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El ‘boom’ de Tesla
El 10 de julio de 1856 nació Nikola Tesla, el responsable de que se encienda una bombilla cada vez que pulsamos el interruptor
En 1909 el progreso parecía imparable. Nada se interponía en la carrera del hombre y la ciencia por mejorarnos la vida, una sensación de velocidad que estaba en los avances tecnológicos pero también en el ocio, en los negocios y en el arte. Fue ese mismo año cuando se comenzó a construir el Titanic, que entre sus lujos contaba con electricidad propia para alimentar ascensores y baños turcos. Además, ese año se publicó en Francia el ruidoso Manifiesto futurista de Marinetti donde, entre otras cosas, se proclamaba a los cuatro vientos que un coche de carreras rugiente, “con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo”, era más bello que ninguna estatua clásica griega.
Y hace más de un siglo, también en 1909, el New York Times publicaba una entrevista a Nikola Tesla, donde el ingeniero afirmaba lo siguiente: “Pronto será posible, por ejemplo, que un hombre de negocios en Nueva York dicte instrucciones y que éstas aparezcan instantáneamente escritas en Londres o cualquier otro lugar. Este hombre podrá hacer llamadas desde su escritorio y hablar con cualquier persona en el mundo suscrita al teléfono. Solamente será necesario llevar un instrumento no muy caro, no más grande que un reloj, el cual permitirá a su portador escuchar en cualquier sitio, ya sea en tierra o agua, a distancias de miles de millas. […] La canción de un cantante, el discurso de un líder político, el sermón de una importante personalidad religiosa, la conferencia de un hombre de ciencia, todos podrán tener una audiencia repartida por todo el mundo”.
La vida de Tesla (1856-1943) es digna de una novela, como ya demostró con mucha habilidad Jean Echenoz en la fabulosa Relámpagos (2010): estamos ante un personaje excéntrico y genial hasta la caricatura, relativamente desconocido, que tuvo visiones de un futuro global e interconectado y que pecó de ingenuo en el mundo capitalista de principios de siglo, en una época en la que el público asistía asombrado a las demostraciones de los avances tecnológicos como quien observa manifestaciones de magia. Tesla nació y pasó su infancia en un ambiente rural, en Smiljan, en lo que hoy es Croacia, fascinado por la presencia de fenómenos eléctricos en su vida cotidiana, en las copas de los árboles, en el pelo de los gatos, y desarrollando sus propios inventos, como una máquina para volar. En 1884 llegó a Estados Unidos con el dinero justo y muchas ideas en la cabeza en busca del sueño americano. Y se dio de bruces con él: “dominó” la electricidad, iluminó con ella la civilización moderna y construyó la primera central hidroeléctrica del mundo en las cataratas del Niágara.
Escasa visión comercial
En EEUU, Tesla hizo amistades importantes, como el escritor Mark Twain, colaboró con mecenas como J. P. Morgan y Westinghouse, cuyos imperios engordaron gracias a sus descubrimientos, y entabló la conocida como “guerra de las corrientes” con Edison. Con escasa visión comercial, renunció a los beneficios económicos de muchos de sus inventos y murió solo, pobre y lleno de manías después de imaginar un futuro en el que la energía correría libre y sin cables por todo el planeta. El reconocimiento se lo llevaron otros, como el propio Edison y como Marconi, que pirateó hasta 17 patentes suyas para desarrollar la radio, por la que ganó el Nobel. De sus ideas se han beneficiado, entre otras cosas, la radio, la robótica, los radares, los aviones de despegue vertical, las armas teledirigidas, las lámparas de bajo consumo, las energías alternativas y la transmisión inalámbrica.
Como reacción a una injusticia histórica, desde finales del siglo pasado han empezado a levantarse voces que quieren dar a conocer a Tesla entre el gran público, que buscan “sacarlo a luz”. En España, el periodista Miguel A. Delgado se topó con la figura elegante y altísima del científico –casi dos metros– por casualidad, leyendo una novela de Paul Auster, y estos días recoge el fruto de meses de trabajo con una exposición en el Espacio Fundación Telefónica en Madrid, Tesla: suyo es el futuro, y con una novela, Tesla y la conspiración de la luz. La exhibición presentaba a un Tesla que nos ha llegado hoy como un cruce entre la realidad y la ficción, lo mismo reivindicado por científicos que por aficionados a las teorías de la conspiración; un personaje valioso por lo que fue pero también por aquello que se atrevió a imaginar y que no llegó a materializarse.
Y precisamente porque Tesla corre el riesgo de convertirse en un personaje de ciencia ficción, en un mad doctor del steampunk capaz de prometer milagros y de protagonizar sonados desastres, Delgado prefiere fijar su legado en “lo incontrovertible, lo que no está sujeto a interpretación ni a intuiciones”, en concreto en su sistema de generación y distribución de energía eléctrica de corriente alterna que “lleva sin ser modificado en su esencia casi 150 años”, reconoce el periodista a La Marea.
Lo que no quita para que admiremos proyectos como la Torre de Wardenclyffe, que Tesla ideó para funcionar como un gigantesco wifi de energía, capaz de transmitir electricidad por el aire a lo largo de todo el globo. Por desgracia, el invento nunca se llegó a probar, aunque hoy hay intentos para retomarlo y “es cierto que a escalas más pequeñas y domésticas se están haciendo avances: la witricidad, o estudios para hacer que los móviles funcionen con la energía que llevan las propias ondas que reciben, sin necesidad de una batería adicional”.
No cuesta imaginar que entre los enemigos de Tesla estaban los monopolios que durante el cambio de siglo buscaban negocio en la energía. “Tesla carecía de cualquier estrategia empresarial”, cuenta Delgado. “No era alguien que buscara comercializar inventos con los que luego financiar sus sueños más arriesgados porque él era de todo o nada: cuando el mundo aún no había comenzado la gran revolución que suponía la electrificación con su sistema, para Tesla ésta ya estaba obsoleta y estaba en la fase siguiente, la de la transmisión inalámbrica”. Y desde luego no hablaba de ganar millones como su objetivo principal, “sino de transformar el globo en su conjunto y a la humanidad, algo que ponía de los nervios a sus posibles financiadores. En ese sentido, una figura como Tesla no tiene cabida en un sistema capitalista como era el norteamericano de finales del XIX, ese capitalismo industrial que construyó EEUU como nación mediante la formación de inmensos conglomerados capaces de ejercer una hegemonía sobre la economía y la producción como nunca antes, en gran parte por aplicar los propios avances tecnológicos”.
Un paso lógico
¿Y si la visión de Tesla hubiese ganado? ¿Cómo sería hoy un mundo regido por sus ideas? La novela Tesla y la conspiración de la luz, editada por Destino, juega con la realidad y la ficción para responder a esas preguntas. Según Delgado, el salto a la novela era un paso lógico después de contar la vida del serboamericano en ensayos, artículos y conferencias: “Partiendo de mis lecturas de adolescente, buscaba una novela de aventuras. Y sí, tiene una vocación divulgativa, lo que no choca con el entretenimiento: la serie de Lucky Starr de Asimov era pura aventura para adolescentes, pero en cada volumen el maestro aprovechaba para mostrar lo que se sabía de los planetas del sistema solar. Todas las ideas teslianas están basadas en los escritos del propio Tesla y sus vaticinios del mundo por venir, lo que lo hace verdaderamente más maravilloso, porque parece pura ficción”.
¿Es hoy necesario, por tanto, cierto activismo al hablar de Nikola Tesla, cuando vivimos en tiempos en los que se establecen multas para quienes osen autoabastecerse de energía sin pagar a las compañías eléctricas? “No se trata de convertir en mártir o santo a Tesla, pero sí de reivindicar el espacio que debería ocupar en el imaginario colectivo como alguien responsable de que el mundo que hoy en día tenemos sea como es, con sus virtudes y sus defectos, como diría él”, remata Delgado.
“Y mientras eso no ocurra y ese imaginario siga ocupado por Edison o Marconi, hay tarea que hacer, aunque sólo sea por justicia poética”. Es el mismo caso del matemático Alan Turing, que durante la II Guerra Mundial hackeó los códigos nazis y es considerado uno de los padres de la computación y de la inteligencia artificial, silenciado entre otras cosas por su homosexualidad, y sobre el que estos días se estrena una película, The Imitation Game, así como el caso de “tantos otros que desgraciadamente ni siquiera conocemos a día de hoy. Porque estoy convencido de que hay muchísimos más teslas esperando a ser descubiertos en los pliegues de la historia”.