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Debarati Guha-Sapir: “Las vallas nunca son la solución para ninguna crisis”
Entrevistamos a Debarati Guha Sapir, directora del Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres y experta en crisis internacionales.
MADRID// Ataviada con un vistoso traje azul, Debarati pide una jarra de agua en la cafetería de La Casa Encendida, donde este martes ofrece una conferencia en el marco de unas jornadas sobre crisis olvidadas. Ésa es, precisamente, una de sus especialidades. Además de científica y profesora en la universidad belga de Louvain, Debarati dirige el Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres (CRED), donde trabaja activamente en la lucha contra las crisis de las que a menudo hablan los medios de comunicación durante un tiempo hasta que la agenda marca que los temas prioritarios de la actualidad son otros. Hablamos con ella de Siria, África, hambre y cambio climático, algunas de las emergencias humanitarias a las que se enfrenta el planeta.
¿En qué consiste exactamente su trabajo al frente del Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres?
Nos centramos en la investigación de desastres naturales y conflictos civiles a nivel global. Trabajamos, generalmente sobre el terreno, para investigar e informar a la población y a los gobiernos sobre dichos conflictos y desastres, pero también para intentar cambiar la situación de los afectados y mejorar sus condiciones de vida.
¿En qué materias se han centrado en los últimos meses?
Hemos elaborado una gran base de desastres naturales que incluye los que han ocurrido en todos los países del mundo desde 1900. Es una gran fuente de información tanto para los estados como para la prensa. También hemos llevado a cabo una investigación sobre la población afectada por los bombardeos, especialmente en Siria.
¿Cuáles han sido las conclusiones del CRED en dicha investigación?
Hemos demostrado que los bombardeos, sean del tipo que sean, tienen una incidencia mucho mayor entre la población civil, y causan un mayor número de víctimas que las tropas terrestres. Las bombas que supuestamente van dirigidas a objetivos estratégicos, como almacenes de armas o campos de entrenamiento, no son ataques quirúrgicos, como se los denomina habitualmente. La mayoría de esas bombas tienen una probabilidad de hasta cinco veces mayor de acabar con la vida de niños, mujeres y civiles. Y el ejemplo perfecto es el reciente bombardeo de EE UU sobre el hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz. Se trata de una responsabilidad que tiene que recaer sobre aquellos que bombardean países. No sé por qué ocurre esto. No sé si es una cuestión de que los objetivos no están bien fijados o que simplemente no nos están diciendo la verdad y obtienen beneficios de aterrorizar a la población. Pero en cualquier caso, ésa es la realidad: cuando se bombardea un país, los que verdaderamente sufren son los civiles.
En el caso de Siria, hay bombardeos de Rusia, Francia, de los rebeldes financiados por EE UU, del propio Al-Asad… ¿En cuáles se han centrado?
En todos ellos. No soy una gran experta en política internacional, y quizá esto suene naíf, pero mi experiencia en conflictos me ha enseñado una cosa: cuando un país vive una situación caótica, como la que vive Siria en este momento, no hay bando bueno. Dado el extremo al que se ha llegado, creemos que sin una intervención de tropas terrestres, esta situación sólo puede ir a peor para la población civil. Y por extensión, para todo el mundo. Porque lo que ocurre en los países en conflicto está directamente conectado con lo que pasa en Europa.
En ese sentido, ¿cómo valora la gestión por parte de Europa de la situación de los refugiados que llegan a nuestras fronteras?
Abordar la cuestión exclusivamente con un mayor control de las fronteras, vigilando el mar con drones o elevando la altura de las vallas fronterizas no sirve para nada. De hecho, las vallas nunca son solución para ninguna crisis. Hay quien asegura que todos estos refugiados vienen a Europa para disfrutar de una mayor calidad de vida, pero la realidad es que a nadie le gusta abandonar su país de origen. Nadie quiere dejar atrás a sus amigos, su familia, sus costumbres y viajar a un país extranjero. Por eso ha de haber un compromiso claro por parte de Europa de apoyar a los países en origen y proveer a la población de unos servicios básicos para su desarrollo: alimentación, educación, sanidad. Quizá sea porque provengo de una formación médica y tengo una perspectiva humanitaria, pero ésa es mi manera de verlo.
Hoy ofrece una charla sobre conflictos olvidados. ¿Cuál es, bajo su punto de vista, el que más hemos dejado de lado injustamente los medios de comunicación?
Hay grandes áreas olvidadas. Pero creemos que una de las más importantes son las sequías, que habitualmente dan lugar a grandes hambrunas. En este momento hay una gravísima sequía en Malawi. Parece que no nos importa hasta el momento en que miles de personas huyen de esas sequías y llegan a nuestros países convirtiéndolo en una gran tragedia televisada.
Entre esas crisis que hace un año llenaban el telediario y ahora parecen olvidadas está el ébola. ¿En qué han cambiado las cosas desde entonces?
Desde luego, la gente es mucho más consciente de su existencia, especialmente en Europa. Y los países han puesto encima de la mesa mucho más dinero para combatirlo. Pero la realidad es que existen muchas más enfermedades que combatir. Ha de haber una aproximación holística al tema de las enfermedades infecciosas: porque el problema no es en sí el ébola, sino la debilidad de los sistemas de salud de determinados países, que no son capaces de combatirlo, y la falta de prevención. Es en esas materias donde tenemos que centrar nuestros esfuerzos.
El cambio climático se presenta como una gran amenaza. ¿Los grandes desastres naturales llevarán su firma a partir de ahora?
Es algo que ya estamos viendo en todas las zonas del planeta. Especialmente en lo que tiene que ver con inundaciones, que están causando un gran número de víctimas y personas afectadas. Es, bajo nuestro punto de vista, la amenaza más preocupante y que más se ha incrementado en los últimos tiempos de entre las relacionadas con el cambio climático. Y no sólo en los países pobres, también en Europa, como vimos en Cannes hace apenas un par de semanas.
En esta materia, y de cara a la inminente cumbre de París… ¿Es optimista?
Suelo serlo, pero la realidad es que ya se han celebrado 20 conferencias contra el cambio climático, lo que no invita precisamente al optimismo vistos los resultados. Creo que tiene que haber una regulación valiente y mucho más pragmática que hasta ahora. Es verdad que se han mejorado cosas, pero no lo suficiente: deberíamos haberlo hecho mejor desde hace décadas.
Para acabar, dígame: ¿el mundo es un lugar mejor que hace 20 años?
Sin duda alguna. Al 100%. ¡Para que veas que sí soy optimista! [risas]. Por poner un ejemplo, estoy muy impresionada por el trabajo de las ONG. Han mejorado enormemente en las últimas dos décadas: hoy son mucho más profesionales y transparentes. En general, creo que las condiciones de vida de la gente han mejorado. La pobreza y el hambre, que siguen siendo terribles, han descendido y están hoy más concentradas en determinadas zonas del planeta.