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Arranca el infierno para los perros de caza
La temporada de caza menor empieza este mes de octubre. Los perros utilizados por los cazadores son los más perjudicados.
Como cada año, llega el mes de octubre y se repite una estampa clásica en infinidad de zonas rurales de España: miles de cazadores salen al campo con el comienzo de la temporada de la caza menor. Perdices, liebres, conejos, palomas y faisanes, entre otras especies reguladas por el Real Decreto 1085/1989, serán su objetivo. Una actividad muy lucrativa para muchas pequeñas localidades españolas para las que el dinero que pagan los cazadores a cambio de disponer del coto supone, a menudo, la principal fuente de ingresos.
Unos metros por delante de los cazadores, ansiosos, caminan sus perros. Galgos, podencos, pointers, spaniels… Muchos de ellos llevan meses encerrados en jaulas de apenas unos metros cuadrados, y muy pocos tienen la suerte de compartir hogar con sus dueños. Algunos, los menos afortunados, terminarán la temporada muertos o abandonados. Y sólo un pequeño grupo terminará en perreras o albergues, quizá hasta que alguien los adopte y les dé la oportunidad de vivir lejos de aquellos que fueron sus dueños.
Del instinto al maltrato
«Todos los perros, en mayor o menor medida, tienen instinto de caza. Desde cachorros son sensibles al movimiento y por eso persiguen una pelota, ciclistas o piernas que se mueven», explica Mónica Saavedra, educadora de perros y terapeuta del comportamiento. Una cosa bien distinta es el maltrato al que son sometidos en determinadas circunstancias. «El encierro, el aislamiento, la privación de alimentación y de interacción social, así como el maltrato físico, son percibidos por el perro de forma muy similar a como lo haríamos nosotros. Ellos también sienten dolor físico y psicológico. Simplemente haciendo un ejercicio de empatía e intentando imaginar lo que sentiríamos encerrados en un zulo, hacinados, con heridas, sin ver la luz del sol y sin comer ya sabremos qué siente un perro en esas circunstancias».
Javier Moreno, portavoz de Igualdad Animal, va un paso más allá. «Creemos que la caza debe ser abolida. En España el lobby de los cazadores es muy poderoso y sólo hay que ver, por ejemplo, la nueva ley de caza de Castilla La Mancha, en la que prácticamente se convierten los montes en un coto privado para los cazadores, en la que se contempla poder matar animales como perros “asilvestrados” e incluso se permite obtener una licencia de caza a los 14 años», apunta. «No hay nada más demagógico que escuchar a un cazador decir que ama a los animales, alguien que se divierte y entretiene disparando y acabando con la vida de animales para exhibirlos como trofeos».
El drama de los galgos
Irene Blánquez conoce de primera mano ese maltrato. Es la directora de Febrero, el miedo de los galgos, un documental que refleja el maltrato sistemático que sufre esta raza a manos de los galgueros. «En zonas rurales donde se practica la caza de la liebre, es habitual ver cómo se entrena a los galgos. Algunos galgueros atan a sus perros a vehículos de motor y les obligan a correr atados a una velocidad entre 20 y 25 km por jornada. Aparte de ser una práctica cruel, es obviamente muy peligrosa para el animal. El galgo no puede dejar de correr, frenar, ni avisar si se rompe una pata, o si ya no le quedan más fuerzas para correr y la cuerda empieza a estrangularlo. Es una muestra más de la falta de empatía del galguero hacia sus perros».
Una vez termina la temporada de caza, en febrero, llega el abandono masivo. «Los motivos del descarte son diversos», cuenta Irene. «El perro no corre lo suficiente, o no tiene espíritu cazador, quizás está lesionado, o sencillamente «sucio». Este término, «sucio», es usado por los galgueros cuando el perro ya no persigue a la liebre en linea recta. Cuando el galgo aprende que si toma un atajo atrapará antes a la liebre (es decir, cuando actúa de forma inteligente) es descalificado y deja de ser un perro deseado. A menudo esto hiere tanto el orgullo del galguero que el perro es castigado por ello». Y de ahí, a la clásica y desgarradora imagen de los perros ahorcados, que aún sigue siendo típica en determinadas zonas de España.
Todos los expertos y organizaciones especializadas en derechos de los animales coinciden en una cosa: algo está cambiando. «El rechazo social a estas actividades no para de crecer», señala Javier Moreno. «Un ejemplo de ello son las polémicas que se generan en redes sociales en torno a la caza. Queda todavía mucha pedagogía por hacer y avanzar a nivel legislativo para que esta lacra vaya desapareciendo de nuestra sociedad. Es complicado, porque por desgracia esa España de La Escopeta Nacional que retrató Berlanga está todavía muy presente e incrustada completamente en la esfera política y empresarial».
«No entiendo a alguien que mata a otro ser vivo por deporte, si es que se puede llamar deporte, o por puro placer», apunta Mónica Saavedra. «Pero quiero pensar que hay algunos cazadores que, aunque no respeten la vida de otros animales, sí respetan y tratan bien a sus perros, compañeros de trabajo. Sin embargo, me temo que son una minoría».