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La izquierda está rota
El que fue uno de los portavoces y miembros de DRY hasta 2012 hace una reflexión personal sobre la actual desunión de la izquierda y los ecos del 15M
Carlos Paredes* // El 15 de Octubre de 2011 varias decenas de países salieron a la calle bajo el lema «for a global change». Desde Australia hasta los estudiantes chilenos, pasando por los movimientos Occupy de medio mundo. El 15M demostró que por encima del color de la piel, el lugar de nacimiento, la religión y tantas otras barreras ideadas por humanos para segregar a humanos, está el derecho de todas las personas a la dignidad; a una vida digna.
Fue convocada a través de las redes sociales, como casi todo en el 15M, sin líderes mundiales ni locales que decidieran lo que había que hacer. Las decisiones se tomaban de manera colectiva en asambleas, a veces formadas por cientos de personas que empoderadas se arremangaban tratando de buscar solución a los problemas que los políticos, tan envueltos en su propia realidad, parecían haber dejado de lado.
Cuatro años después, el panorama político es desolador. Indignante para los indignados, que ocuparon la portada de la revista TIME con una foto sin rostro, pues indignados podíamos ser todos. Ahora no, ahora quienes dicen capitalizar lo que surgió del 15M no sólo tienen cara -no discutiremos si mucha o poca- y jerarquía para mandar, sino que además, envueltos en una lógica de politólogos para politólogos, van cerrando los cauces de decisión convirtiendo su partido poco a poco en lo que son la mayoría; una suerte de club privado, cerrado y elitista, donde se decide por los demás. Métodos del siglo XVIII (todo para el pueblo pero sin el pueblo) para combatir ideas del siglo XIX (liberalismo económico), mientras todos hablan de la «nueva política” del siglo XXI.
Por lo visto, nadie ha sabido explicarle a Podemos que la «nueva política» es algo más que saber utilizar una cuenta de Twitter y hacerse un perfil en Facebook. Al final, la nueva política terminará siendo un ente mitológico: todos hablando de ella, sin que nadie la haya visto jamás.
Las listas plancha, el intercambio de cromos para hacer el listado ganador de las superestrellas de la política (donde les falló Garzón), la jerarquización en suma, hacen que Podemos se parezca demasiado a los ojos de un indignado, a la vieja IU. Una vieja IU que no ha sabido o no ha querido entender que si ocupa sistemáticamente los espacios que aparecen nuevos como «Ahora en Común» y desplaza a sus integrantes para ir colocando a sus propios profesionales de la política al frente del mismo, al final, acaba pilotando un barco vacío.
Desde la refundación (anterior al 15M) hasta la actual fecha, la vieja IU, a remolque de los acontecimientos siempre, reacia a la participación ciudadana en la toma de decisiones, fuertemente jerarquizada, y amenazada de desaparición por su incapacidad para generar ilusión, parece haberse quedado anclada en los tiempos de la transición, del aparato, de las inevitables guerras internas donde el único método de cambio y crecimiento interno parece ser la confrontación o el culto al líder, y no haber entendido nada los últimos años.
La maniobra de Equo, que abandona un Ahora en Común ocupado por IU para integrarse en Podemos, donde varios de sus líderes parecen haber negociado a título particular su integración por arriba en las famosas listas plancha, provoca en estos momentos el abandono del proyecto de buena parte de sus bases y simpatizantes.
Y al final del todo, sin acuerdo; Podemos irá por su lado, IU por el suyo, Equo se pondrá el salvavidas morado, y las personas que defendimos un modelo de participación ciudadana volveremos a ser traicionados por unas élites tal vez mezquinas y egoístas, o tal vez simplemente estúpidas, incapaces de llegar a un consenso entre sí, pese a defender supuestamente programas muy parecidos.
A uno le queda la triste sensación de que para los líderes morados, rojos o verdes, la manoseada palabra izquierda, no es más que una campaña de marketing que busca su nicho electoral en la desgracia del prójimo más desfavorecido. Una suerte de despotismo no siempre ilustrado, que contrasta fuertemente con la solidaridad y actividad de sus maltratadas y muchas veces traicionadas bases, que son usadas la mayor de las veces por sus líderes, como mero instrumento de culto a su propio ombligo. Una desgracia aberrante que volveremos a llorar pasado el 20 de diciembre, cuando el retroceso social, los recortes, y la élite de siempre, vuelvan a ganar las elecciones.
* Carlos Paredes es exportavoz de Democracia Real Ya (DRY)