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Crónica de los estudiantes en prácticas de ‘La Marea’
No sabemos en qué dichosa hora se nos ocurrió animar a nuestros becarios a escribir sobre su experiencia en La Marea. Como ya tienen su título y no necesitan ningún informe, se han soltado... Pero sólo hemos corregido una coma en sus textos. La transparencia es, también, que el becariado se exprese libremente. Os echaremos de menos, compañeros
Crónica de Alba Mareca
«¿La Marea? ¿Pero niña, eso que é [sic]? ¿Una radio, un periódico o qué?». Es la pregunta que me hizo una fuente, cuando le llamé para hacerle un par de preguntas hace unos días. La cuestión me hizo gracia no sólo por el gracejo con el que me soltó su preocupación sino porque pensé «¿No conoce La Marea?».
Distinta suerte me ha corrido en otros eventos a los que he asistido durante el verano: concentraciones, protestas de diversa índole y otros actos de carácter más institucional. En una de esas, un señor se acercó a mí y me dijo: «He oído que eres de La Marea» con una sonrisa de oreja a oreja. «¿Qué tal estáis por ahí? Yo soy lector vuestro, ya quedan pocos medios que informen de cosas como esta [estábamos en una concentración contra la instalación del Cementerio Nuclear de Cuenca]». El hombre se encendió un cigarro. Se le veía dispuesto a conversar, así que comenzó a exponerme el estado de la cuestión. «Fíjate, un tema que podría suponer un desastre medioambiental y en el que se está moviendo tanto dinero… y que apenas ha trascendido en los medios de comunicación».
«Bueno, a seguir resistiendo«, se despidió de mí otra persona con la que hablé en una manifestación. ¿»Resistiendo»? No pude evitar pensar en Astérix y Obelix, la verdad. Y reformulé para mis adentros aquello que había leído de niña en sus cómics: Todos los medios están ocupados por grandes empresas… ¿Todos? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles periodistas resiste todavía y siempre al invasor».
Así, a una hora escasa de terminar mis prácticas en esta pequeña aldea, es parafraseando a los galos como mejor puedo definir su modus operandi.
Muchas personas me han hecho la misma pregunta en estos meses. «¿Y cuánta gente trabaja en La Marea?». Con lo de «pequeña aldea» lo digo todo. Y, vista la sorpresa de los emisores, considero que sería algo que convendría explicar. «¿Sólo?». «Pues para ser tan pocos, es un medio que está muy bien». Los primeros días, una amiga me preguntó incluso por el tamaño de la redacción. No sé, curiosidades de la gente. Yo creo que en su cabeza estaba la megaestructura de The Newsroom o House of Cards. Y la verdad es que la cosa no va por ahí. Aunque para tener más detalles, también podéis entrar aquí.
No sé si los estudiantes en prácticas en medios tradicionales reciben tantas preguntas sobre el bienestar y los formatos de sus respectivos espacios y compañeros. En mi amplia experiencia en el mundo del becariado, diría que no. Claro que una pequeña aldea de irreductibles, en los tiempos que corren, despierta mucho más interés. Así que reaccioné y le contesté: «ah, pues es un medio independiente». Y pensé: «cabe especificarlo».
Crónica de Guillermo Guzmán, reincidente (prácticas en 2014 y en 2015)
El timbre sonaba como antes. La puerta se abría con la misma dificultad. Volver fue como regresar a la casa que tu familia compró en la playa el año pasado. Todo parece igual pero algo ha cambiado, en la casa y en ti. “¿Otra vez aquí?”, las primeras palabras que me dedicó Eduardo Muriel. Un grande. Y ya estaba otra vez en casa.
La misma sala de reuniones que el año pasado se había convertido en la sala de los estudiantes en prácticas retomó su improvisada función. Que el lector no se engañe, lo que este becario llama sala de reuniones es, en realidad, casi la mitad de la redacción de este medio, que en total debe tener unos 40 metros cuadrados. Lo ideal para que el roce haga el cariño, quieras o no.
El año pasado me sorprendió lo mismo que le sorprende a cualquiera al que le hablo del medio donde estoy. Después de enseñarles la web, la revista en papel y todo lo que hace este pequeño gran medio llega el momento: “Ah, y todo esto lo hacen cuatro personas”. A lo mejor el que lea estas líneas no es consciente de ello tampoco -no me extrañaría-, pero resulta que La Marea la sacan adelante periodistas que se pueden contar con los dedos de la mano izquierda, y algún dedo sobra.
Pues cuando volví este año había menos gente aún: Daniel Ayllón está de excedencia. Y La Marea sigue adelante, tal vez con más ojeras en ellos, con sus incombustibles socios trabajadores. Encantador. Precariamente encantador. Diablos, periodísticamente encantador. A veces pienso que La Marea es muy Toni Martínez: va a su bola, parece un disperso desastre, pero acaba siendo un ejemplo de cómo hacer bien las cosas.
Un servidor había pululado durante este año por otras redacciones, volviendo a pisar el aula de la universidad y tocando aquí y allá todo lo que pudo para seguir aprendiendo. Como decía antes, algo había cambiado en ambos. Mi incombustible compañera de becariado en 2014 ahora se encarga de las redes sociales y el márketing; La Marea ha madurado y este adorable desastre de medio ahora está más ordenado. Y el que aquí escribe ahora junta las letras con algo -que tampoco mucho- más de agilidad.
Pero también hay cosas que no cambian. Al volver volvió la tensión informativa de Magda Bandera -siempre jefa suprema desde la horizontalidad y compañera de fatigas más suprema aún-, el “tienes diez minutos para buscarme una apertura que nos salve el día” y los grandes temas propios. También el recordatorio de que hay que hablar con todo el mundo, de que hay que buscar muchas fuentes y de que si una pieza no está rematada, mejor sacarla tarde y bien que pronto y vulgar. Pero qué raro es este medio en el que las cosas se hacen con el menos común de los sentidos.
Vamos de culo, tenemos un pollo. Seguramente sea lo que más se escucha en esta sala del becariado. Dentro del desastre que es La Marea, los becarios somos muy poco becarios. No traemos cafés, por ejemplo. “Bajo a por mierdas, ¿queréis algo?”, también se escucha mucho, piruetas refinadas del léxico incluidas, como se puede comprobar. Los trabajadores ofreciendo traer cosas a los becarios. Este medio no tiene vergüenza ni la conoce. Aquí uno se siente tratado con respeto, del profesional, del que te llena de responsabilidad y de orgullo.
Sin vergüenza, sin complejos y haciendo lo que le da la gana. Imagino que es una buena manera de definir a La Marea. Si uno se pone a pensarlo, es complicado saber cómo todo este trabajo sale adelante. Claro que la capacidad de trabajo unido a las ojeras de esta gente se escapa de lo racional.
Cuando volví a La Marea casi todo estaba en su sitio. Aquí seguían Magda, Toni, Edu, Alejandra, Laura, Thilo, Brais, Maestre… De los que aún me quedaba -y queda, para qué engañarse- mucho que aprender. Cuando vuelvo a irme la puerta se sigue abriendo mal, sigue habiendo pollos y todo parece que va a irse al traste en cualquier momento. Y yo sigo poniendo demasiadas palabras iguales en los textos en vez de buscar mejores sinónimos. Que me perdonen Edu, Magda y Toni, que lo han tenido que sufrir.
Ya ven, hay cosas que no cambian, y es que resulta que cuando volví a La Marea seguía siendo La Marea. Y que dure, porque nos hace falta a todos.