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Salvar a Rompesuelas: crónica en primera persona
"Nos sentamos, nos agarramos, enlazamos piernas, brazos y cuerpos intentado hacer un bloque lo más sólido posible. Igual que en los desahucios, me digo", recuerda la activista
Aún es de noche en Madrid y ya estamos en la carretera. Vamos en un autocar lleno de activistas, caras de sueño y muchos nervios. La escena se repite en varias ciudades más, parece que este año somos muchas personas y eso nos da algo de esperanza.
Nuestra misión: darle una oportunidad a Rompesuelas. Ni siquiera aspiramos a salvarle la vida, porque somos conscientes de que, aunque evitemos que se celebre el Toro de la Vega, le matarán igualmente. Al menos podemos conseguir que no sea lanceado, podemos aspirar a que tenga una muerte menos dolorosa. El horrendo evento tiene un horario estipulado y, si aguantamos hasta las 12:00, no se celebrará. Cuenta una compañera que el año pasado les faltaron veinte minutos. Este año somos muchos, nos decimos, quizás este año lo logremos.
La carretera se hace eterna mientras recibimos noticias de activistas que ya están en Tordesillas. Nos cuentan que son unos 400 y que anoche hubo una agresión a dos compas. Echamos cuentas, somos muchas personas dispuestas a luchar por frenar la barbarie. Nos decimos de nuevo que podemos conseguirlo.
Por el camino vamos hablando de la acción, punto de encuentro, formas de “camuflarnos” entre los partidarios y cómo cuidarnos mutuamente. A una señal, nos sentaremos en el camino por donde llevarán al toro, intentando aguantar lo máximo posible hasta que la Guardia Civil nos desaloje. Yo, que he estado en muchos desahucios y otras tantas acciones de protesta, siento miedo.
A la entrada del pueblo coincidimos con jinetes a caballo con lanzas, tratamos de no mirar, de no ser detectadas, de mimetizarnos con quienes están de celebración. Una chica ha comprado algunas botellas de sangría y calimocho y unos vasos de plástico. Agarro una botella de sangría medio vacía y hago como que bebo mientras trato de reír. Se supone que estamos de fiesta, alegrad esas caras, dice un compañero.
Empujones, codazos, pedradas
Entramos al pueblo y nos colocamos en la rotonda, justo después del puente. Aunque es evidente que no estamos allí de fiesta, conseguimos acercarnos bastante al camino por el que llevarán a Rompesuelas hacia la Vera.
No recuerdo muy bien si escuché o no la señal, pero vi a los míos cruzar la barrera de tordesillanos y medios y eché a andar entre gritos e insultos varios. Un empujón, un codazo, casi me caigo pero logro llegar. Nos sentamos, nos agarramos, enlazamos piernas, brazos y cuerpos intentado hacer un bloque lo más sólido posible. Igual que en los desahucios, me digo.
Veo a un jinete que intenta pasarnos por encima con el caballo, siento terror, otro vecino del pueblo le disuade, respiro. Gritamos que hay tradiciones que son aberraciones, que debería darles vergüenza hacer sufrir así a un animal, gritamos que no pararemos hasta la abolición. Empieza a llover y seguimos aguantando, la sed de sangre de los violentos se desata y empiezan a llover piedras. Se acercan al bloque, nos dan patadas, nos golpean con bastones, juraría que noto una lanza o algo punzante en el costado, pero no quiero mirar.
¿Dónde está la Guardia Civil?, nos preguntamos. No les vemos, no les hemos vuelto a ver desde el control que nos han hecho pasar en la entrada al pueblo. Sólo un cordón de fotoperiodistas y medios de comunicación se interpone entre nosotros y ellos. Estoy convencida de que, si no llega a ser por esos medios, estaríamos lamentando otra desgracia.
En un momento dado nos ponemos de pie, seguimos formando un bloque sólido, impidiendo que cualquiera caiga en las provocaciones. Nos empujan pero seguimos resistiendo. «¡Aguantad!», se escucha una y otra vez. Sigue lloviendo y yo me siento un poco espartana frente a un ejército de cobardes.
Se acerca la Guardia Civil y pregunta si alguien está impedido y no puede salir por su propio pie. Dos mujeres salen en ese momento porque no están en condiciones físicas de ser arrastradas. El resto permanecemos en el mismo punto. Hay otro grupo de personas en la rotonda, donde un chico se ha atado con bridas a una señal, para intentar impedir que pase por ahí el toro.
«Vete con el toro si tanto le quieres»
Se acercan un par de participantes y nos dicen que han soltado al toro, que nos quitemos. No lo creemos, no han podido soltar al toro con tanta gente aún resistiendo, no han podido poner en riesgo nuestra vida. Veo correr cuesta abajo a los participantes en el “festejo” y entonces veo al toro. Sí, han soltado al toro sin desalojar a activistas primero. Han soltado al toro con un activista atado en la rotonda y cientos aún pertrechados en su camino. Han puesto en riesgo la vida de cientos de personas por una fiesta maldita. Debieron pensar que éramos demasiadas personas para desalojarnos una a una y que no podrían celebrar su maldita fiesta, así que quisieron tomar la vía rápida.
Intentamos entrar en la barrera, protegernos del toro, nos golpean, nos dan puñetazos y no nos dejan resguardarnos. «Vete con el toro si tanto le quieres», me dice uno mientras sonríe. Veo a Rompesuelas correr, desorientado, a tres metros y rompo a llorar. Ya está, ya no podemos hacer nada.
Salimos a reunirnos a la rotonda y nos rodean muchos participantes que parece que disfrutan más insultándonos que viendo al toro. Un hombre agrede a un compañero, hay un momento de forcejeo y golpes. Hace acto de presencia la Guardia Civil, ahora sí, a buenas horas. No entienden que los violentos son ellos, o lo entienden pero les da igual. Han dejado claro lo mucho que valoran nuestra seguridad.
Parece que Rompesuelas se ha escapado de la Vera, si es así será indultado. La esperanza de nuevo. Un “valiente” asesina a Rompesuelas escondido detrás de un árbol. El alcalde declara el torneo “nulo” porque el asesino no ha respetado las reglas, como si se pudiese anular la atrocidad cometida. Ya no hacemos nada en este pueblo maldito, así que vamos hacia los autocares en medio de una lluvia de insultos y algún intento de agresión.
En el camino de vuelta, lágrimas, impotencia, tristeza y mucho dolor. Varias personas han resultado heridas durante la acción y precisarán atención médica. Los participantes en el Toro de la Vega precisan tratamiento también, que les extirpen el sadismo y les implanten un poco de empatía. Parece que una enfermedad congénita les impide sensibilizarse con el dolor ajeno. Sólo así se explica que disfruten de algo tan horrendo.
Ojalá Rompesuelas sea el último Toro de la Vega, ojalá no tenga que volver a pisar Tordesillas nunca jamás.