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¿No hay alternativa?
Estaría muy bien recuperar el eslogan del TINA, el no hay alternativa, pero darle el sentido que de verdad merece, a saber: que no hay alternativa al ecologismo político
“Amor, crecerás libre, vivirás libre, entre los tuyos y el mar”
José María Mendiluce, ‘Pura vida’ (1998)
El sábado pasado falleció a los 64 años de edad José María Mendiluce, uno de los pioneros del ecologismo político en España. Afín, durante su juventud antifranquista, a la Liga Comunista Revolucionaria, en los ochenta desarrolló una labor vital en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En los noventa, fue eurodiputado independiente en las filas del PSOE y presidente de Greenpeace internacional. En 2001 lideró la federación de Los Verdes-Izquierda Verde. Además, fue uno de los primeros políticos españoles en reconocer públicamente su homosexualidad. Mendiluce comprendió como nadie que los principales problemas que aquejan a la humanidad están interconectados -las catástrofes alimentarias, los desastres naturales, el ascenso de los fanatismos y de la intolerancia, las migraciones masivas, etcétera- y que su solución sólo es posible desde una perspectiva ecologista.
Todos son síntomas de una misma enfermedad: el capitalismo sin freno, el ultraliberalismo económico, el dogma de la desregulación y la fe en el PIB y en los combustibles fósiles. Puede que todavía quede algún ingenuo que piense que no tiene nada que ver nuestro modo de vida con el calentamiento global. Incluso habrá todavía quien niegue el cambio climático.
La realidad, sin embargo, es tozuda: “El calentamiento del sistema climático es inequívoco desde la década de 1950 y muchos de los cambios observados carecen de precedentes en décadas y milenios. La atmósfera y los océanos se han calentado, las cantidades de hielo y nieve han disminuido y el nivel del mar se ha elevado”. Esta afirmación carece de ideología. Es una de las conclusiones emitidas por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPPC), un organismo dependiente de las Naciones Unidas a cuyo trabajo contribuyen gratuitamente centenares de científicos y expertos de todo el mundo.
Estos días se reúnen en París líderes de decenas de países para acordar una estrategia contra el cambio climático. A la luz de la experiencia de pasadas cumbres, es lícito ser pesimistas sobre los resultados de esta cita cuyos objetivos son poco ambiciosos. En cualquier caso sabemos que no se adoptará la única estrategia posible: cambiar nuestro modo de vida, nuestro modelo de producción y de consumo.
Conducir un coche de gasolina o diésel, consumir cada vez más carne, encender una calefacción de carbón o gas natural, comprar productos de usar y tirar y aparatos de obsolescencia planificada son gestos cotidianos que nos parecen inofensivos, pero son insostenibles.
En los años ochenta, el entorno neoliberal de la primera ministra británica Margaret Thatcher acuñó el eslogan There is no alternative (no hay alternativa), abreviado como TINA. Los defensores del TINA afirmaban que no había alternativa a la desregulación de los mercados, los recortes en derechos sociales y el consumismo.
Para los neoliberales no había alternativa al capitalismo salvaje, pero el neoliberalismo y el productivismo causan a diario la muerte de 8.500 niños por día por desnutrición grave. Para 2050, la ONU espera hasta mil millones de desplazados climáticos, un aumento de la mortalidad en niños y ancianos por temperaturas extremas y la extensión de enfermedades tropicales a nuevas zonas del planeta… Además, el calentamiento global es ya causa indirecta de guerras y conflictos sociales, al incrementar la competencia por los recursos naturales y agudizar la pobreza extrema. Es evidente: nuestros modos de producción y consumo son insostenibles.
Ésta es una verdad incómoda e impopular; por eso en España es tan difícil que un partido ecologista logre hacerse hueco (y que los partidos tradicionales hagan de la sostenibilidad algo prioritario). Pero es hora de empezar a asumirlo. La enorme reconversión industrial que necesita la humanidad es pequeña si la comparamos con la descomunal reconversión mental a la que debemos someternos.
Estaría muy bien recuperar el eslogan del TINA, el no hay alternativa, pero darle el sentido que de verdad merece, a saber: que no hay alternativa al ecologismo político. Ni neoliberalismo, ni conservadurismo, ni centrismo, ni socialdemocracia ni izquierda clásica. El futuro será verde o no será.