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Verano

Nada cambia del 31 de diciembre al 1 de enero, pero para vadear el río del verano hace falta una fuerza extraordinaria

Playa de la Malvarrosa en Valencia. FOTO: BIEL ALIÑO.

Hay un hecho de la vida que se olvida más  a menudo que otros: la muerte. Si no, cómo explicarnos que en este mismo momento no estemos gozándonos a nosotros mismos, saboreando cada instante como si fuéramos eternos, que perdamos el tiempo en empujones, en atropellos, en lo que sea. Cómo entender que perdamos el tiempo. Cómo podemos estar de mal humor por un atasco de tráfico o porque ha perdido nuestro equipo o porque nuestra mujer o nuestro marido nos ha dejado. No nos han querido hoy pero otro nos querrá mañana. Cómo podemos enfadarnos porque la sopa no está caliente, porque la cerveza no está fría, porque no funciona el aire acondicionado, porque funciona demasiado fuerte el aire acondicionado si lo que importa es otra cosa: que estamos aquí y ahora, que no somos para siempre pero somos en este mismo instante eternos. Que tú eres tú y no otro para que yo sea yo y no otra.

No es verdad, me diréis. Hay demasiada muerte en todas partes: en los telediarios, en los periódicos, en las películas y en las malas novelas negras. Todo empieza con la imagen de un cadáver como si no hubiera otra forma de empezar. Esos muertos de papel, esos muertos de plasma que vemos a través de las distintas pantallas en que se ha convertido nuestra vida no son muertos reales y no nos convierten por lo tanto en vivos de verdad. Las pantallas se han convertido en preservativos de la realidad, nos protegen de creer en ella. La pantalla del televisor, la pantalla del móvil. Su brillo nos aleja de lo que dicen, de lo que gritan, de lo que enseñan. No queremos contaminarnos de realidad, por eso nos sentamos en un café a hablar con un amigo. Un rato de buena conversación, la cerveza fría. Su mirada en su móvil, mis ojos en el mío. Le mando un mensaje por Whatsapp: abre los ojos, mírame. Puedes cerrar los ojos pero no puedes cerrar los oídos. Escúchame, este momento es único. Este verano es para siempre. Quiero que me veas como soy. Tú eres un hombre y yo soy una mujer. No quiero que me respondas: el tuyo es un iPhone y el mío un Samsumg Galaxy. No me respondas: cada célula del niño que eras ha dejado de existir, no queda nada de él ni en el espejo ni en tu sonrisa. No quiero que digas: hemos bebido demasiado. Quiero que despiertes, que me mires.

Quiero que respondas: para mí los años comienzan en septiembre. El verano es el dique que los separa. Nada cambia del 31 de diciembre al 1 de enero, pero para vadear el río del verano hace falta una fuerza extraordinaria. En verano las parejas se separan, en verano se hacen nuevas parejas. Cada verano me hago propósito de enmienda: huiré de todos los que me persigan con un hacha o con una verdad absoluta porque todos quieren partirme la cabeza para que no vea lo que estoy viendo.

Tú eres una mujer, yo soy un hombre. Este verano es el único verano. Como lo han sido todos. Como lo serán siempre. Acuéstate en la arena y mira las estrellas. Los granos de arena son como las estrellas, nada puede detenerlos, llegan a todas partes, como la oscuridad. Con los ojos cerrados el mundo son estrellas que se parecen a tus ojos. Tintinean como monedas en la negritud de la muerte.

Huéleme, muérdeme, bésame. Cuando somos dos somos eternos. Cuando somos dos no existe la muerte, ni el verano, ni los teléfonos móviles. Todo está aquí, al alcance de tu mano. Hunde tu fuego en mí. Cierra los ojos, abre los oídos. En España mueren más jóvenes por suicidio que por accidentes de tráfico, la tristeza mata más que las pistolas. El suicidio es la primera causa de muerte en los países ricos. El verano tu sonrisa salva vidas. Los besos salvan vidas y las palabras a veces matan, a veces tienen dientes y otras veces te abrazan porque son la única medicina para la enfermedad llamada muerte. La palabra muerte te bautiza como el ser humano más vivo del planeta, el que se llevará por delante este verano a golpe de miradas, a caballo de risas, con huellas de pisadas en la playa.

Por mi parte he amado demasiado las estrellas para tenerle miedo a la noche.

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