Opinión | OTRAS NOTICIAS
La ciudad es para ti
La canícula es una invitación para probar cosas nuevas. Y la razón es simple: llega la hora de los suplentes. Segunda entrega de la serie ‘Verano caliente-caliente’
Tu panadero y tu quiosquero habituales se han ido a Míkonos y a La Manga del Mar Menor. Así que ahora puedes ensayar una nueva vida. Eres el pringao o pringada –compa– que se queda varado en la gran ciudad durante el verano, pero tienes ante ti una gran ocasión para la aventura. Porque la canícula es una invitación para probar cosas nuevas. Y la razón es simple: llega la hora de los suplentes.
Recurrimos a la metáfora futbolística para decir que tu barrio tira de banquillo. Sólo el bazar chino sigue alineando al equipo titular: el dependiente de uñas demasiado largas; la dependienta insomne contra su voluntad (ambos atentos al culebrón cantonés que escupe ese PC clónico y crónico, agonizante en una esquina del mostrador…) y los niños, cuyo reino se extiende desde la trastienda misteriosa hasta la calle. Qué grandes novelistas saldrán de esas infancias…
Salvo los bazares chinos, todo lo demás cambia en la gran ciudad durante el verano. ¡Espabila! Ha llegado el momento de ampliar el recorrido habitual para hacer recados y llegarse a esa panadería que está más allá de los confines del barrio y que, milagrosamente, no ha cerrado por vacaciones. Te toca socializar con el panadero suplente que, por un azar del destino, no se ha ido a Salou. El panadero suplente es como tu panadero pero con un brillo más de Cyborg en los ojos. Dejemos la mayúscula en la palabra ‘Cyborg’, así lo ha decidido el Word. Dejemos la mayúscula en ‘Word’, así lo ha decidido Dios. Dejemos la mayúscula en ‘Dios’, así lo ha decidido…
Más allá de las cuatro calles que frecuentas, el aire se aquilata, la luz se adensa, los nativos de este confín del distrito hablan un dialecto de la lengua de tu barrio. Y el panadero suplente, sorpresa, comprende tu necesidad de pan y ejecuta la tarea de suministrártelo casi con la misma naturalidad que tu panadero titular. Incluso si le pides pan de trigo sarraceno al tritordeum de espelta con semillas de centeno aromatizado a la cebada de avena. Por Dios, necesito una pistola. De pan.
Además, durante el periodo estival, el pringao-sin-vacaciones es testigo privilegiado del fervor reformista que se adueña de la ciudad: porque muchos locales aprovechan para tirar tabiques, levantar pladures y reinventarse. Donde antes había una tienda de cigarrillos electrónicos, que fue sustituida por una tienda de yogur helado, ahora habrá una franquicia de clínica dental. En el local que ocupaba una floristería centenaria ahora florecerá la enésima cafetería-con-librería-y-pastelería-y-venta-de-vinilos-y-bolsas-de-tela-y-peluquería-y-coworking-y-en-general-maderas-lavadas-y-una-bicicleta-candada-a-la-puerta-por-mera-decoración-qué-hartura-madre. Y algo acerca de los gintonics.
Y cuando vuelvan los que sin duda volverán (sí, lo siento, volverán y todo será de nuevo aún más insufrible) el pringao-sin-vacaciones podrá hacerse el sabiondo y recitar las novedades: “Ahora en la Archidiócesis han abierto un Costa Café y en la sede del PP venden yogur helado y cigarrillos electrónicos. Y no se puede pagar con tarjeta. Claro”.
Durante el verano, aunque las ciudades ya no se vacíen como antaño, sí se acercan más a su ideal. Hay más opciones de ocio gratuito. Por ejemplo: sudar gratis. Y el transporte público mejora. El metro, en vez de ir sobresaturado va, simplemente, saturado. Los autobuses circulan más vacíos, pero ¡ay!: circulan menos autobuses. Así que tampoco van taaaaan vacíos. Lo que sí es cierto es que hay calles por las que, durante algunos minutos, puede no pasar ningún coche. Y eso incluso en un día laborable.
Hay calles que llegan a desaparecer. ¿Qué pensabais? Los mapas también se cansan de mantener el tipo durante todo el año. Día tras día mostrando esa trama urbana. Es cansado ser mapa. Así que ellos también se toman un respiro. Y lo hacen suprimiendo calles. Tal cual. Es como cuando tú cambias la bolsa de la compra de mano. Te cansas. Como algunas calles, que en verano desaparecen. Y se van a Salou. O a Míkonos. O a La Manga del Mar Menor. Es un mal menor, que dirían en el bazar.