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Un pesquero ante el ejército más moderno del mundo
Nos subimos a bordo del Marianne entre Galicia y Lisboa. El Ejército israelí interceptó la embarcación el 29 de junio
Reportaje incluído en el número 29 de nuestra revista, que puedes comprar aquí
Las gaviotas no descansan ni siquiera de noche en el puerto de Bueu (Pontevedra). De vez en cuando bajan la altura de su lento vuelo para acercarse y picotear cada bulto que ven, mientras desde la plaza llega el sonido de las gaitas. Entre las decenas de pesqueros que descansan atracados destaca uno, que sostiene banderas palestinas, una española y otra gallega, junto al que hacen guardia dos activistas. No por las gaviotas, que también, sino sobre todo por posibles sabotajes del Gobierno israelí, explican. No sería la primera vez que lo intentan. El barco es el Marianne de Gothenburg, uno de los que se integraría más tarde en la Flotilla de la Libertad, ya en el Mediterráneo, para tratar de llegar hasta Gaza y romper el bloqueo israelí por mar. Su objetivo quedaría finalmente frustrado en la madrugada del 29 de junio, cuando la Armada israelí lo interceptó en aguas internacionales. En ese momento, viajaban en el barco la eurodiputada del BNG Ana Miranda, el diputado árabe-israelí Bassel Ghattas y el expresidente tunecino Moncef Marzouki. También había a bordo periodistas de Al Yazira, Euronews y Russian Today, entre otros medios.
A principios de junio, cuando el Marianne surca las costas gallegas, el viaje es tranquilo. Aun así, entre la brisa atlántica revolotea el recuerdo del Mavi Marmara, que en 2010 intentó hacer lo mismo que este pequeño pesquero, sólo que aquella era una embarcación mucho mayor, con 500 personas a bordo. Israel asaltó el barco de forma violenta y mató a una decena de activistas.
Antes de que el amanecer rompa contra el puerto de Bueu comienza a haber actividad. No son pocos los pescadores que se acercan al Marianne y comentan entre ellos, moviendo la cabeza, o advierten a los activistas. Está lleno de remiendos y se inclina ligeramente hacia un lado. «Esto no va a llegar muy lejos», sentencia uno. «Esto ya no sirve para nada», agrega otro. Cuando le traducen los comentarios de los pescadores gallegos, Charlie no puede reprimir una sonrisa bajo su poblada barba pelirroja. Razones para el escepticismo no faltan. Este sueco ha sido uno de los activistas –todos de países nórdicos más un canadiense– que han acondicionado el pesquero, una embarcación danesa construida en madera en 1977.
De la pesca al transporte de pasajeros
Era ya marzo cuando él y Joel, el capitán, tras semanas de búsqueda, dieron finalmente con el pesquero, que entonces se llamaba Bona Fide. El problema con el que se encontraron desde el principio fue el económico. «La situación financiera está al límite, hicimos un gran esfuerzo para comprar el barco. No teníamos suficiente dinero para la comida y el combustible», recuerda Joel en el puente de mando. La situación mejoró en cuanto se pusieron en marcha y comenzaron a llegar donaciones. El coste total de la «misión», como la llaman, está entre los 100.000 y los 120.000 euros.
Charlie se encargó de dirigir la conversión de un viejo pesquero carne de desguace en un barco de pasajeros. El sueco diseñó y construyó, con un equipo, los camarotes y la estructura actual, con baño, duchas, cocina y comedor. El proceso fue «milagroso», en palabras de Kevin, un ingeniero canadiense que se encargó de poner a punto la maquinaria. Cuando Charlie le llamó, éste no se lo pensó. Y al terminar le propuso unirse a la tripulación. «Dije que por supuesto, que sería un honor», recuerda. Mientras trabajaban en él en el puerto de Gotemburgo, recuerda este último, «masas de turistas y curiosos se paraban, nos deseaban suerte y hacían donaciones a la causa». Cuando compraban material para el barco, asegura, les hacían descuentos en los comercios.
Haya obrado o no un milagro en la recuperación del Marianne, lo cierto es que el vaivén continuo del barco obliga a los tripulantes a moverse con paciencia. Todo a bordo es una prueba: ponerse la chaqueta, echarse un vaso de leche e incluso orinar. «Es muy importante, chicos, que os sentéis para hacerlo. Sería mejor para todos y nadie va a perder su hombría por ello, os lo aseguro», indica a los nuevos pasajeros, medio en broma medio en serio, el capitán, Joel, un noruego de 32 años que bajo su apariencia de guitarrista de rock esconde a un experimentado marinero que lleva media vida, literalmente, navegando a bordo de todo tipo de embarcaciones.
El Marianne de Gothenburg pierde pocas veces de vista la costa pero, al tratarse de un pequeño barquito de pesca, que no está pensado para viajes largos, se mueve intensamente aun con el más leve oleaje. En medio de este movimiento incesante, Neils obra milagros en la cocina. No sólo logra preparar platos muy elaborados que hacen a la tripulación olvidar tierra firme sino también uno o dos pasteles diarios. Su mimo sobre los fuegos es probablemente el mismo que pone en tierra cuando cocina en centros sociales para gente sin hogar. Este noruego bromista tiene, como el resto de la tripulación, una historia de activismo detrás. Él ha sido, al menos, okupa, músico y modelo. El barco se dirige a Oriente Próximo más como un símbolo que como una tabla de salvación. «Lo que necesitan los palestinos no es caridad, sino las herramientas necesarias para ser autosuficientes», reflexiona el capitán, sentado en el puente de mando. Mientras, el radar gira sin pausa y, de vez en cuando, se oyen en la radio transmisiones en varios idiomas. A lo lejos, se ven algunos pesqueros. «Ya son ocho años de bloqueo, en los cuales ha habido tres guerras. Las vidas de los palestinos en Gaza están controladas por los israelíes», lamenta.
¿Pero por qué un noruego se complica la vida para reivindicar los derechos de un pueblo que le queda tan lejos? «Creo en la solidaridad», responde, sencillo. «Uso mis habilidades, las de marino, a favor de una causa en la que creo», añade. Llegar, burlar el bloqueo y dar a los palestinos un barco pesquero, una placa solar y sobre todo la esperanza de tener algún día derechos básicos que hoy les son negados por Israel. La acción sería sencilla en otro contexto pero que en este caso implica poner en riesgo sus vidas y trabajar en la clandestinidad, hasta el punto de que los activistas invitados en los diferentes tramos a menudo ignoran cuál será la próxima etapa.
Kevin, el ingeniero, estuvo en el Mavi Marmara y pasó, en consecuencia, por las cárceles del régimen israelí, donde asegura que sufrió malos tratos y fue humillado junto al resto de sus compañeros. Este canadiense de apariencia bonachona y poco hablador, comunista convencido hasta los tuétanos, se acerca ya a los 60 años pero su actividad, tanto en su vida como a bordo del pesquero, es intensa. Ha sido escudo humano en Guatemala y en la Franja de Gaza, observador de elecciones en El Salvador y mediador en Colombia, entre otras misiones. En el Marianne, cada pocas horas, se coloca los cascos para atenuar el sonido ensordecedor del motor, realiza su ronda de rutina y baja a las salas de máquinas para comprobar que no haya fallos y que el pesquero avanza sin problemas, milla a milla, hacia Gaza. Cuando él no está, en su lugar, un retrato de Lenin vigila desde la pared el cuarto del motor.
Vestidos de cualquier modo, algunos con un pañuelo en la cabeza, parecen piratas. Los miembros de la tripulación, excepto los activistas del sur de Europa que se van incorporando en el camino, tienen los ojos azules y pobladas barbas. Sin embargo, cuando se les recuerda a los vikingos, sonríen: «Hace mucho que no lo somos». Y puede que sea cierto. Son disciplinados y educados, lo que no quita que, cuando surge algún roce, se digan las cosas sin rodeos. Son muchas horas compartidas en un espacio muy pequeño y las normas de convivencia deben estar claras. ¿Piratas? Así llama Kevin a los soldados israelíes que asaltaron violentamente el Mavi Marmara, hace cinco años. La misma expresión usaron cuando el Marianne fue interceptado, también en aguas internacionales, por la Armada israelí el 29 de junio.