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Hiroshima y Nagasaki. Antes de la caída del sol
En Hiroshima murieron 80.000 personas de manera inmediata, y en 1950 se calculaban unos 150.000 cánceres causados por la radiación entre los supervivientes
MIGUEL MUÑIZ // La caída del sol no se refiere al atardecer.
A nuestros pies, casi hasta donde abarcaba la vista, se extendía un gran incendio, un incendio como no habíamos visto nunca. Tenía una docena de colores y todos nos obligaban a cerrar los ojos. Más colores de los que yo imaginaba que existieran. Y en el centro, más brillante que cualquier otra cosa, una gigantesca bola de fuego que parecía más grande que el sol. En realidad teníamos la impresión de que, sin saber como, el sol se había caído del cielo y tras tocar el suelo empezaba a ascender otra vez, directamente hacia nosotros, muy deprisa.
Este es el testimonio que dejó el operador de radio Albert Spitzer, miembro de la tripulación del Great Artiste, uno de los aviones de escolta del bombardero Enola Gay. Eran las 8 y 15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, habían lanzado la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
Hay muchas formas de abordar el 70 aniversario del inicio de la era atómica. Recordar la locura colectiva que lo originó ayuda a entender el laberinto en el que nos hallamos hoy. Y para ello hay que remontarse a lo que pasó meses antes de que la bomba explotase.
Entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, se habían reunido en Yalta, Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos (EE.UU.); Winston Churchill, Primer Ministro británico, y Jósif Stalin, Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (URSS). La contienda estaba prácticamente ganada en Europa, se trataba de acordar como se debía organizar el nuevo orden político y decidir como acabar la guerra en Asia. La URSS, que no había declarado aún la guerra a Japón, aceptó declarar la guerra en un plazo máximo de tres meses tras la rendición alemana, para acelerar el final.
El 23 de febrero las tropas de EE.UU. habían conquistado la isla de Iwo Jima, allá fueron trasladadas miles de toneladas de bombas de magnesio y napalm que ya no podían usarse en Europa: la destrucción de Berlín, Dresde, y la infraestructura industrial alemana, había agotado los objetivos civiles y militares. Entre el 9 y el 24 de marzo esas bombas se usaron en los bombardeos incendiarios de Tokio, Yokohama, Nagoya, Osaka y Kobe, entre otras muchas ciudades.
Aquellos bombardeos causaron más de 300.000 víctimas, la mayoría personas ancianas, mujeres, niños y niñas; provocaron la destrucción de más de 70 núcleos urbanos, y aniquilaron lo poco que quedaba de la infraestructura industrial de Japón. Los incendios fueron de tal intensidad que llegaron a provocar la ebullición del agua de los canales en algunas poblaciones fluviales bombardeadas. La gente fue “asfixiada, hervida y calcinada” declaró el general Curtis Le May, responsable de la operación, que posteriormente añadió: «Si yo hubiese perdido la guerra, habría sido tratado como un criminal de guerra. Afortunadamente, estamos en el lado de los vencedores.» Los bombardeos terminaron cuando se acabaron las existencias de bombas incendiarias.
El 8 de mayo se firmó la capitulación incondicional de Alemania. Era evidente que, sin industrias y sin suministros, Japón no podía continuar combatiendo. Por eso, el 22 de junio, el Consejo Supremo de Guerra, presidido por el emperador Hirohito, acordó comenzar las negociaciones para acabarla cuanto antes usando la mediación de la Unión Soviética. El 11 y el 12 de julio se reunieron el embajador de Japón en Moscú, Naotake Sato, y el ministro de exteriores soviético, Viacheslav Molotov.
La condición que más importaba al gobierno japonés era evitar el uso de expresión “rendición incondicional” en los documentos correspondientes. El motivo era impedir que la figura del emperador pudiese ser procesada militarmente; ya que si no se daban garantías de preservación de la Casa Imperial las consecuencias sociales eran inimaginables. La negociación entre Sato y Molotov estuvo en todo momento controlada por los EE.UU, ya que los criptógrafos norteamericanos habían descifrado todos los códigos secretos de comunicaciones, incluyendo el llamado Código Púrpura, usado por la Oficina de Exteriores de Japón para cifrar la correspondencia diplomática. Se daban, pues, condiciones para la rendición completa.
Pero desde 1941, bajo control militar, en Estados Unidos trabajaba un numeroso equipo de científicos de alto nivel (1) dedicados a fabricar la bomba atómica; estaba dirigido por el físico Robert Oppenheimer y el general Leslie Richard Groves. Ese trabajo era el resultado de las tres cartas dirigidas al presidente Roosevelt por Albert Einstein a instancia de dos físicos eminentes, Eugene Wigner y Leo Szilard, que habían advertido de un posible desarrollo del arma atómica por la Alemania nazi. A finales de 1944 se descubrió que los nazis habían abandonado el proyecto en 1942 pero, aunque el motivo de las investigaciones había desaparecido, el equipo siguió con el plan de construir la bomba. Sólo el físico polaco Joseph Rotblat fué coherente con la idea inicial y lo abandonó; el resto, trabajando aceleradamente, llegó en 1945 a construir dos prototipos: una bomba de Uranio 235, llamada en clave Little Boy, y otra de Plutonio 239 llamada Fat Man. El 16 de julio, en el desierto de Alamogordo (Nuevo México), el equipo realizó la primera explosión de prueba usando una bomba de plutonio denominada Trinity.
El 17 de julio, comenzó la Conferencia de Postdam, cerca de Berlín, que se prolongó hasta el 2 de agosto. Al inicio de la conferencia, el presidente Truman (Roosevelt había muerto el 12 de abril) fue informado del éxito de la explosión atómica de Alamogordo, lo que comunicó a los británicos y ocultó a los soviéticos. Desde hacía meses se manifestaba la tensión entre EE.UU., la URSS y el Reino Unido por obtener la hegemonía mundial tras la guerra. Por eso, si la URSS mantenía negociaciones con Japón sin comunicarlo oficialmente a los otros aliados, el Reino Unido y los EE.UU también actuaban por su cuenta, en Postdam se redactó y aprobó una Declaración sobre las condiciones de rendición del Japón, elaborada por EE.UU., Reino Unido, y el Kuomintang chino, sin tratarla con los rusos (la excusa era que aún no estaban en guerra con Japón). Pese a la información que todos poseían sobre lo que estaba pasando en Japón, la Declaración de Postdam estaba redactada en los términos más duros posibles para provocar el rechazo del gobierno japonés: la decisión de lanzar la bomba atómica ya estaba tomada.
Enumerar los motivos de dicha decisión, pese a que bastantes científicos, políticos y militares de alto nivel manifestaron su oposición (2), es especular sobre los peores instintos de una élite política, y de una sociedad, embrutecida por seis años de violencia y millones de muertos. Con el uso de la bomba atómica se perseguían varios objetivos, desde establecer la supremacía militar y política en el mundo que emergía tras la devastación, hasta investigar los efectos de la nueva bomba en un objetivo real. La decisión partía de un profundo racismo hacia los japoneses, y resulta ilustrativo que sólo una minoría tuviese el valor de cuestionarla, en una comunidad científica con una sólida formación cultural y principios predominantemente democráticos (e incluso socialistas). Ello da una idea del poco valor de la vida humana, de la fragilidad de las convicciones cuando son puestas a prueba por los hechos, y de la soberbia intelectual de una parte de los científicos y políticos cuando pueden actuar en connivencia con los poderes políticos y libres del control social. Todas las propuestas de alternativas más humanas fueron descartadas: desde un ultimátum a Japón avisándole de lo que pasaría si no se rendían, hasta realizar una explosión de advertencia en un lugar deshabitado.
Así, las bombas cayeron. En Hiroshima murieron 80.000 personas de manera inmediata, y en 1950 se calculaban unos 150.000 cánceres causados por la radiación entre los supervivientes. Todas esas personas murieron sólo para demostrar que existía un nuevo orden. La URSS rompió las negociaciones y declaró la guerra a Japón el 8 de agosto, comenzando la invasión de la parte de China controlada por los japoneses.
Si el bombardeo de Hiroshima fue un crimen arbitrario y monstruoso, el de Nagasaki, el 9 de agosto, excede cualquier calificativo. Sin esperar respuesta del gobierno japonés, y sin plantear ni una sola condición, Truman ordenó lanzar la segunda bomba; el objetivo era la ciudad de Kokura, pero la falta de visibilidad llevó al grupo de aviones a bombardear Nagasaki, una ciudad mediana, tan insignificante desde el punto de vista militar que no había sufrido daños en toda la guerra. Murieron 55.000 personas de manera inmediata y, a finales de 1945, se calculó que 30.000 personas más habían muerto por las secuelas radioactivas.
La rendición de Japón se produjo el 15 de agosto.
Como colofón inevitable, la era atómica se inició en medio de las mayores mentiras. Ninguno de los objetivos sobre los que se desencadenó la destrucción suponían una amenaza, ni implicaban ventaja militar alguna. Para justificar la barbarie, y en una pauta que se ha ido acrecentando con el paso de los años, se dijo que la bomba se había usado contra objetivos militares (Truman hizo esa declaración en la radio 16 horas después del bombardeo), que el gobierno japonés estaba decidido a resistir hasta la muerte, y que las bombas habían evitado la muerte de medio millón de soldados norteamericanos en el curso de la invasión de Japón. Todas esas mentiras han sido desmentidas a medida que se ha ido conociendo la verdad con el paso de los años. Sabemos pues que, en la era atómica, el horror y la mentira caminaron de la mano desde el primer momento, que el lanzamiento de las bombas no tenía nada que ver con la guerra que acababa. Por eso, palabras como nuclear o atómico, fueron asociadas a todo lo relacionado con la Guerra Fría que se iniciaba.
Por ello, cuando el 8 de diciembre de 1953 se inició la campaña Átomos para la Paz, con un discurso pronunciado por el presidente Eisenhower en la Asamblea General de la ONU, lo que pasó fue que la mentira se extendió desde los gobiernos y los ejércitos a toda la sociedad. Y cuando en 1954, 1956 y 1957 la URSS, Reino Unido y los EE.UU, respectivamente, pusieron en marcha reactores atómicos civiles para fabricar electricidad, la mentira se consolidó definitivamente (3).
Casos como la Isla de las Tres Millas, Chernobil, Fukushima y otros cientos de menor envergadura demuestran cómo las cosas han seguido hasta hoy. Y conociendo los antecedentes de lo que pasó en 1945, podemos comprender la lógica inhumana de la energía atómica, y prepararnos para resistirla (4).
Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears – 100% EER, y mantiene la página de divulgación energética http://www.sirenovablesnuclearno.org/
NOTAS:
(1) Entre otros participaron Enrico Fermi, Edward Teller, Hans Bethe, Richard Feynman, John von Neumann, John Van Vleck, Felix Bloch, Robert Serber, Stanley Frankel, etc.
(2) Se rechazaron las dudas y alternativas de científicos como Leo Szilard, de políticos como el ex presidente Herbert Hoover, de militares como Eisenhower, o los generales Marshall, William Leahy y Henry Arnold; entre muchos otros que planteaban objeciones éticas, daban información detallada sobre los deseos de rendición del Japón, y proponían maneras de poner fin a la guerra con un mínimo de bajas.
(3) Puede obtenerse información más detallada de todo el proceso que condujo al lanzamiento de las bombas atómicas en la presentación
http://www.sirenovablesnuclearno.org/geopolitica/HIROSHIMAYNAGASAKICAST.pps
(4) Ver la presentación dedicada al 70 aniversario del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki.
http://www.sirenovablesnuclearno.org/geopolitica/HIROSHIMAYNAGASAKI70CAST.pps