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Entre la autocomplacencia de Iglesias y los palos de ciego de Garzón

"Lo que queda, después de todo este tiempo, son dos opciones que parecen tener cada vez menos posibilidades en el panorama electoral"

Pablo Iglesias y Alberto Garzón, durante un debate en febrero de 2014 en la Sala Mirador (Madrid) - PODEMOS

Quedan poco más de dos meses para las elecciones generales y las opciones para los votantes de izquierda se tornan cada vez más definidas. Tras un tiempo de escenificar reuniones ante los medios, pese a que les une la amistad y mantienen periódicamente conversaciones alejados de los focos, Pablo Iglesias y Alberto Garzón parecen haberlas dado por zanjadas, sin acuerdo. Y lo que queda, después de todo este tiempo, son dos opciones que parecen tener cada vez menos posibilidades en el panorama electoral.

Las encuestas son cada vez más duras con Podemos y, cuanto menos, confirman una tendencia a la baja. El diario Público, poco sospechoso de encontrarse en una posición enfrentada al partido de Iglesias, difundió el pasado viernes un estudio (*) -en la línea de sondeos de otros medios, como Antena 3– en el que Ciudadanos (que lograría 48 escaños) adelanta a Podemos (47) en los porcentajes de intención de voto. Las implicaciones no son nada esperanzadoras: entre ellas, la más grave es que Ciudadanos y PP sumarían más escaños que PSOE y Podemos. IU, por su parte, lograría dos diputados, insuficientes para conservar su actual grupo parlamentario.

En este contexto, las estrategias de los dos partidos parecen cada vez menos claras, más desorientadas. Por un lado, Podemos ha bajado desde el 23,9% en intención de voto que tenía en enero y que le hizo adelantar al PSOE, según el CIS, hasta los niveles actuales. Para empezar, no sobra dejar claro que, se teorice lo que se teorice, los hechos son que la tendencia ascendente de Podemos en las encuestas se invirtió a raíz de un episodio muy concreto: el llamado “escándalo Monedero”. En enero “revivió” -porque ya se conocía- la noticia de que Juan Carlos Monedero, el responsable del Programa, había cobrado más de 400.000 euros del Gobierno venezolano por unos trabajos relacionados con la creación de una moneda común latinoamericana.

Las acusaciones de fraude fiscal y los titulares falsos o con medias verdades, las tertulias tóxicas y la persecución mediática hicieron su trabajo. Pese a que el juez acabaría archivando las querellas por fraude fiscal en agosto, el daño estaba hecho: Podemos ya no se mantenía limpio a ojos de gran parte de la opinión pública y pasó a ser percibido, por muchos, como un partido más. Los ataques que venían de los medios, hasta ese episodio, no les hacían daño e incluso les favorecían. Pero eso se acabó. Y entonces se aupó Ciudadanos. La reacción del status quo fue evidente y despiadada y finalmente dio de lleno en la principal arma propagandística de Podemos, el afán renovador contra la corrupción.

Pero esta derrota en el plano mediático, inevitable y previsible dada la correlación de fuerzas, fue acompañada por errores internos. Por un lado, la pérdida progresiva de una potente red de activistas que venían del 15-M y otros movimientos de base y que, a nivel de barrios, se lanzaron a crear círculos, con la promesa de que serían una pieza clave en la toma de decisiones del partido. Las primarias con listas plancha, tanto para los órganos internos como -aún más grave- para la lista de diputados que presenta el partido al Congreso, acabaron de decepcionar a esa base social más militante, que vieron como quedaron reducidos a un instrumento de legitimación de las decisiones tomadas por Pablo Iglesias y la cúpula. Este modo de actuar dio al traste con la tesis que atrajo a muchos en los inicios: Iglesias sería el carisma, la cara visible de un proyecto democrático y rupturista. Finalmente, Iglesias ha sido la cara pero también un jefe. No sólo tiene autoridad moral, también la tiene ejecutiva. Y la tiene y quiere casi toda.

Esta manera de funcionar, desde un “núcleo irradiador” -en palabras del número dos, Íñigo Errejón-, formado por profesores universitarios y miembros de la fundación CEPS, en esencia- hacia las bases y la sociedad, contrasta, por ejemplo, con el modelo de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) desarrollado en Cataluña. Esta misma tarde, los miembros de la CUP se reúnen para debatir una hoja de ruta diseñada por las más de 100 agrupaciones territoriales de la formación y decidirán, entre otras cosas, qué hacer con la investidura del próximo presidente de la Generalitat. Su cabeza de lista, también muy carismático, Antonio Baños, no tiene todo el poder. Sólo pone la cara a un proyecto colectivo.

«Máquina de guerra electoral»

Precisamente contar con una base movilizada es clave para aguantar los envites de los poderes mediáticos, en manos de la banca y sectores económicos muy amenazados por el auge de partidos como Podemos. Pero Errejón, Iglesias y los suyos han optado por la tesis de la “máquina de guerra electoral”, también expuesta por el número dos del partido, que en la práctica subordina todo lo demás al tacticismo cortoplacista y está orientado, sobre todo, a los fuegos artificiales mediáticos, con el único objetivo de ganar las elecciones generales. La ventana de oportunidad se va a cerrar, dicen. Una vez aparece Ciudadanos, un partido que ha conseguido presentarse como renovador sin ser rupturista, y el PSOE se lava la cara, Podemos va aguantando cada vez peor en el ring. Si antes faltaba pista, ahora parece que sobra.

Y al lado, como pidiendo que la dejen jugar y le pasen el balón también a ella, está IU, que vio cómo Podemos la adelantaba en las encuestas y la dejaba muy, muy atrás, y hoy, casi dos años después, ocupa su espacio. En julio de 2013, antes del surgimiento de Podemos, IU llegó en algunas encuestas a alcanzar una estimación de 50 diputados, es decir, más de los que el partido de Iglesias consigue en este momento en los sondeos. Para IU, conservar la próxima legislatura su grupo parlamentario ya sería una victoria.

Por su parte, Garzón parece haber escarmentado de una vez. Tras pasar meses recibiendo negativas por parte de Iglesias a la formación de una candidatura de unidad, al fin parece haberse dado cuenta de que no hay nada que hacer. Este miércoles recibió el ‘no’ definitivo -siempre en teoría- por parte de Podemos. La única opción que le da Iglesias es que él y los suyos -caras jóvenes y renovadoras dentro de IU- dejen a un lado sus siglas y se integren en las listas de Podemos al Congreso, como hizo Tania Sánchez en su momento.

La posición de Podemos no ha cambiado en todo este tiempo, pero Garzón se ha mostrado decidido a intentarlo sin importar cuántas veces se le cerrara la puerta. Iglesias tuvo que pedir disculpas en una ocasión por llamar “cenizos” a miembros de IU, en abstracto, y tras hacer una referencia general al «típico izquierdista tristón, aburrido, amargado». Nada de eso importaba. Garzón lo ha intentado una vez tras otra, hasta el punto de que en ocasiones parecía moverse casi por desesperación: cuando Ahora en Común, una iniciativa que pretendía formar una candidatura unitaria, no sabía si iba o no a celebrar primarias, IU ya había aprobado su participación en las mismas. Sin saberse realmente cuál sería el programa, ni las reglas de dichas primarias, ni la procedencia de los impulsores, ni si cuajaría el invento.

Proyectos comunicativamente incompatibles

La idea de “unidad popular” para las generales que proponía Garzón se apoyaba en el éxito de las iniciativas municipalistas. Sin embargo, en la práctica, el acuerdo sería básicamente IU-Podemos, que son los actores dominantes. Iniciativas como Ahora Madrid o Barcelona en Comú se fraguaron tras muchos meses de asambleas de base, desde abajo, dándoles forma de manera a veces tediosa, pero asentando sus pilares participativos y democráticos y con un protagonismo importante de los movimientos sociales. Nada de esto parecía posible en ese momento a nivel estatal, por lo que el proyecto de Ahora en Común se antojaba más una marca blanca, precisamente, destinada a esconder ese hipotético pacto entre IU y Podemos. La mala noticia es que Podemos no estaba interesado. Y todos lo sabían, también Garzón, que seguía insistiendo.

En cuanto a un acuerdo entre las dos formaciones, el cabeza de lista de IU parecía empeñado en no ver que la tesis del “núcleo irradiador” de Podemos era, precisamente, alejarse de cualquier etiqueta o simbología de izquierdas. Pero el líder de IU hace continuas referencias en sus mítines a la II República, a la lucha de clases o incluso defiende un acercamiento de partidos «de izquierda» a imagen y semejanza del Frente Popular de los años 30, algo que choca radicalmente con la estrategia comunicativa de Iglesias y los suyos. Además, Garzón se ha mostrado en muchas ocasiones en contra de la “tesis populista” defendida como pieza clave por Iglesias y Errejón. ¿Por qué ese empeño entonces en formar una candidatura conjunta? Parece que sería, cuanto menos, una unidad muy agitada internamente, con choques continuos y posiblemente poco estable.

La confluencia también exige que el conjunto del aparato de IU esté a favor de todos estos cambios. Una cúpula que ha reivindicado la “mochila” de la federación, lo que les hacía, decían, imposible hacer un discurso como el de Podemos. Es conocida la postura de Cayo Lara cuando Podemos propuso primarias. Las tachó de “invento norteamericano” y alegaba que desideologizaba a la formación. Precisamente el modelo de primarias ha tenido un éxito arrollador en Ahora Madrid, Barcelona en Comú y el resto de ejemplos municipalistas. Garzón es el cabeza de lista de IU pero no tiene gran poder interno. ¿Hasta qué punto es la federación un socio confiable para Podemos? IU lleva aprobando resoluciones por la convergencia desde hace muchos años, que finalmente quedaban en intentos tímidos, muy parciales y limitados. ¿Por qué este órdago ahora que ellos no son hegemónicos a la izquierda del PSOE? ¿Hasta cuándo y dónde se cederían realmente espacios discursivos y de poder a Podemos en una hipotética unión?

Y, por último, el conjunto de la izquierda, se llame a sí misma izquierda o no, ha cometido un error de bulto: vaciar las calles. Sin presencia en ellas, la percepción social se forja exclusivamente en el plano mediático, y ahí no se puede combatir, al menos de momento. La partida de ajedrez está amañada. Sobre un tablero así, no es difícil que cale en los ciudadanos una idea que se lleva machacando en los titulares de los últimos meses: paciencia, aguantad, que ya estamos saliendo de la crisis. No hace falta que votéis a los radicales.

(*) Fe de errores: se ha cambiado la palabra «sondeo» por «estudio»

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