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Un abertzale en Mérida

En octubre de 2012, tras una huelga educativa convocada a nivel estatal, varios medios de comunicación señalaron a un joven activista y le acusaron de "asaltar" un colegio de Los Salesianos

Detalle de la portada de El Mundo en la que se señalaba a Rafael González.

RAFAEL GONZÁLEZ Y VÍCTOR CASCO // El 19 de octubre de 2012 los quioscos de la ciudad de Mérida (50.000 habitantes) amanecían con una portada del diario El Mundo que incluía un titular a cuatro columnas junto a la imagen de uno de sus vecinos. El titular: “Asalto a los Salesianos”.

Titular de guerra acompañado por una foto ante la que podrían salivar derechistas, ultraderechistas y reaccionarios: joven desgarbado; cabellos que no conocen más peine que el viento, desordenados, claro; gesto torcido en la boca, amenazante, provocador y ropas de camuflaje, ésto es: jersey con logo anticapitalista y sudadera. Debe añadirse un detalle nada inocente puesto que, lloviendo mientras se tomaba esa instantánea, el joven abertzale (conclusión necesaria ante esa portada del diario de derechas) se protegía con un paraguas – rojo – donde podían leerse las siglas CC.OO.

Rafael González García de Vinuesa – el nombre se ofrecía completo, casi deletreando cada una de sus sílabas – era señalado como el instigador del asalto y si la foto no bastaba para llegar a la conclusión de que estábamos ante un elemento peligroso y antisocial, el reportaje aclaraba varias veces que Rafael González García de Vinuesa – el nombre que no se olvide – es un “Jefe de Juventudes Comunistas de Extremadura”. Jefe.

Las palabras nunca son inocentes. Tienen un contexto y responden a un imaginario. Jefe, en ese reportaje, con ese titular, con esa foto, remite inmediatamente a la camorra, a la mafia. Para el periódico todo piquete de huelga es poco más que una banda de delincuentes – lo han verbalizado en infinidad de ocasiones – y en esta ocasión se vuelve a demostrar, siendo ellos testigos y llevando a primera plana a un mafioso comunista asaltando un colegio de curas. Recuerden: una portada para que saliven los reaccionarios.

Hagamos un alto: el 18 de octubre de 2012 cientos de jóvenes estudiantes emeritenses habían salido a la calle para volver a mostrar su oposición a la LOMCE, entonces aún en discusión, y a la gestión educativa del ministro Wert. En Mérida, como en otras decenas de ciudades extremeñas, las clases se vieron vacías de alumnos y profesores y muchos de ellos se concentraron en las plazas respectivas. Uno de los autores de este artículo, el abertzale, el Jefe de la Camorra Comunista, participó en esas manifestaciones (no era la primera ni sería la última); el otro autor del artículo, entonces diputado de IU en la Asamblea de Extremadura, estuvo unos instantes con los jóvenes mientras se manifestaban frente al Parlamento Regional. Tras esas concentraciones visitaron colegios e institutos, repartieron octavillas, reclamaron una educación pública, laica y de calidad. Estuvieron ante muchas puertas y en muchos patios, uno de ellos en el colegio de los Salesianos, concertado. Acompañados por el cordón policial pertinente, al acabar la mañana regresaron a sus barrios. Una jornada de lucha pacífica por la educación pública como tantas otras antes y como tantas otras que vendrían. No hubo incidentes.

El 19 de octubre amanecimos con esa portada en un diario de tirada nacional en los quioscos de una ciudad de 50.000 habitantes donde todos se conocen, aunque sólo sea de vista. Ese día y al caer la noche ya habían detenido a tres jóvenes y la mañana siguiente nos localizaron en una cafetería del centro y se llevaron detenido al “instigador”, al “jefe” y al “líder” del asalto al colegio concertado.

El reportaje no ahorraba en adjetivos para calificar la acción de los jóvenes y presentar una imagen dantesca de la jornada de huelga estudiantil. Se explicaba que habían penetrado en el centro, que habían ocupado aulas, que habían agredido a profesores y que cantaban “donde están los curas que los vamos a matar”. Todo mientras el “Jefe de los Comunistas extremeños” esperaba fuera. El joven desgarbado, camisa con mensaje reivindicativo, sudadera y paraguas de Comisiones Obreras. El abertzale. Otra foto en el diario nos mostraba una puerta trasera del edificio asaltado llena de dibujos… de penes. Qué más lógico que un centenar largo de estudiantes en huelga dedicándose a pintar penes en una puerta de hierro en las traseras de un colegio al que en ningún momento habían rodeado.

Cuatro detenidos en total. El Delegado del Gobierno expresaría luego en ese mismo diario que dichas retenciones se debían al informe policial y al reportaje. Un Delegado que fue requerido a instancias de uno de los autores de este artículo a comparecer ante el Parlamento regional – comparecencia aprobada por todos los grupos – y que optó por eludir la cita dejando plantados a los representantes de los extremeños, ya que ni siquiera se dignó excusarse.

En el siglo XIX se hablaba de “la canalla”. La sociedad bienpensante acomodada y burguesa rehuía todo contacto con un vulgo canalla y sucio. Gente de pies negros y alma negra que además tenían el atrevimiento de intentar revoluciones. La canalla, los indeseables, los pobres. La literatura de clase siempre ha existido y los periódicos de clase también. El diario El Mundo sabe que la canalla es mayoría y debe deslegitimarse cualquier acción que pueda dar muestras de su poder. La política y los negocios deben estar reservados al pijo de clase media – dicen; de clase alta, más bien – que sabe distinguir entre ropa de marca y sudadera, que conoce lo que es un peine y que no destaca salvo a la hora de recoger el sobre pertinente. Un pijo como cualquier otro.

En un momento de la manifestación, en la Plaza de España de Mérida, ni siquiera en el colegio, pudieron tomar una instantánea de Rafael González García de Vinuesa con el gesto torcido. Un gesto que apenas dura un segundo pero que la cámara pudo inmortalizar. Rafael, no lo hemos dicho antes pero ahora debe explicitarse, es uno de los “sospechosos habituales”.

En la película de Michel Curtiz Casablanca hay una escena donde el capital Louis Renault (interpretado por Claude Rains) es conminado a realizar detenciones ante una acción subversiva y éste le pide a unos de sus subordinados que “detenga a los sospechosos habituales”. La nómina de ciudadanos que siempre son requeridos por la policía para servir de escarmiento o para dar sensación de que hacen algo.

Rafael González es uno de los sospechosos habituales de Mérida y por eso acumula ya varias detenciones y denuncias. Ha sido llamado a declarar por manifestaciones en las que no ha estado o por un asalto a un colegio en el que no penetró en ningún momento. No es un caso único: desde que se inició la crisis los medios de la derecha, del orden, los que recelan de la “canalla”, de la gente humilde, de los pobres, de los desheredados, vienen señalando a supuestos instigadores y criminalizando toda forma de protesta. La Razón, el ABC o El Mundo han llevado a sus portadas a activistas sociales acusados de alterar el orden público – cosa sagrada –. Todas esas portadas, esas declaraciones, esas imágenes han dado la cobertura argumental al gobierno del PP para aprobar sus leyes mordazas. El ejercicio de la democracia y de la libre expresión del rechazo a las medidas antisociales incomoda. Eso es lo que se persigue: criminalizar, desalentar y finalmente neutralizar toda forma de protesta.

Por eso el 19 de octubre se señaló a un manifestante, se dio su nombre, se lo acusó de asalto y se hizo una descripción grosera e insultante del sujeto: un jefe comunista sin estudios, ateo y anticlerical que quiere matar curas. El impacto del reportaje en una ciudad donde todos se conocen fue alto y Rafael, que hoy escribe este artículo junto a uno de sus acompañantes el día de la detención, pagó un precio que otros también han pagado: objeto de escarnio. En definitiva, ser señalado.

El método es antiguo. La Inquisición lo puso en práctica: colgar el sambenito era la forma establecida de señalar a un vecino que debía ser repudiado por la comunidad y cuyo ejemplo – eso es lo esencial – debe ser evitado a toda costa. El ejemplo a evitar es el de jóvenes dispuestos a movilizarse en defensa de sus derechos y que no renuncian a pensar por ellos mismos.

Por cierto, hubo un juicio. Entonces se pudo demostrar que no hubo asalto. Los presuntos profesores agredidos no comparecieron. Los policías tuvieron que admitir que Rafael González y los otros tres detenidos no habían pasado del patio del centro. Las pintadas de penes se habían hecho mucho antes y la juez archivó el caso. No hubo portada de El Mundo al día siguiente.

 

* Rafael González García de Vinuesa es activista social y militante comunista y Víctor Casco ex diputado autonómico de IU

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