta en quioscos y en nuestra tienda online]

A principios de diciembre de 2012, Hugo Chávez pronunció el discurso más sobrecogedor de su mandato. Con su voz debilitada por los estragos de la enfermedad, el presidente de Venezuela hablaba del futuro y todos sabían que se estaba despidiendo. Custodiado por sus dos herederos naturales, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, Chávez aseguraba que no sentía nostalgia del pasado porque el camino de la Revolución ya no dependía de un solo hombre sino de un liderazgo colectivo. Su mano derecha acariciaba la izquierda que sostenía un pequeño ejemplar de la Constitución venezolana de tapas azules. Y con la dignidad del gladiador vencido, exclamó al auditorio: «Sólo la unidad nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. ¡Unidad, unidad y unidad!».

Tres años después de aquella profética emisión de Cadena Nacional, la última que realizó Chávez en su largo mandato, la unidad como escudo revolucionario impenetrable se pone a prueba en las elecciones de la Asamblea Nacional el 6 de diciembre. Las dudas sobre el resultado que depararán esos comicios para los partidarios del gobierno de Maduro están justificadas. Las costuras bolivarianas muestran jirones importantes desde la muerte de su líder. Una parte del problema se explica por la difícil situación económica que atraviesa el país suramericano, especialmente castigado por la caída pronunciada del precio de petróleo en el último año. A esto hay que sumar una gran inflación, ya que Venezuela tiene que importar la mayor parte de los productos que consume.

Principales damnificados

Las penurias económicas han contribuido a disparar la inseguridad pública. «Los delitos victimizan a los sectores populares, que ponen cerca del 80% de los homicidios que sufre el país y son los principales damnificados de los abusos policiales», indica Antonio González Plessmann, sociólogo que fue vicerrector de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES). «Además, la Justicia venezolana sigue siendo, como denunció Chávez en el Plan de la Patria, clasista y discriminadora. La ausencia de respuestas eficaces y consistentes a estos problemas son fallos que debilitan el proceso de cambios en el país», subraya este experto.

Luego han surgido problemas por el mal comportamiento de dirigentes del aparato bolivariano, casos como el de Rafael Isea, ex ministro de Finanzas con Chávez, imputado por varios casos de desvío de capitales y relacionados con el tráfico de drogas. El nombre de Alejandro Andrade, ex secretario privado del presidente, apareció en el escándalo de las cuentas bancarias de SwissLeaks. Hoy reside en un exclusivo barrio de Miami junto a Bill Gates y Madonna.

«Por eso, conviene diferenciar al chavismo como elemento movilizador de los sectores populares por un proyecto de democratización radical de la vida, del Gobierno e incluso de las élites dirigentes. La hipótesis de la pérdida de la Asamblea en diciembre puede ser el principio del fin de este Gobierno, pero está lejos de ser el fin del chavismo o del cambio», afirma González Plessmann que, en la actualidad, acompaña un proceso de organización popular sobre convivencia en un barrio del sur de Caracas.

Por si fueran pocos los problemas, el encarcelamiento de los opositores Leopoldo López y Antonio Ledezma bajo la acusación de conspirar contra al régimen ha suscitado la condena de organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, por “las motivaciones políticas”, afirman, más que delictivas de los arrestos. Muchos de los grandes medios de comunicación internacionales, y con especial insistencia los españoles, lo recuerdan casi a diario, acusando al Gobierno de convertir Venezuela “en una dictadura de facto”.

La certeza inmediata es que las elecciones legislativas del 6 de diciembre pondrán a prueba la resistencia del proceso popular tras la muerte, hace tres años, de su fundador y líder. Aunque algunos militantes lo niegan, se percibe una división frente al legado de Chávez, la que parece separar a los dogmáticos –los «chavistas burocráticos» que repiten la voz del líder como un mantra–, de los pragmáticos, la base social y el pueblo comunero, que entienden los principios revolucionarios como el arma transformadora hacia una sociedad nueva.

Ante este escenario, la derecha ideológica, desde la más moderada de Henrique Capriles y Henri Falcón a la más extremista de Leopoldo López y Antonio Ledezma, ha metido cargas de demolición al chavismo para restaurar su hegemonía. Luis Salas es economista y autor de un sinfín de artículos en los que desgrana las intrigas y maniobras que la derecha venezolana viene azuzando desde 1998 para estrangular la revolución bolivariana. Con intentos de golpes, conspiraciones y corruptelas asesoradas desde Washington. Hay motivos sobrados para entenderlo. Con el triunfo electoral de Chávez hace 17 años, Venezuela pasó de abastecer de crudo a EEUU a ser el epicentro anticapitalista más nítido del continente latinoamericano. El modelo del llamado «socialismo del siglo XXI» se extendía por muchos rincones de la región.

«La bipolaridad forma parte de la guerra psicológica y el proyecto de instaurar la sensación social y anímica del fin del chavismo, aprovechándose para ello del malestar que provoca la guerra económica que han generado», indica Salas. El economista se refiere a la especulación de los precios del mercado y a la batalla sobre el cambio de divisas que libra el Gobierno venezolano con escaso éxito. El petróleo aún representa el 90% de las exportaciones del país y el 45% de los ingresos públicos, y aunque se han debilitado algunos vínculos de dependencia financiera heredados de décadas pasadas, se han creado otros. El ejemplo es China. Para Salas, algunas de las críticas son justificadas, pero otras tienen como fin «alimentar ciertos resentimientos y prejuicios que, a su vez, sólo amplifican conflictos y situaciones negativas para ocultar políticas públicas muy interesantes, novedosas y revolucionarias que se hacen desde la base».

Conflicto fronterizo con Colombia

A este escenario tan convulso que favorece a la vieja derecha reaccionaria del país, se puede sumar el conflicto fronterizo con Colombia que se desarrolló entre agosto y septiembre pasado, tras la decisión del presidente Maduro de cerrar todos los puestos aduaneros en común a lo largo de 2.200 kilómetros de frontera con el país vecino, desde el Mar Caribe hasta la espesura profunda de la selva amazónica. El motivo fue el gigantesco negocio que se ha creado alrededor del contrabando de todo tipo de productos, desde gasolina hasta productos alimenticios de primera necesidad comprados a bajo coste en Venezuela que luego son vendidos a precios desorbitados en el mercado negro colombiano.

Caracas también asegura que la frontera se había convertido en la vía de escape para buena parte de su capital, en el gran foco de su hemorragia financiera. Según los datos aportados por diversas organizaciones de análisis económicos, el 40% de los productos producidos o importados con subsidios públicos en Venezuela durante 2014 acabaron atravesando la frontera hacia Colombia. La operación resultaría inviable si no contara con la connivencia entre funcionarios venezolanos y los dueños de un negocio controlado por grupos paramilitares.

Roland Denis fue ministro de Planificación del gobierno de Hugo Chávez durante los años críticos de 2002 , el del golpe militar en el que fue derrocado el presidente y sustituido por el líder de la patronal durante unas horas; y 2003, cuando tuvo lugar la huelga en el sector petrolero. Su visión de la corrupción es como un thriller donde los rufianes se calzaron una camisa roja para trepar por las hiedras de la Revolución como camaleones. «Son las mismas bestias de siempre en Venezuela, una nueva burguesía apoyada en sectores bancarios, importadores y del Gobierno que han acabado con 250 mil millones de dólares de divisas en ocho años, de los cuales el 10% fue robado directamente por ellos. El resultado es similar al de Grecia, es decir, que la población venezolana tendrá que pagar con su trabajo lo que estas mafias políticas, empresariales y militares le han saqueado a la nación», indica Denis.

Sin embargo, en Venezuela no resulta tan fácil criticar abiertamente los abusos desde posiciones de izquierda. Aporrea.org, un medio digital que fue creado por la Asamblea Popular Revolucionaria en 2002 y con una línea editorial rigurosamente afín al ideario bolivariano, denunció recientemente presiones por parte de sectores del chavismo ante algunos artículos. La apertura de un debate en la izquierda venezolana «ha irritado a algunos poderosos, quienes preferirían que algunas informaciones u opiniones no fueran publicadas», afirma su consejo de redacción en un comunicado.

Esperanzas de los chavistas

Ante la posibilidad de triunfo de los partidos de la derecha en la oposición en las elecciones parlamentarias, tal y como presagian las encuestas, ya ha comenzado el debate sobre las consecuencias que tendría una derrota para el Ejecutivo de Maduro, que se impuso por un estrecho margen a su rival Capriles en las elecciones presidenciales de 2013.

Pase lo que pase el 6 de diciembre, muchos venezolanos como el economista Salas no se sienten decepcionados por la gestión de Nicolás Maduro. «En absoluto. Hemos atravesado varias situaciones conflictivas y delicadas a lo largo de estos años», sentencia. Tibisay Montes, una joven militante bolivariana del barrio caraqueño de Catia, apela a la misma unidad a la que se refirió Hugo Chávez en su despedida final. Para ella, no todo está en manos de la Asamblea que salga elegida. «Es necesario que el pueblo comunero avance lo más rápido posible hacia su consolidación porque administrará y planificará sus necesidades en completa autonomía, incluyendo la producción y distribución de bienes”. Los casos de corrupción no pueden empañar la marcha de este proceso, opina.

Montes prefiere no darle excesivas vueltas a la cabeza. Para ella, perder la mayoría en la Asamblea Nacional, en caso de que suceda, podría ser el principio del fin del Gobierno actual, pero no el epitafio del chavismo. De eso, la joven militante no tiene dudas. Como tampoco las tiene el sociólogo González Plessmann: «¿Acaso los pobres, que conocieron su peso en la vida colectiva durante la Revolución, van a dejar de ser actores? ¿O las radios comunitarias, multiplicadas por decenas en estos 15 años, van a convertirse en radios comerciales? ¿Los campesinos con tierras se rendirán al latifundio? ¿Los nuevos propietarios entregarán sus casas a la especulación? ¿Quién puede pensar que los 40.000 consejos comunales que construyen vida digna en los barrios serán domesticados? Parece poco probable».

Lo cierto es que pese a la dramática situación económica que atraviesa el país, la Revolución mantiene un capital político enorme. En una reciente encuesta realizada por un empresa local manifiestamente opositora, un 30% de los venezolanos declararon sentirse «chavistas duros», y un 58% todavía tiene una visión positiva de Hugo Chávez. Y aunque un tanto molestos y desencantados con el gobierno actual, las clases populares siguen identificando a la oposición con las élites que los marginaron. «El chavismo puede perder la Asamblea e incluso el Gobierno, pero resurgiría de nuevo y volvería al poder, probablemente con más experiencia y depurado», concluye González Plessmann.

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