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Garzón acentúa sus diferencias con Podemos para atraer el voto de izquierdas

El número uno de IU aspira a recuperar los votos que había perdido ante el avance de Podemos y a mantener su grupo parlamentario

«Malditas siglas que impiden que haya unidad. Las siglas no son dioses ni altares y lo vamos a aprender con dolor la noche del 20 de diciembre». El lamento de Julio Anguita este jueves resume bien lo que muchos sienten ante el escenario partidista de cara a las próximas elecciones generales. Podemos e IU concurrirán en candidaturas diferentes pese a que la ley electoral es inmisericorde con la fragmentación. Pablo Iglesias y los suyos cerraron la puerta a la confluencia. Tras esto, debido a que se vio obligada legalmente a abandonar el nombre de Ahora en Común, la candidatura que apoya la federación de izquierdas ha pasado a llamarse Unidad Popular, una denominación que recuerda a la coalición que llevó al poder a Salvador Allende en Chile. Es, por tanto, un significante con una fuerte carga simbólica de izquierdas. Con este gesto ha quedado aún más en evidencia una de las principales cuestiones que hacían inviable la confluencia entre las dos fuerzas políticas: la diferencia de discursos.

Por un lado, la denominación Podemos no dice nada. Podría ser usada por cualquier actor a ambos lados del espectro político. De hecho, Podemos -Poder Democrático y Social- se llamaba también la candidatura derechista que se enfrentó a Evo Morales en las elecciones bolivianas de 2005. El objetivo de Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero y compañía era precisamente que se sintieran cómodos con la papeleta esos millones de ciudadanos sin un claro asidero ideológico que se ven golpeados por la crisis y quieren un cambio. Una generación despolitizada a la que le cuesta acercarse a la izquierda en un mundo postsoviético y que ha vivido al calor del espejismo febril de la burbuja inmobiliaria. Ese magma de indignación, y no una masa convencida de izquierdas, es a lo que aspira a seducir Podemos y a llevarla, poco a poco, a su terreno. A desplazar el centro ideológico -es decir, los grandes consensos- a la izquierda, mediante un proceso dialéctico y escalonado. Al menos, esa es la teoría.

En cambio, la actitud de IU parece ser otra: que las mayorías vayan, tras su politización en la lucha social o por otras vías, directamente a ella. La federación tiene un discurso que se dirige a gente convencida -o a un paso de estarlo- y que, lógicamente, incurre en muchas menos contradicciones que el de Podemos. Es sencillo cuando uno aspira a moverse en un segmento determinado, pero es una estrategia muy limitada a la hora de aspirar a llegar al gobierno en este contexto. El problema está precisamente en que la mayoría de los electores en España se definen como de centro izquierda o, lo que es lo mismo, quieren una ración de justicia social pero no asumen posiciones marxistas -habría que discutir hasta qué punto lo hace la federación, por otro lado-, y por tanto difícilmente IU logrará ser opción de gobierno a corto y medio plazo. En Podemos, en cambio, tienen prisa por ganar: creen que la ventana de oportunidad se ha abierto y se cerrará pronto, lo que ha generado sus propios vicios, como la falta de una estructura -“Necesitamos cuadros comunistas”, confesaba Iglesias a Anguita hace ya casi un año-, la distorsión de la democracia interna o la sensible derechización del partido. Al final no es del todo descabellado afirmar que ambas formaciones se pueden cruzar en cuanto a resultados electorales aunque por caminos diferentes.

La constitución de Unidad Popular y su programa fuertemente de izquierdas contradice las comparaciones que hacía el líder de IU, Alberto Garzón, con las candidaturas unitarias a nivel municipal. Unidad Popular no es, ni en forma ni en programa ni en fermento, Ahora Madrid o Barcelona en comú. Sí se parece a éstas, en parte, en cuanto al método de primarias usado para aglutinar a gente de diversos orígenes, pero la hegemonía clara de IU desde el principio del proceso ha espantado a algunos sectores, incluídos los propios impulsores de Ahora en Común, el germen fugaz de lo que después se ha llamado Unidad Popular. Las prisas generan monstruos. Además, tras el cierre de las negociaciones con Podemos, Garzón parece haberse vuelto mucho más sincero en este sentido o, cuanto menos, más explícito. Ahora carga continuamente contra la “política espectáculo” -con clara referencia a Podemos-, incide en la necesidad de nacionalizar empresas como las eléctricas -precisamente una de las medidas principales que ha abandonado el partido de Iglesias- y propone suprimir los colegios concertados, entre otras medidas que difícilmente compartiría la formación de Iglesias hoy por hoy. Es cierto que Garzón siempre ha dicho lo mismo en el plano programático, pero ahora lo dice más. Pone más acentos. Quiere contraste. En este sentido, surgen algunas incógnitas: ¿Por qué Garzón ha intentado entonces una confluencia aun sabiendo que era difícilmente articulable en el plano programático y discursivo con Podemos? Él siempre ha defendido una confluencia al estilo del Frente Popular de los años 30, lo que choca con la hipótesis comunicativa de Iglesias y los suyos. ¿Ha merecido la pena contribuir a desgastar Podemos? La imagen del líder malagueño ha salido fortalecida tras la negociación. ¿Era acaso esa precisamente su estrategia? ¿Reforzarse ante su cuota del electorado?

Sea como sea, con el claro giro a la izquierda del discurso, Garzón se está diferenciando de la manera más clara posible de Podemos y aspira a recuperar los votos que había perdido ante el avance de éste en su primera etapa. El viraje a la derecha del partido de Iglesias, unido a su declive en las encuestas -que le hacen perder la fuerza de atracción del caballo ganador-, ha permitido a la federación ver de nuevo el hueco discursivo a la izquierda. Y lo quiere explotar. Cuando Garzón fue elegido número uno de IU, en enero de 2015, la federación se encontraba en caída libre en las encuestas y no ha sido hasta julio de este año, con un 3’7% de intención de voto, cuando ha frenado su descenso. La última encuesta del CIS, la de octubre, da razones para cierto optimismo y les otorga un 4’7%. “Vamos a dar la sorpresa”, ha asegurado Garzón esta semana, el mismo día en que tuvo que dar una segunda charla en una plaza de León después de que cientos de asistentes no pudieran entrar en la sala del Ayuntamiento por falta de aforo. La sorpresa, desde luego, no parece creíble de momento. Aunque las señales auguran dificultades durante la campaña para Podemos, ya que a los votos por la derecha que le rasca Ciudadanos se suman los que IU podría quitarles, cada vez más, por la izquierda. Muchos votantes de izquierdas pensaban asumir los bandazos programáticos de Podemos porque había una posibilidad real de ganar las elecciones. Ahora que ésta se aleja, ¿por qué debería alguien marcadamente de izquierdas dar su voto a la formación de Iglesias en lugar de a IU? Hay razones, pero hoy son mucho más difusas, algo que puede aprovechar Garzón.

Por otra parte, el objetivo real y prioritario de IU, detrás de discursos algo triunfalistas, es que la federación no pierda el grupo parlamentario que tiene en el Congreso. Salvarlo ya sería un triunfo después del descalabro ante el surgimiento de Podemos. Si lo consigue, Garzón conseguirá una doble legitimación: por un lado, ante el electorado más a la izquierda y, por otro, en el plano interno. Muy cuestionado desde algunos sectores de IU -Gaspar Llamazares llegó a culparle de los malos resultados cosechados en las autonómicas en lugares donde la federación estaba rota, como en Madrid o Extremadura-, lo cierto es que Garzón es el cabeza de lista pero no tiene poder ejecutivo real en la federación, al menos hasta el próximo congreso. Llama la atención el perfil bajo que han adoptado figuras como la de Cayo Lara. Garzón parece tener las manos libres en un escenario en que IU se daba por perdida. O, cuanto menos, estaba bloqueada. Si le sale bien, saldrá reforzado. Y entonces es posible que se vean movimientos internos de calado en la organización a partir de enero. Los resultados esperables, en cualquier caso, vista la correlación de fuerzas que anticipan las encuestas, parece que convierten en epitafio la recurrente frase de Garzón: “No nos jugamos sólo las próximas elecciones, nos jugamos las próximas generaciones”. Veamos si hay sorpresas. En caso contrario, si atendemos a Anguita, el 21-D se aprenderá la lección. «Con dolor».

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