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Fín de semana siniestro en Bruselas

"El riesgo está en la capital de Bélgica, en el yihadismo arraigado en Molenbeeck. Un barrio sin esperanza", asegura el autor.

BRUSELAS // Sabíamos a lo que nos exponíamos. El pasado jueves por la tarde un grupo de amigos partíamos hacia Bruselas para pasar el fín de semana. Se trataba de un viaje planificado semanas atrás y ya al encontrarnos en Barajas surgió alguna conversación en torno a la alerta antiterrorista aunque sin otorgarle demasiada importancia. No imaginábamos el alcance de lo que de verdad nos íbamos a encontrar: un fín de semana con una sensación creciente de amenaza, una preocupación que iría creciendo hora a hora, como una ola oscura que fue invadiendo nuestro viaje.

El jueves por la noche pisábamos tierras belgas en un ambiente de aparente normalidad. Vimos policía en el aeropuerto, pero nada especial. Tras la llegada al hotel cenamos en un restaurante italiano. En la mesa de al lado cenaba un grupo de eurodiputados de diferentes nacionalidades: griegos, italianos y españoles. No hablaron de terrorismo.

El viernes amaneció nublado y ya con los primeros síntomas de alerta. Delante de la sede de la Banca National de París dos soldados del ejército belga caminaban metralleta en mano. Pero no hubo problemas para tomar el metro en la estación Schumann, justo delante de la Comisión Europea en dirección a la Estación Central de Bruselas. Esta sí estaba tomada por militares pero no tuvimos problema alguno en dirigirnos en tren a Brujas, pasar allí el día y regresar al hotel. A la vuelta sí vimos vallada la Comisión Europea.

Todo cambió el sábado. Salimos del hotel sin saber nada. El plan era visitar Gante. Al llegar de nuevo al metro de Schumann lo encontramos cerrado. Sí había trenes pero decidimos evitar la estación. Taxi colectivo a Gante. Noventa euros y una sensación creciente de inseguridad.

Ni en Gante ni en Brujas se percibe riesgo alguno. Parecen ciudades de otro país. En realidad, Bélgica vive tres realidades distintas: Flandes, Valonia y Bruselas. El riesgo está en la capital, en el yihadismo arraigado en Molenbeeck. Un barrio sin esperanza.

Sábado por la noche. Regreso a Bruselas. La ciudad estaba muerta. Los restaurantes y los bares ofrecían un aspecto siniestro, con algún luminoso encendido pero el interior siempre oscuro. Y vacío. El ejército belga patrullaba las calles oscuras en alerta máxima. Los soldados se giran sobre sí mismos metralleta en mano.

No salimos a cenar, como tampoco hemos salido este domingo por la mañana. Reclusión en el hotel. Advertencias de la existencia de yihadistas armados esperando atentar en la ciudad. De forma brutal, de forma inminente, avisa el gobierno. Peculiar Bélgica, acostumbrada a vivir sin gobierno durante largos periodos. Los bruselenses reciben la instrucción de que no se salga de casa. Rumores de operaciones policiales en la ciudad. El taxista que nos conduce al aeropuerto, árabe, dice que vivimos una situación difícil, sin solución. “He dudado si salir o no hoy. Pero debo trabajar. Y no sé lo que pasará mañana”. Lo que pasará mañana es que el metro no funcionará por tercer día consecutivo y no habrá clases en colegios ni universidades. Bruselas, corazón de Europa, vive estos días agachada, sin energía, como muerta.

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