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Birmania vota en las primeras elecciones libres desde 1990

Este domingo la ciudadanía birmana vuelve a las urnas, esta vez con la National League for Democracy’s (NLD), liderada por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi como gran favorita.

Aung San Suu Kyi.

YANGON // Birmania acude este domingo a las urnas en unos comicios que la opinión pública internacional tilda de “históricos”: “Las primeras elecciones libres desde 1990”. Lo cierto es que desde que la Junta Militar dejó el país en manos de un gobierno afín liderado por el exgeneral Thein Sein, la ciudadanía birmana ha acudido a las urnas en dos ocasiones. Este domingo volverá a hacerlo, esta vez con la National League for Democracy’s (NLD), liderada por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi como gran favorita.

‘La dama’, como se la conoce popularmente, es el rostro histórico de la oposición y la gran esperanza de Occidente para la transición democrática del país. Mas detrás de esta idílica fotografía se esconden las cicatrices de un Estado lacerado por la violencia religiosa, las guerras étnicas y la corrupción, donde millones de personas han sido excluidas de su derecho a voto. Como la de los militares, la democracia que abandera Aung San Suu Kyi es también una ‘democracia secuestrada’.

“NLD, NLD, NLD”, vociferan desde la caravana de camisetas rojas que inunda las calles de Mandalay, la segunda ciudad del país, días antes de las elecciones. Hay una decena de vehículos e incontables motos engalanadas con las insignias del partido. Los jóvenes enarbolan banderas. Gritan. Son ruidosos, mucho más que los simpatizantes del USDP o de cualquier otro partido. Los vecinos salen a su encuentro. Algunos sacan sus teléfonos para inmortalizar la escena. Otros simplemente aplauden. Son niños. Padres. Ancianos. Todos aquí adoran a Aung San Suu Kyi. ‘La dama’. El rostro de la democracia en Birmania.

Hija del héroe de la independencia, el general Aung San, Aung San Suu Kyi pasó 15 años de arresto domiciliario. Fue entonces, encaramada en una mesa tras el portalón de la casa familiar, cuando se labró la imagen de defensora de los derechos humanos denunciando la corrupción y las atrocidades de la dictadura militar que sumió al país en la mayor de las oscuridades durante más de medio siglo. Su apoyo al levantamiento popular de 1988 afianzó su liderazgo ante el pueblo, que la apoyó masivamente en las elecciones de 1990, los últimos comicios multipartidistas celebrados en Birmania. Los militares no reconocieron su victoria y retomaron el control del país. Para entonces, Aung San Suu Kyi había sido ya galardonada con el premio Nobel de la Paz.

Cuando la Junta Militar emprendió en 2003 el “camino a la democracia”, una transición ordenada que permitiría modernizar su economía y rehabilitar su prestigio internacional, los líderes occidentales encabezados por Estados Unidos pusieron el nombre de Aung San Suu Kyi sobre la mesa. Ella debería ser la figura del cambio. Liberada de su último arresto en 2010, meses antes de que el exgeneral Thein Sein se haciese cargo del gobierno seudo-civil, ‘la dama’ lleva desde entonces perfilando su asalto al poder tras las elecciones de 2015.

Sin embargo, en esta ocasión los uniformados han maniobrado antes de las urnas para garantizar su poder más allá de lo que dicten las urnas. La Constitución, redactada por la Junta Militar, reserva el 25% de ambas cámaras del Parlamento al Ejército, por lo que a la formación de los militares, el Partido para la Unión, Solidaridad y Desarrollo (PUSD) de Thein Sein le basta poco más del 25% de los votos para asegurarse el Gobierno los próximos 5 años. No obstante, según uno de los pocos sondeos publicados por la prensa local, el partido del Presidente apenas lograría el 16%.

Aun así, Aung San Suu Kyi no podría en principio ser presidenta: los militares mantienen el derecho a veto sobre cualquier reforma de la Carta Magna, lo que impediría retirar la prohibición que impide a la premio Nobel optar a la presidencia del país por tener dos hijos con pasaportes británicos. “Si ganamos y la NLD forma el Gobierno, yo estaré por encima del presidente”, aseguró la premio Nobel esta misma semana.

Hoy, Aung San Suu Kyi ya no habla de fraude electoral -pese a las denuncias de irregularidades en los registros de votación- ni de la corrupción militar ni de la violencia sectaria. Ya no hay rastro en su discurso de los crímenes cometidos durante los 50 años de dictadura. “Incluso aunque ganemos el 100% de los votos queremos pactar un gobierno de reconciliación nacional”. ‘La dama’ es consciente de que necesita a los militares si quiere dirigir el país. Aunque esto suponga la derrota de sus principios.

Por eso no ha dudado en acercarse al expresidente del Parlamento, Shwe Mann, quien llegó a ser el número tres de la Junta militar. “En el USDP hay varias facciones, Thein Sein representa el ala más dura, Shwe Mann es más moderado”, explica un joven que prefiere mantener su nombre en el anonimato. Relevado hace apenas unos meses de su responsabilidad parlamentaria, Shwe Mann ha manifestado públicamente su predisposición a apoyar a Aung San Suu Kyi, incluso aunque no obtenga la mayoría para formar gobierno. “El NLD tiene el apoyo mayoritario del pueblo”, afirmó a The Guardian.

Los silencios de Aung San Suu Kyi

Aung San Suu Kyi no utiliza siquiera la palabra rohingya. Tampoco ha incluido candidatos musulmanes en las listas de su partido. La presión de los radicales del Ma Ba Tha liderados por U Wirathu, el bautizado como “Bin Laden budista”, han acabado por forzar su silencio ante el genocidio de la minoría rohingya, una de las más perseguidas del mundo según la ONU, al oeste del país. Considerados inmigrantes ilegales por los birmanos, los rohingya viven en campos de desplazados como el de Thay Chaung, a la orilla de la bahía de Bengala, en condiciones que recuerdan a las del apartheid sudafricano: confinados, sin libertad de movimientos y con sus derechos civiles suspendidos, la discriminación racial lleva a muchos médicos birmanos a no querer atenderlos.

“No exageremos los problemas”, se limitó a responder ‘La dama’ la última vez que fue preguntada por la situación de los rohingya. En las paupérrimas chabolas de Thay Chaung, bajo el sol abrasador del Índico, los rohingya ya no confían en su palabra. Más de 800.000 han sido excluidos del derecho a voto y toda la comunidad musulmana, que supone el 5% de la población del país, no contará con representación parlamentaria tras las elecciones. “Los rohingya somos víctimas de los políticos y de la transición democrática”, asegura U Shwe Maung, quien en 2010 fue elegido como parlamentario por PSUD. Cinco años después, ni siquiera va a poder participar en las elecciones. La comisión electoral del Estado de Rakhine rechazó su candidatura aduciendo que sus padres no eran ciudadanos de Birmania cuando él nació.

En el pequeño monasterio de Ya Me Thin, a unos 150 kilómetros de su abadía de Mandalay, Wirathu justifica la ausencia de candidatos musulmanes en los dos grandes partidos: “Si hay muchos candidatos musulmanes estos partidos, o cualquier otro, serán débiles y fracasarán. Los birmanos temen a los musulmanes a consecuencia de la yihad. En Birmania la yihad ya ha actuado en dos ocasiones, en 1942 y en 2012”, afirma en alusión a la ola de violencia religiosa que sacudió al país hace tres años y que se saldó con al menos dos centenares de muertos y más de 140.000 desplazados internos. Otros 100.000 rohingya han huido del país en los conocidos como “barcos fantasma” del mar de Andamán.

Pese al silencio de Aung San Suu Kyi sobre el genocidio rohingya, Wirathu ha pedido públicamente el voto para el presidente Thein Sein, el único candidato capaz de garantizar “la estabilidad” del país. En una investigación publicada recientemente por Al Jazeera se acusaba al Gobierno de financiar a grupos como Ma Ba Tha para difundir el odio religioso y provocar disturbios que alimentasen el rechazo de la comunidad musulmana, una estrategia con la que atraer el voto de la mayoría budista. “Esa información es falsa, usan los medios para atacarme”, replica el monje.

Lo cierto es que con la connivencia del presidente Thein Sein, el Ma Ba Tha se ha convertido en uno de los grupos más influyentes del país con capacidad incluso para redactar leyes que obligan a las mujeres musulmanas a espaciar sus embarazos cada tres años y les exigen un permiso administrativo especial para poder casarse con un hombre no-budista.

Al igual que la Radio Television Libre des Mille Collines animaba a los Hutus a “exterminar a las cucarachas” tutsis durante el genocidio en Ruanda, el Ma Ba Tha utiliza los medios de comunicación -un programa vía satélite y una revista bimensual- para hacer llegar a la población discursos plagados de invitaciones al exterminio de los rohingya, los “perros” como prefieren llamarlos, y los musulmanes.

“Wirathu está expandiendo la islamofobia en Birmania. Está intentando que los birmanos odien a los musulmanes. Eso va contra las enseñanzas de Buda”, lamenta U Gambira, uno los líderes de la Revolución del Azafrán contra la dictadura birmana de 2007 desde su refugio en la frontera con Tailandia. Aunque en su juventud el propio Gambira sucumbió al discurso xenófobo contra los musulmanes, hoy es consciente de que el país debe encontrar una solución a la violencia religiosa para construir una verdadera democracia. “Si no logramos libertad religiosa, nunca lograremos una verdadera democracia ni tendremos un paz duradera”, añade U Shwe Maung.

Una paz inconclusa

Tras más de 60 años de guerra civil, el fracaso del proceso de paz -la gran apuesta electoral del presidente Thein Sein- deja en el aire la estabilidad del país. Aunque ocho guerrillas étnicas minoritarias se avinieron a firmar el alto al fuego el pasado mes de octubre, los grandes ejércitos de los dominios étnicos del norte se negaron a pactar el fin de las hostilidades. Ni la minoría wa, la más poderosa de las facciones rebeldes, con un ejército de unos 25.000 hombres y que desde 1989 administra de facto un vasto territorio fronterizo con China al este del Estado Shan, ni el Kachin Independence Army (KIA), la segunda guerrilla más fuerte del país, con unos 10.000 hombres, han suscrito el documento de paz.

Desde entonces, los enfrentamientos entre los militares y los ejércitos étnicos se han recrudecido. En las últimas semanas se han registrado 40 enfrentamientos con el KIA y otra decena con las milicias del Shan State Progressive Party/Shan State Army-North (SSPP/SSA-N) que se han saldado con civiles muertos y unos 6.000 nuevos refugiados en los monasterios de Mong Hsu. Desde 2010, más de 100.000 personas se han visto obligadas a dejar sus casas en los dominios étnicos del norte. En su estrategia “four cuts” para asfixiar a la resistencia étnica, el ejército birmano lleva meses imponiendo una campaña masiva de torturas, abusos sexuales y expropiaciones masivas perpetrada por sus propios soldados. “Las elecciones de 2015 tienen que consolidar la transición a un modelo civil. Para ello deberían ser unos comicios libres y justos. La libertad electoral se consigue garantizando la seguridad, la legalidad…”, lamenta Tu Ja, ex vicepresidente del KIO y actual presidente del Kachin State Democracy Party (KSDP).

La inestabilidad en el norte del país ha llevado a la Comisión Electoral Unida (CEU) a suspender las votaciones en cerca de 400 aldeas de los estados Kachin, Shan y Karen, lo que podría alterar los resultados electores puesto que más de la mitad de los asientos de la cámara alta y otro importante número de la cámara baja serán elegidos en los territorios étnicos del país, donde ni el NLD ni el PUSD son las fuerzas mayoritarias. “Para el pueblo Shan las elecciones de 2015 carecen de significado al no celebrarse en todo nuestro territorio”, afirma Sai Hor Hseng, portavoz de la Shan Human Rights Foundation.

En Myitkyina, la polvorienta capital del estado Kachin, pocos son los que miran con esperanza estas elecciones. La guerra por el control de los recursos naturales -jade, oro, cobre y recursos forestales- va más allá de la cuestión étnica. Es una guerra económica. Y eso difícilmente lo va a solucionar el nuevo presidente. Ni aunque sea Aung San Suu Kyi. “Ella no va a ser la solución para este país. Hemos perdido nuestra confianza en ella”, afirma la activista Htang Kai. La democracia Aung San Suu Kyi está marchita.

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