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“Que no se os quede nada dentro, hablad con el corazón”
Dos familiares de víctimas del franquismo preparan su declaración en un juzgado de Sevilla
SEVILLA // Llegan a paso lento a la cafetería donde han quedado. Cargan 80 años en sus espaldas. Están nerviosos. Apenas faltan unas horas para el gran día. Antonio se pide una cerveza Cruzcampo, que es “la mejor cruz”, bromea. El otro Antonio responde por teléfono a una entrevista: «No esperaba nunca que llegara este momento”, dice aún incrédulo al periodista de Radiópolis. Ambos declararán este viernes en el juzgado de instrucción número 8 de Sevilla a petición de la jueza que instruye la causa argentina contra el franquismo. «Bueno, ¿qué vais a decir?», pregunta Paqui Maqueda, que ya declaró al otro lado del charco. «La verdad», asienten enérgicos.
Antonio Narváez tenía tres años cuando asesinaron a su padre y a su madre en Marchena. Antonio Martínez era un bebé de cinco meses cuando los falangistas se llevaron a su padre y lo fusilaron en la tapia del cementerio de Sevilla. ”A mi padre lo mataron luchando por la libertad. Ya habían dado el golpe de Estado, dos días después, el 20 de julio del 36. Era un hombre que sabía leer y escribir y por eso mayormente lo tenían entre ceja y ceja. Ese día, él iba andando por la calle y salió un tiro de una reja. No estaban luchando ni nada. Lo hirieron, lo llevaron al hospital y al otro día al cementerio. Como todavía no habían empezado las matanzas, lo metieron en un nicho. Luego lo sacaron y lo echaron en una fosa común. Tres o cuatro semanas después, a mi madre, después de raparla junto a su madre y otra hermana, la sacaron de la cama y le dijeron que la llevaban a dar un paseo. Mi hermano, de cinco años -ya fallecido- y yo, de tres, estábamos dormidos”. Nunca más la volvió a ver: “No me acuerdo de su cara, pero jamás la he olvidado y quiero darles a los dos un entierro digno”, relata Antonio Narváez.
“¿Y la jueza vendrá?”, pregunta Antonio Martínez. “No, la jueza ha pedido a la autoridad judicial de Sevilla a través de un exhorto que os tomen declaración. Ningún juez español está investigando los crímenes franquistas. Otras veces se ha hecho por videoconferencia, pero esta fórmula tiene el objetivo de que los jueces españoles vean que es fácil hacerlo, que comiencen a investigar”, explica Paqui, miembro de la Plataforma Andaluza de Apoyo a la Querella Argentina.
“Mi padre fue a Escacena del Campo a ver a mi abuelo, que tenía un cáncer, y llegaron y se lo llevaron”, afirma Antonio Martínez. “¿Pero quién, quién se lo llevó? Porque eso es importante y tú vas a estar solo con el juez”, interviene Juan Morillo, otro activo miembro del colectivo memorialista. Y Antonio, que no sabe si citar o no sus nombres y apellidos, responde: los falangistas. “Una vez mi hermana, con 87 años, me echó a la calle porque le llevé el libro de Francisco Espinosa, que hablaba de todos los crímenes. Mis hermanos todavía tienen miedo”, contó momentos antes en la entrevista telefónica. Su madre fue a la cárcel con él, con cinco meses, y un hermano de tres años en busca de su padre: “Allí a punto estuvieron de matarnos y a mi padre le echaron los dientes abajo con la culata”.
Son importantes las fechas, las detenciones, insistir en que están desaparecidos, añade Paqui: “Porque es en eso se basa nuestra denuncia, en crímenes de lesa humanidad”. Y mientras los dos Antonios siguen pensando en ese momento, en su momento -“tiene cojones que vayamos a declarar al cabo de 80 años”, susurran-, salen otras verdades. Las de los hombres que estuvieron años escondidos en alacenas, las de las mujeres que todavía hoy duermen con miedo. Juan Morillo cuenta que en Chucena metieron a un rojo en la cárcel para que se muriera de hambre: “Pero no se moría y no se moría. Y era porque su hija, cuando iba a verlo, lo amamantaba”. “Mi madre me dijo el domingo que ya no tenía miedo”, le dice Roger a Rosa, también querellantes.
Paqui pone orden: “A ver, tenéis que tener claro dos cosas. Una, contad la historia de los hechos como si fuera la primera vez que la contáis, porque el juez no sabe nada y son los hechos los que se investigan. Y dos, que no se puede olvidar, antes de terminar tenéis que decir que estáis ahí para que se haga justicia, aunque si se olvida no pasa nada”. Y una advertencia: “Puede que el juez marque distancias, que se muestre frío”.
Los Antonios, que cuentan con ello, repasan sus historias una vez más. Narváez empezó a trabajar con cinco años: “Mi hermano y yo nos íbamos al campo y nos hartábamos de llorar. Y a mi abuela le recriminaban que llorara. Tanto quejarse, tanto quejarse porque le habían matado a la hija”. A Martínez le denegaron la licencia de apertura de su negocio, Narváez se fue a Bélgica para que no lo procesaran… “Que no se os quede nada dentro, hablad con el corazón”, insiste Paqui. Será la primera vez que Antonio Narváez, con 82 años y un marcapasos, y Antonio Martínez, a punto de cumplir 80 y los achaques propios de la edad, cuenten sus verdades en un juzgado.