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Generación Instagram: la vida aparente

La red social de fotografías para móviles cumple cinco años. Analizamos las claves de su éxito y la manera en que ha cambiado nuestra manera de ver el mundo... y mostrarnos ante él.

Hacer una foto, escoger un filtro, compartirla con tus seguidores. Una operación rápida y sencilla que ya ha sido realizada 40.000 millones de veces desde que hace cinco años naciera Instagram, la aplicación de fotografía para móviles más famosa del mundo.

Creada a cuatro manos por el brasileño Mike Krieger y el estadounidense Kevin Systrom, Instagram nació con buena estrella: en menos de dos años contaba con más de 80 millones de usuarios, y no tardó en llamar la atención del gigante de las redes sociales, Facebook, que adquirió la red en abril de 2012 por 1.000 millones de dólares. Muchos calificaron la cifra de descabellada, y no pocos vaticinaron su muerte y fagocitación por parte de la empresa de Mark Zuckerberg. Sin embargo, el tiempo ha acabado dándole la razón a éste: hoy, Instagram es la segunda red social más exitosa, con 400 millones de usuarios tanto de iPhone como de Android, gestiona la subida de 80 millones de fotografías al día y abre un nuevos y suculentos mercados, dando la posibilidad a las marcas de realizar inserciones publicitarias (en España, desde este mismo año) e incluso posibilitando a éstas la venta directa de sus productos.

«Para los profesionales, Instagram abre otra ventana más para mostrar nuestro propio trabajo, para mirar, inspirarnos y relacionarnos», cuenta el fotógrafo madrileño Íñigo de Amescua. «Para los no profesionales, o para los que no tienen un especial interés por la fotografía, es una red social más donde poner platos de comida». Íñigo utiliza su cuenta de Instagram «como cuaderno de apuntes experimental y callejero». Una aplicación de la que destaca «la instantaneidad que te permite, lo navajero y lo anónimo, ya que muchas veces nadie se da cuenta de lo que haces por que estamos acostumbrados a ver gente con teléfonos en la mano todo el rato». Ante esa realidad, hay quien se pregunta, incluso, si es posible hacer una gran foto con un teléfono móvil. «Desde luego que sí», opina Íñigo. «Las fotos no las hacen los teléfonos móviles, ni Instagram, sino las personas».

El afán por compartirlo todo

Es precisamente en el uso que le dan las personas donde residen, además de las ventajas, los riesgos de una red social como Instagram. El geoposicionamiento facilita los datos del usuario y permite ubicarle en cualquier momento y lugar. Los metadatos que compartimos con cada foto son tan difíciles de eliminar como sencillos de interpretar por usuarios con los conocimientos suficientes. Y los casos de acoso entre menores en los que la red social es protagonista son frecuentes, lo que incluso llevó a la red social a actualizar sus normas y reservarse el derecho de eliminar cualquier fotografía que ataque a otras personas por su color de piel, nacionalidad, orientación sexual, religiosa, género o identidad sexual.

Entre los más proclives a restarle importancia a esos riesgos, especialmente en todo lo que tiene que ver con la privacidad, están los más jóvenes. «Las nuevas generaciones, los nacidos más allá de los 90, utilizan las redes sociales con mucha mayor naturalidad. Saben cuáles son las funciones de cada red y cómo utilizarla, dado que han crecido con ellas», explica el sociólogo y experto en redes sociales Marcos G. Piñeiro. Muchos han alertado de que esa naturalidad a la hora de compartir absolutamente todo puede llevar a problemas futuros en casos como, por ejemplo, la búsqueda de trabajo. «Creo que la sociedad va a ir cambiando poco a poco en ese sentido y madurando en materia tecnológica», opina Piñeiro. «Llegará un momento en el que se asuma que lo que alguien ha dicho o hecho en redes sociales en el pasado no tiene por qué formar parte del presente».

En el caso concreto de Instagram, Piñeiro la considera «otra herramienta que los jóvenes utilizan para construir su identidad. Al fin y al cabo, la imagen ha estado muy presente en su formación como personas, primero con la aparición de las cámaras digitales y después con la generalización de los teléfonos móviles, por lo que para ellos es vital para darse a conocer y reafirmar sus gustos y actitudes». Eso sí, en opinión del sociólogo, la propia naturaleza de la aplicación contiene «un cierto componente de exhibicionismo que, llevado a lo compulsivo, a menudo nos lleva a actuar teniendo más en mente lo que la gente pensará de la foto que hacemos que el interés que tenemos por las cosas o los momentos fotografiados en cuestión». Y eso no parece exclusivo de los más jóvenes.

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