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Otra moda es posible

El consumismo sin control se percibe en la industria de la ropa barata como en pocos sectores. Las alternativas sostenibles se multiplican.

El Primark de la Gran Vía de Madrid, poco después de su inauguración.

[Artículo incluido en la revista del mes de noviembre a la venta en quioscos o aquí]

«Qué es lo que regalan aquí?». La pregunta de una señora de mediana edad es comprensible: una interminable cola da la vuelta a la manzana. Todos los que la forman comparten un mismo objetivo: acceder cuanto antes a la recién inaugurada tienda de Primark en la madrileña Gran Vía. No, no regalan nada. Simplemente venden ropa barata. Muy barata.

La exitosa apertura de Primark es el ejemplo perfecto de cómo funciona la sociedad de consumo en uno de sus principales motores: la industria textil. Lo importante no es la etiqueta, sino el precio. Ninguno de los que ansían entrar parece tener en cuenta las condiciones en las que se han fabricado las prendas que están a punto de adquirir, sino la cantidad de ellas que pueden llevarse por poco dinero. Tampoco importa demasiado la calidad: la moda es cambiante, y la gran mayoría de esa ropa será reemplazada por otra igualmente barata en cuestión de meses.

«Es un poco descorazonador leer noticias como la de Primark después de décadas hablando del impacto que tiene nuestro consumo desaforado», se lamenta Laura Villadiego, coautora del blog Carro de combate y el libro del mismo nombre, en el que analiza el origen de los productos que consumimos y plantea alternativas sostenibles en materia medioambiental y de derechos humanos. «Cambiar un comportamiento tan complejo como la manera en que las personas compran no es sencillo y requerirá algo más que concienciación».

En ese sentido, Villadiego no es demasiado optimista de cara al futuro. «Veo poco probable que haya un cambio real si no se empieza a introducir un pensamiento más crítico en las escuelas que llegue también a la forma en que se consume», apunta. «No obstante, la falta de transparencia que hay muchas veces por parte de las empresas en cuanto al impacto de su actividad tampoco facilita la tarea del consumidor concienciado. Aun así, creo que es reversible: aunque sea sólo en el aspecto medioambiental, creo que no nos quedará otra opción. Pero requiere de cambios en muchos niveles, tanto culturales como educativos e incluso legislativos, que no son fáciles de alcanzar», sentencia.

Nuevos tiempos

Pese a que ese futuro no parece precisamente halagüeño, lo cierto es que cada vez son más las alternativas al alcance del consumidor crítico. «Hay un pequeño sector de la población, que va en aumento, que valora el origen de los productos que consume», explica Sergio Alday, fundador de Justo Aki, tienda dedicada fundamentalmente al calzado, aunque también a los complementos, en la que todos los productos que se venden han sido fabricados bajo unas estrictas premisas éticas: desde la fabricación local hasta la no explotación de animales, pasando por el empleo de materiales biodegradables.

De cara a tratar de concienciar a la gente, Alday considera, como Villadiego, que la preocupación por el medio ambiente tendrá que jugar un papel protagonista. «La industria textil emplea muchas cantidades de agua y productos químicos tóxicos», sostiene. «Estos productos no solo afectan al medio ambiente: también a los trabajadores y al usuario final, ya que las prendas pueden contener muchos de estas sustancias químicas e incluso herbicidas y pesticidas. Me viene a la cabeza una frase que me dijo hace tiempo una amiga que durante muchos años trabajó en el departamento de diseño en una importante multinacional de ropa: «El color de los ríos en China es el color de moda en occidente».

Conocedora de esa realidad, la diseñadora Eva García decidió dar un paso en otra dirección. Es la gestora de la firma de moda sostenible Ecoology, y está convencida de que cada vez más gente está dispuesta a hacer un cambio en su manera de comprar ropa. «La concienciación es cada vez mayor. En parte, y por desgracia, debido a los últimos acontecimientos en los que han salido a la luz las condiciones infrahumanas en las que se hacen las prendas que luego compramos y llevamos. Eso no gusta a muchos, y cada vez se buscan alternativas al consumo de ropa barata y el fast fashion. La ropa económica ya no es una opción para muchos: prefieren prendas hechas con otros valores, series limitadas de pequeños diseñadores, fabricadas de forma local o sostenible y que ofrezcan más garantías. Al final, todo se reduce a una mayor calidad en toda la cadena de suministro, condiciones laborales dignas, mejores acabados y mejores tejidos», explica.

Para que todo ese cambio se produzca, hace falta una nueva mentalidad que debe comenzar en la manera que tenemos de ver la ropa que nos ponemos. «A la gente le gusta cambiar con mucha frecuencia», admite el fundador de Justo Aki. «Pero la realidad es que, a la larga, sale mucho más caro. Unos buenos zapatos son para toda la vida, unos vaqueros de calidad duran años y una mochila con costuras reforzadas y cremalleras de alta durabilidad la heredarán tus hijos y nietos». Eva García deja clara su filosofía al respecto. «Apostamos por hacer prendas con tejidos de mayor calidad para que duren en el armario. Cambiar constantemente de ropa es insostenible: estamos totalmente en contra de ese sistema que agota los recursos sin piedad».

Hecho en casa

Reciclar, reutilizar, reducir. Las clásicas tres erres del ecologismo encuentran en el consumo de ropa un lugar idóneo. Aunque quizá habría que añadir una cuarta que en el vocabulario de nuestros abuelos tenía mucha más cabida: remendar. Al calor de la crisis, los negocios centrados en los arreglos han crecido como setas. Antes de tirar una vieja prenda, muchos optan por arreglarla. Cambiar una cremallera, estrechar unos pantalones o coger un bajo son, cada vez más, unas opciones baratas que deben valorarse.

Por otra parte, crece el número de personas que prefieren comprar una máquina de coser para confeccionar su ropa en casa o que se apuntan a cursos y talleres, una alternativa que se ha multiplicado, especialmente en las grandes ciudades. Miss Costuras, en Madrid, ofrece clases de costura creativa, patchwork, tricot y crochet. «Viene gente de todo tipo: jóvenes, mayores… hasta niños», explica Beatriz, una de sus responsables. Por 55 euros y a razón de dos veces por semana, cualquiera puede aprender. «Empezamos hace dos años y hoy ya tenemos más de 100 alumnos», cuenta. «Las ventajas son muchas y muy variadas. La satisfacción que obtienes al confeccionar tu propia ropa no es comparable a comprarla en una tienda: sacar tu propio patrón, a tu medida… No tiene nada que ver. Además, está la parte social, casi terapéutica, de aprender a hacerlo en grupo: es muy entretenido y altamente recomendable para cualquier persona».

Más allá del cambio de hábitos, o incluso de las posibilidades que ofrece la autosuficiencia, el consumo responsable en materia textil pasa por un razonamiento esencial a la hora de comprar: si una prenda resulta extremadamente barata es, casi siempre, porque su fabricación le ha salido muy cara a alguien en algún lugar del mundo.

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