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Colombia: Guerra y casi paz

Después de más de cincuenta años de una guerra parece que Colombia está cerca de acabar con la guerra para dedicarse a empezar a construir la paz y superar el conflicto social

Tras el encuentro histórico del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el líder de la guerrilla de las FARC-EP, alias “Timochenko”, en la Habana, unidas las manos con las del presidente cubano Raúl Castro, el 23 de septiembre de 2015 pasará a la historia de Colombia con un día clave para entrar en el postconflicto de este país. Todo se inició en noviembre de 2012, cuando empezaron las negociaciones públicas entre el Estado y la insurgencia, que a día de hoy se presentan como las más adelantadas de la historia colombiana pero, sin ocultarlo, también atraviesan toda una gran odisea de cara a la promesa de llegar a marzo de 2016 con la firma de un acuerdo de paz.

Después de más de cincuenta años de una guerra, el llamado conflicto social y armado colombiano, parece que la sociedad colombiana está cerca de acabar con la guerra para dedicarse a empezar a construir la paz y superar el conflicto social, donde se definirá qué tipo de sociedad se pretende construir. Acabar con el enfrentamiento armado que ha dejado más de doscientas mil víctimas por parte de todos los bandos, más de cuatro millones de desplazados y miles de desaparecidos, no va resultar una tarea fácil para una sociedad cruzada por la violencia estructural, la exclusión económica y social y corrompida por el narcotráfico.

El encuentro entre los dos líderes fue a cerrar uno de los puntos que más ha costado, después del punto de víctimas, tierras y participación política, el eje de justicia transicional. Con esto, la comisión que se encargará de delimitar, en base a la Constitución y al Derecho Internacional Humanitario, los delitos como el de rebelión y sus apoyos o muertes en combate (Tratado de Ginebra), o los crímenes de lesa humanidad como tortura o desaparición, que no pueden quedar impunes. Se pretende que cada caso irá de la mano de la verdad, justicia y reparación, de ahí la condena, el trabajo para reparar las víctimas y construir la paz. Pueden llegar de cinco a ocho años los casos que colaboren con el proceso. Para quienes no confiesen o no cuentan la verdad de los crímenes de lesa humanidad la condena llega hasta los 20 años. Todo un proceso muy avanzado, en comparación con otras experiencias de otros conflictos armados o de amnistías de dictaduras, pero no deja de ser un reto para una sociedad que está empapada de violencia (tanto física, armada o simbólica) y desconfianza tras tantos años de guerra.

Para centrarnos y entender varios matices y la complejidad del conflicto, haré un breve repaso por algunas películas colombianas que reflejan, con más o menos acierto, esta vieja guerra civil del hemisferio occidental.

El cine colombiano no ha estado exento de esta realidad, como es obvio. Sin embargo, tras la crítica de los propios colombianos  y colombianas sobre su cine, “que sólo hacemos cine de nuestros problemas” (como si no sirviera para la memoria colectiva del país) caen en hacer taquillazos a los héroes y grandes actores estadounidenses. Ahora rescatamos algunas de las películas que nos habla del laberinto del conflicto que azota este país sudamericano.

Origen del conflicto

Podemos mencionar varios documentales históricos sobre el surgimiento de la guerrilla, las violaciones de Derechos Humanos del Estado, el surgimiento del paramilitarismos y la violencia social de Colombia pero vale la pena mencionar algunas películas que son germen que se fue construyendo en Colombia para desembocar en una guerra civil de décadas. Desde el documental “50 años de las Farc” hasta especiales de Canal Capital, con el gobierno progresista de Bogotá, “Hagamos memoria:  50 años de las Farc” podemos ver el surgimiento de esta guerrilla.  Incluso, con poniendo fecha al inicio de conflicto con el asesinato del líder popular y liberal (en el sentido latinoamericano del término) Jorge Eliecer Gaitán, dando punto de partida a la etapa de violencia el 9 de abril de 1948.

Quizás algunas de las películas que mejor refleja ese círculo vicioso de violencia que ya se gestaba desde la fundación de la República, la podemos ver en películas como “Cóndores no entierran todos los días” (F. Norden, 1984) donde vemos la violencia partidista entre los liberales y conservadores que termina con el asesinato, como punto de inflexión histórico, de Gaitán y empieza la etapa de violencia y la huida de los liberales “al monte”, dando inicio a la guerra de guerrilla contemporánea de Colombia. La película escrita por Gabriel García Márquez y dirigida por Jorge Alí Triana, “Tiempo de morir” (1985), trata más de la propia cuestión de honor y casi primitiva que se instauró en una sociedad levantada a “golpes y machetazos”, como cantaría Piero en “País, país”. En ésta película vemos que la muerte de uno lleva a la muerte del otro (víctimas matan sus verdugos y las nuevas víctimas sigue y matan a los nuevos verdugos) y así,  un círculo vicioso que empieza desde los conflictos vecinales hasta desembocar en toda la vorágine violenta de esta guerra. En la misma línea, “Técnicas de duelo: una cuestión de honor” (Sergio Cabrera, 1988), donde más claro se trata este enfrentamiento como un acto de violencia lleva a otro, como actos de enfrentamiento político y violento sin fin.

Enfrentamiento armado

El crudo enfrentamiento que, sobre todo, afecta al campo colombiano se ve bien reflejado en los contextos y desarrollos de películas como “Los actores del conflicto” (L. Duque Naranjo, 2008) donde unos actores de la ciudad van a zonas rurales y se mezclan con los actores de la guerra. Los personajes viven y se rodean de la complejidad del enfrentamiento social y armado de un pueblo, donde vemos el drama de retenidos de la guerrilla y la vivencia en los campamentos guerrilleros, la ausencia del Estado como protector de los y las ciudadanas y el control caciquil de los terratenientes y grupos paramilitares. La película “Mateo” (M. Gamboa, 2014) nos da algo más de esperanza al apostar por la cultura para superar esta otra cultura impuesta a bombas, balazos, control y “limpieza social”. “Los colores de la montaña” (C. César Arbeláez, 2010) no muestra los enfrentamientos pero sí sus efectos y el hostigamientos de la guerra en la población campesina que provoca el desplazamiento y los peligros de estar en medio de la guerra, en este caso con niños como protagonistas.  Otros ejemplos que reflejan la crudeza de la guerra en Colombia son “Pequeñas voces” (O. Andrade y J. E. Carrillo, 2010), donde el testimonio real de varios niños cuenta, con dibujos, la guerra y se presenta como una original pero dura obra animada sobre la vivencia y drama de vivir en medio de las balas y las amenazas.  En “Bolívar soy yo” (2002)  y “Edipo alcalde” (1996) de Jorge Alí Triana y “Golpe de Estadio” de Sergio Cabrera (1999), vemos en dos géneros, como la primera y tercera en clave de humor, la dura realidad de los enfrentamientos y las propias contradicciones de los bandos enfrentados. Mientras en el drama de “Edipo alcalde”, vemos la historia de Edipo llevada a este contexto de círculo vicioso y enfermizo de muerte en el conflicto, como una guerra que no tiene fin ni solución política. Interesante destacar en la comedia de Cabrera, el simbolismo y vínculo de la propia construcción político y social de Colombia que viene desde la llegada de los españoles hasta la influencia económica (multinacional) actual. También señalar casos conocidos por la prensa internacional en sus minutos de mayor intensidad, el caso de Emmanuel (hijo de Clara Rojas, ex compañera política de Ingrid Betancurt) con “Operación E” (M. Courtois, 2012), donde vemos un acento muy bien trabajado y una excelente actuación de Luís Tosar, y las recientes películas como “Chocó” (J. H. Hinestroza, 2012)) donde se muestra la violencia sexual y estructural de una sociedad machacada por la esta guerra civil y social.

Desplazamiento y en la ciudad

A principio de los 90, la serie “Los victorinos (cuando quiero llorar no lloro)”  (C. Duplat, 1991) contó una historia interesante de tres chicos de tres clases sociales diferentes que nacieron el mismo día. Más allá de lo llamativo y curioso de los protagonistas, el trasfondo social muestra una sociedad totalmente dividida. El Victorino de clase alta vive con sus dramas personales y profesionales, rodeado de la despreocupación por lo primario para sobrevivir, en el norte de Bogotá mientras que el Victorino de clase baja es un joven delincuente común que vive en los barrios más marginales de la capital, rodeado de la exclusión y la miseria social y económica. Lo curioso y destacable, el joven Victorino de clase “media”, cuya familia tiene que luchar para salir adelante, logra estudiar en la Universidad. Aquí es donde entra el conflicto armado en sí, el chico de clase media asume una militancia universitaria que lo llevan a tantear con milicias armadas urbanas.

Perder es cuestión de método” (S. Cabrera, 2005) es un buen thriller político que, desde la ciudad, explica el problema original de la guerra en Colombia: la tierra, su control para sacar todo el beneficio a costa de los peores métodos políticos y violentos. Cabrera refleja una redonda entramada entre la estructura política y social y las fuerzas de seguridad que operan en un caso concreto de unas tierras a las afueras de Bogotá. Estos hechos de apropiación de la tierra puede ser trasladado a lo que pasa en todo el país: la política y sus fuerzas armadas al servicio de la expropiación de grandes hectáreas para intereses privados (tanto nacionales como multinacionales). Con métodos terribles que se han llegado a documentar y a denunciar en Colombia, la película “Perro come perro” (C. Moreno, 2008) ha pretendido desvincular atrocidades de violencia del conflicto social y armado para casarlo exclusivamente con el narcotráfico. Sin duda, muchos crímenes no son directamente relacionados con el conflicto, por la propia criminalidad de narcos y delincuencia común, pero el tráfico de droga se metió hace décadas en el corazón de todos los problemas del país. Muchos de los crímenes denunciados a organizaciones de D.D.H.H. comprueban la vinculación de una estrategia política y organizativa del proyecto paramilitar (filofascista) para dominar los territorios al servicio de un proyecto social concreto y unas vías violentas jamás imaginables para imponerlo.

Pisingaña” (L. Pinzón, 1984),  cuenta el drama de una niña campesina violada y desplazada por la guerra.  Llega a la ciudad donde sufre otra violencia “socialmente aceptada” por parte de clases más acomodadas, es tratada con inferioridad y explotada laboralmente sirviendo a la familia que la “acoge”. Un trato y una doble exclusión y expulsión, el que sufren millones de colombianos y colombianas que son desplazadas del campo en guerra, hacia las ciudades de la exclusión social. En éste sentido “La primera noche” (L.A. Restrepo, 2003) muestra la llegada de una familia a las calles de Bogotá y cómo es su primera noche tras ser desplazada por la guerra. Y así, hasta más de cuatro millones de campesinos y campesinas que huyen de la violencia y en las ciudades tampoco son recibidos con los brazos abiertos.

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Otras recomendaciones

Retratos de Familia” (A. C. Restrepo, 2013) “Colombia Invisible” (U. Aranzadi, 2013) ”9 de cada 10” (2010)

Comparto un proyecto sobre el mismo tema del artículo “El cine colombiano, un instrumento de soberanía y expresión de un pueblo en conflicto”.

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