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Revisionismo histórico para una alucinada Tercera Guerra Mundial

Una corriente historiográfica edificó un relato en el que Franco aparecía no como un fascista sino como un cruzado que luchaba contra el comunismo.

La editorial Alianza ha reeditado el clásico ensayo del historiador británico Burnett Bolloten titulado La Guerra Civil española: Revolución y contrarrevolución. Publicado originalmente en la simbólica fecha de 1989, el libro de Bolloten, un extenso estudio de más de mil páginas, podría considerarse como el inaugurador de una escuela que hemos convenido en denominar «revisionismo histórico».

La obra de Bolloten, voluntaria o involuntariamente, sirvió para armar de argumentos –según Herbert R. Southworth, el autor del imprescindible ensayo El mito de la cruzada de Franco– a una corriente historiográfica que se encargó de edificar un relato en el que Franco aparecía no como un fascista sino como un cruzado que luchaba contra el verdadero enemigo de la civilización occidental: el comunismo. Como ha señalado Paul Preston, «la erudición de Bolloten era incuestionable pero Southworth estaba perplejo por su tono ferozmente anticomunista y antiNegrín que le hacía infravalorar el papel de Hitler y Mussolini en la victoria de Franco, y manifestar una simpatía con los anarquistas que solamente se puede explicar como un arma para ennegrecer más el papel de los comunistas».

Franco y sus ideólogos legitimaron el golpe de Estado de 1936 y la dictadura posterior por medio de la construcción de dos mitos: 1) la inestabilidad y el caos permanente de la República que precisaba de un correctivo, como pudiera ser un golpe de Estado, y 2) la necesidad de salvar a España de una potencial revolución comunista auspiciada por la Unión Soviética.

Ni una cosa ni la otra eran ciertas: ni el clima político y social en el periodo republicano era tan alarmante como querían hacer creer los ideólogos del franquismo, ni en España había una revolución en marcha. Sucede, como sostiene Fernando Hernández Sánchez en su Guerra o Revolución: el Partido Comunista de España en la guerra civil (Crítica, 2010), que Bolloten emplea «la técnica de la imagen congelada [que] consiste en fijar una impresión en la retina de sus lectores y dejarla ahí como categoría inamovible a pesar de la cambiante evolución de las circunstancias». Una fotografía de una iglesia en llamas, por ejemplo, sirvió para extender la idea de que en la República se quemaban templos a diario. Por otro lado, y como recuerda también Hernández Sánchez, la matriz historiográfica bolloteniana construyó la imagen del PCE en la Guerra Civil como «un ciego ejecutor de las órdenes de Moscú, que pretendió implantar una democracia popular mediante la imposición de una hegemonía que solo podía conseguir a costa de la laminación de sus competidores a derecha e izquierda: los socialistas y los anarquistas». Bien parece que Franco salvó a España del caos y de una revolución cuyo objetivo parecía entregarle la soberanía a los rusos.

El revisionismo histórico no es más que un lamento ante la ocasión perdida de derrotar al comunismo. Por esta razón empieza a poner en valor la llamada política de apaciguamiento, que en cierto momento se plantearon las democracias burguesas –con los conservadores en el poder–, que tenía el propósito de establecer una alianza con los fascismos europeos para hacer frente común contra el comunismo. Al considerar al fascismo como el verdadero enemigo, las democracias burguesas perdieron la oportunidad histórica de aniquilar, con cuarenta años de antelación, al comunismo.

Decían los ideólogos del franquismo, una vez que el nazi-fascismo europeo salió derrotado del conflicto bélico, que España, con la División Azul en el frente soviético, no combatía en la Segunda Guerra Mundial, sino en la Tercera, aduciendo con ello que Franco participó en la contienda no contra las potencias aliadas sino contra el comunismo ruso, como una batalla más de su cruzada emprendida. Franco se mostró como un pionero de la Guerra Fría. Y aunque la Tercera Guerra Mundial, que se sirvió en frío, encontró su fin entre 1989 y 1991, con la descomposición del campo socialista, lo cierto es que todavía hoy existe esa batalla. El revisionismo histórico es el armamento con el que acude el capitalismo a una batalla ideológica que se da en una alucinada Tercera Guerra Mundial contra el comunismo.

En España, por ejemplo, además de los conocidos revisionistas mediáticos, desde Pío Moa o César Vidal, se publican novelas que reproducen el mito de la cruzada de Franco y que señalan como el verdadero enemigo a batir a los comunistas. En estos textos los fascistas apenas aparecen y la responsabilidad de la guerra se atribuye casi en exclusiva a los comunistas. Son novelas que, como el revisionismo histórico, participan en una Tercera Guerra Mundial semántica en la que se trata de desacreditar y deslegitimar el relevante papel representado por los comunistas –nacionales e internacionales– en la Guerra Civil. Porque hay que apuntar que sin la intervención soviética en apoyo a la República –véase La soledad de la República, de Ángel Viñas (Crítica, 2006)– la resistencia frente al fascismo hubiera sido a todas luces insuficiente, sin la cual hubiera sido inviable superar la asimetría estructural a favor de los sublevados; y si bien no se pudo lograr la victoria republicana, al menos sí dejó mermadas las capacidades del Ejército de Franco, impidiéndole representar un papel protagonista en la Segunda Guerra Mundial, cuyo destino posiblemente hubiera sido muy distinto con otra fuerza beligerante en juego.

Sin embargo, el revisionismo no es un fenómeno exclusivamente español. Como recuerda el ensayo de Chris Bambery Historia marxista de la Segunda Guerra Mundial (Pasado & Presente, 2015), el revisionismo afecta, en la actualidad, a todos los países que participaron en la contienda. Desde la década de los noventa, una nueva generación de historiadores británicos, como John Charmley o Maurice Cowling, justifican la política de apaciguamiento de Chamberlain, aduciendo que la Unión Soviética representaba una amenaza tan siniestra como la Alemania nazi. En Italia también existe un movimiento revisionista similar; uno de sus representantes, Renzo de Felice, biógrafo de Mussolini, considera que la destitución del dictador y la firma del armisticio con los Aliados no puede sino definirse como «catástrofe nacional». En Alemania, a finales de los ochenta, surgió una corriente revisionista que sostiene que los Aliados cometieron crímenes iguales o peores que las Waffen SS y que el nazismo constituía la salvaguardia de la civilización europea ante la amenaza bolchevique; autores como Ernst Nolte, cuyos textos tratan de disculpar al Tercer Reich, afirman que el Holocausto constituía una reacción preventiva ante la URSS.

El revisionismo participa en una batalla ideológica en la que el botín es la construcción del relato histórico. Aunque el enemigo socialista haya desaparecido aparentemente del mapa, tras la descomposición de la Unión Soviética, bien parece que el capitalismo necesita fijar una visión de la Historia en la que el comunismo deje de figurar como protagonista de la derrota del nazismo. El comunismo tiene que encarnar el mal. Es preciso, aunque parezca bien muerto, rematar al enemigo, también hermenéuticamente. El revisionismo histórico se pone al servicio de una nueva cruzada. La Tercera Guerra Mundial alucinada por Franco no ha concluido del todo.

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