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La izquierda griega se recompone tras el éxito de Syriza
En el fondo, el debate real de la izquierda en Grecia está en el euro y nada de lo ocurrido en los últimos meses se entiende sin abordar este asunto hasta sus últimas consecuencias
«Unidad Popular fue destrozado en las elecciones. Esto tiene que ser una lección útil: fallaron en dar un plan concreto sobre qué querían. Hemos escuchado muchas versiones sobre qué ocurriría si volviésemos al dracma, pero no hay una propuesta concreta». Yiannis Bournous, responsable de asuntos europeos de Syriza, explica así la lectura que se hace en la formación liderada por Alexis Tsipras sobre la derrota electoral de sus críticos. La firma del tercer memorándum tras la victoria del ‘No’ en el referéndum del 6 de julio quebró Syriza. Antes estaba formada por tres bloques. El primero, Sinapismos, es el núcleo duro y el que continúa fiel a Tsipras. El segundo, que en teoría implicaba el 35% de la formación, era la Plataforma de Izquierdas, en la que se encuadran personalidades clave como Panagiotis Lafazanis, exministro de Industria y candidato de Unidad Popular. Se marcharon en el mes de agosto. El tercero es la Organización de Comunistas Griegos (KOE), que suponía el 10%, fue el primero en romper la formación y no se presentó a elecciones.
En las elecciones Syriza obtuvo 145 escaños y alcanzó el 35,46%. Unidad Popular, por su parte, se quedó en el 2,86% y le faltó un 0,14% para entrar en el Parlamento, que obliga a llegar al 3%. Si hubiese concurrido con Antarsya, una formación de la izquierda extraparlamentaria que obtuvo el 0,86%, Lafazanis y Zoe Konstantopoulos, dos de las figuras más relevantes, tendrían ahora escaño. Su objetivo, no se puede olvidar, era constituir grupo parlamentario para lanzar sus consignas en el Congreso heleno. Ahora se replantean qué hacer. Mientran, aprovechan algunas plataformas públicas para dar su versión de aquellos fatídicos días de julio en los que Tsipras pasó de ser un aliado valiente que convocaba un referéndum al primer ministro que «claudicó» ante la Troika. Lo hizo, por ejemplo, Konstantopoulos durante las últimas sesiones de la comisión sobre la deuda del Parlamento griego. La todavía presidenta de la Cámara ajustó cuentas con el primer ministro tres días después de que este fuese elegido. Le acusó de haber traicionado sus principios y haberse saltado los procedimientos legales para aprobar, con «agosticidad», el memorándum que impusieron los acreedores.
Se puede discutir sobre muchas cuestiones pero, en el fondo, el debate real está en el euro. Ese es el verdadero núcleo y nada de lo ocurrido en los últimos meses se entiende sin abordar este asunto hasta sus últimas consecuencias. Syriza, como la mayoría de la población griega, apuesta por seguir en la moneda común. En el campo de la izquierda el principal defensor de romper con Bruselas ha sido habitualmente el KKE, el Partido Comunista Griego, aunque la idea de volver al dracma o a algún tipo de mecanismo alternativo se ha discutido, sobre todo en ambientes académicos. En julio, sin embargo, tocó debatir con las consecuencias prácticas de cualquier decisión.
Quienes permanecen en Syriza insisten en que el primer ministro heleno hizo todo lo que estaba en su mano, que Angela Merkel y el resto del Eurogrupo practicaron el matonismo y que, ante un chantaje que amenazaba con hundir el país, no quedó otra opción que firmar. Según esta visión, por delante queda gestionar el memorándum de un modo «menos lesivo» y cambiar la correlación de fuerzas en Europa.
En el otro lado se encuentra Yannis Varoufakis, antiguo ministro de Finanzas que pidió el voto para Unidad Popular pero no se sumó a sus listas y que piensa que la firma del rescate fue una «claudicación». Cree que el actual Ejecutivo está atado de manos por un memorándum que le impide tomar medidas de calado y que, en poco tiempo, se verá que esta estrategia sólo conduce a más miseria. Puso en marcha un plan B de salida temporal del euro aunque nunca quedará claro si con demasiada fe. Estaba previsto que testificase también en la comisión sobre la deuda, aunque finalmente declinó hacerlo. Parece que, como Konstantopoulos, también quiere ajustar cuentas con su antiguo jefe. Aunque, en este caso, no habría que descartar que lo haga en forma de libro.
Como Varoufakis, los miembros de Unidad Popular creen que, en lugar de asumir las exigencias de la Troika, Tsipras debió dejar la mesa de negociación y plantarse en Atenas. No se puede olvidar que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, era uno de los más fieles partidarios del «Grexit». Así que todo el mundo sabe cuáles serían las consecuencias de un portazo así.
«Nos dicen que sería recibido como un héroe. No es cierto. Le apedrearían en Syntagma», argumenta Bournous, quien remarca que la consecuencia directa de abandonar el diálogo hubiese sido el default. Esto, en su opinión, afectaría especialmente a las clases populares. Al final, el 92% de los depósitos en bancos griegos es de menos de 10.000 euros. «Los ricos ya se han llevado sus fondos a Suiza», argumenta.
Parece que el electorado ha revalidado su confianza en Tsipras, dejando en mala posición a Lafazanis y Unidad Popular, que ahora mismo se replantea su estrategia. Mientras tanto, el KOE aboga por un debate interno en profundidad, hacer mucha autocrítica y prepararse para un ciclo de gran inestabilidad. No se puede olvidar que en los próximos meses el Ejecutivo heleno tendrá que implementar muchas de las medidas antipopulares (privatizaciones, recortes) en las que no cree y aferrarse a una futura discusión sobre la deuda que, en teoría, se desarrollará en noviembre.
El nuevo ciclo político deja una Syriza más monolítica y pegada a la figura de Alexis Tsipras. Mientras, sus escisiones por la izquierda se han demostrado incapaces de conectar con la mayoría de la sociedad. Habrá que ver si se tejen caminos de alianza o, por el contrario, el abismo crece entre antiguos aliados.